martes, 2 de febrero de 2010

CARTA A PEPX

Querido Pepx, la velocidad de los barcos antiguos la medían comparándola con la velocidad del nadador más rápido. Es de sobra conocida la famosa carrera que se corría en Marsella anualmente, en la que se medían las fuerzas los barcos contra los mejores nadadores. Claro que eso ocurría a principios del siglo 19, pues más tarde, a mediados del mismo siglo, a un marinero se le ocurrió la genial idea de medir la velocidad, e incluso la dirección del viento, extendiendo al aire un dedo húmedo (después de chupáselo) y como cada capitán conocía el poder de su velamen en toda clase de circunstancias, que para eso eran capitanes y además estaban muy bien pagados, de ahí sacaban unas claras conclusiones, es decir, cual sería la velocidad de su barco a tenor del viento. Los mejores vientos eran los vientos elíseos, de todos conocido:
-Capitán, llegan los vientos Elíseos!
-¡Raudos, pues, que si este viento persiste, llegaremos a nuestro destino en
un periquete! (otro día escribiré sobre esta medida: el periquete)
No duró mucho ese modo de medición, pues los barcos de vapor se imponían a los demás, y todos los barcos de vapor, poderosos y modernos ellos, llevaban a bordo una viejecita que calculaba el tiempo a base de hacer nudos en una calceta. Incluso algunos vapores lujosos llevaban dos viejecitas. De ahí viene que la velocidad en el mar se mida en nudos:
-¡Que pronto habéis llegado! ¿Qué velocidad habéis tomado esta vez?
-Espera. ¡Vieja, dime a cuántos nudos hemos navegado! Y la vieja se asomaba por la borda y lo decía. Muchos capitanes estaban hartos porque las viejas siempre andaban refunfuñando por culpa de la artrosis de sus dedos, y decían que no era fácil hacer nudos con rapidez en esas condiciones. De todos modos, ya se sabe que tanto los capitanes como las viejas siempre están refunfuñando por todo.
Ahora tenemos el GPS. Hace años se abandonó el sistema Morse, que tantas vidas salvó con el asunto de teclear eso de S.O.S. Una lástima lo del
Morse, claro que se cambió por la radiofrecuencia, pero es una lata cuando
el viento no deja oír lo que se dice:
-¡Que nos estamos ahogando, socorro! ¡Y además se nos está agotando la
batería!
-¿Que ya están llegando? ¡Y oiga, a mi no me llame usted tontorro, ni
tampoco a mi tía!
Y bueno, yo conozco el GPS de oídas desde hace unos años, pero se cuenta
que no marcan bien las autopistas en los estrechos, pues las orillas están
demasiado cerca y hay reverberaciones que hacen confuso el rumbo de la
navegación. Ocurre también que en los coches, los GPS son la causa de muchos accidentes por fijar la vista en el aparato y perder la orientación del
volante, así que quizá pronto veamos cómo prohíben lo que parecía ser la
panacea de este siglo.

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