jueves, 4 de febrero de 2010

EL TOCADO DE LA BELLA

Llevaba un tocado especial para la ocasión. Las huellas se advertían claramente, muy profundas y artísticamente conseguidas, lo que despertó la admiración de todos los invitados tan pronto como la Bella apareció en la gran sala.
Su entrada fue triunfal. Le seguía muy de cerca su tocador privado, ya que el tocado especial desaparecía gradualmente pasados unos minutos y obligaba al tocador, solícito al gesto de la Bella, a ir apretando de cuando en cuando los desnudos y bien formados senos, imprimiendo siempre de nuevo esas huellas artísticas, tan admiradas por todos. Solo la Bella podía permitírselo. Un tocador era un artista, y no solo sus honorarios era elevados para la mayoría de la gente, sino que sus servicios no los prestaba más que a personas especiales.
Las huellas eran de una perfección exquisita y realmente profundas, pues el tocador conocía bien su trabajo, y desdeñando el gesto de dolor que advertía en la cara de la dama, apretaba de la forma que él sabía que era la adecuada. Causar ese dolor no le importaba, pues igual que la Bella, únicamente deseaba que las bonitas huellas de sus dedos siguieran luciéndose en esos preciosos pechos. El trabajo “bien hecho”, era lo único importante. El rictus de dolor lo disimulaba la Bella haciendo un estudiado gesto con la cara, un gesto coqueto y elegante, que todos admiraban y adoraban.-
La Bella, reina de la moda, podía permitirse ese lujo, el lujo de lucir un tocado especial. Mientras tanto, los invitados, entre mirada y mirada y saludos sonrientes con los que expresaban su admiración, se iban poniendo morados comiendo los ricos pastelillos que siempre disponía la Bella con gran generosidad, en las fabulosas fiestas que ofrecía.-

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