jueves, 1 de abril de 2010

IMPOSIBLE RESISTIR TANTA FELICIDAD
Fue resuelto a que le pincharan; imposible poder resistir ni unos minutos más.
Le dijo a la doctora: de acuerdo, ya me he decidido, pónganme esa inyección que me quitará tanta felicidad como tengo ahora, no puedo con ella.
Contuvo la respiración al notar cómo entraba la aguja en su carne; eso ya le hizo sentirse mejor, y al cabo de pocos segundos respiró de nuevo. ¡Por fin! dijo con voz muy alta, casi gritando. Luego, dio las gracias a la enfermera y se marchó con un fuerte portazo, demostrando con ello que ya había recobrado su mala leche.
Se había dado cuenta a tiempo de que sin sufrimiento no era nadie, no era nada. ¡Caramba, se dijo al llegar a la calle, tanta felicidad ya me empalagaba!

jueves, 4 de febrero de 2010

COMO VERDADEROS CASCABELES

Sus risas resonaban alegremente cantarinas como deliciosos cascabeles. Yo no podía evitarlo, sus risas siempre me producían un intenso cosquilleo que entraba por mis oídos y me recorría todo el cuerpo, hasta llegar finalmente hasta los dedos gordos de mis pies.
Al principio, cuando la conocí, yo intenté resistir estoicamente, soportando la tortura del picor en mis dedos gordos. Encogía los pies dentro de los zapatos, deseando que se calmase ese picor, pero finalmente, y al no ser capaz de resistirlo, determiné descalzarme tan pronto como mis dedos me picasen y exigiesen ser rascados, y eso era siempre que me encontraba ante Rosarito, la niña de la fácil risa.
Un día aciago, Rosarito me dijo que siempre le había extrañado que cuando nos veíamos yo me descalzase y comenzase a rascarme los pies, que no comprendía esa manía mía y que a ella no le importaba, pero que no había dejado en ningún momento de parecerle chocante ese acto y también algo maloliente y, desde luego, nada elegante.
No he dejado de pensar en ese día en el que tanto me azoré y no supe reaccionar debidamente, pues recuerdo que yo contesté con verdadera simpleza: Rosarito, niña, es que tú... ¡continuamente estás riendo! Rosarito me miró, desconcertada, y entonces soltó su fácil risa con las más altas notas que yo hubiera oído antes, diciéndome sin dejar de reír: y eso, ¿qué tiene que ver?. Pero yo, pobre de mi, turbado y con más cosquillas y picores que nunca, no supe decir nada, atareado como estaba por las prisas para descalzarme. Y Rosarito se alejó, dejándome sentado en el suelo, desconsolado y con las botas ya fuera de mis pies, mientras comenzaba a rascarme con furor y muy apenado por no haber sabido explicarme.
Y como desde entonces, Rosarito ya no quiere saber nada de mi, he perdido dos placeres: uno, el de oír su risa de cascabeles, y el otro, el de rascarme los dedos de los pies.-

¡Vaya mierda!

Avancé por la acera, entre la riada humana, dando codazos. Avancé como pude y me coloqué, al fin, en el centro de la calzada, delante de los cientos de coches que esperaban a que se abriera el semáforo. Dije entonces, en voz alta y con mis brazos extendidos: ¡aquí estoy, delante vuestro, para ser vuestro señor!
El semáforo se abrió y a los pocos segundos mi espíritu pudo ver, desde lo alto, cómo mi cuerpo atropellado se iba convirtiendo en una pulpa, apenas una mancha, y me dije: ¡Nadie me ha hecho caso. Esto es una mierda!.

LA VIRGEN

Recuerdo ese día como si lo estuviese viviendo de nuevo. Tengo 8 años. Miro a menudo con envidia una estatuilla muy pequeña de la Virgen María, de plata, y que mi madre tiene siempre colocada en la “coqueta” de su dormitorio. Esa imagen me atrae irresistiblemente. Al marcharme para ir al cole después de comer, en un impulso irreflexivo, y simplemente por la atracción que me produce, cojo la imagen, la guardo en un bolsillo y me la llevo.
Paso la tarde en clase mirando y admirando la estatuilla. Por fin salgo del cole, ya libre de las advertencias y reproches del maestro, del estilo de “no te distraigas”, o “¿a qué juegas?” En la calle, camino de casa, saco una vez más del bolsillo mi preciada imagen y vuelvo a admirarla en mi mano; le tengo cariño y ahora es mía, por lo menos hasta que la devuelva al sitio de donde la cogí. Le doy mil vueltas y la sigo mirando y remirando. La lanzo al aire, hacia arriba, y la recojo al caer. Me demuestro a mi mismo la gran habilidad que poseo y de modo incansable continúo jugando de ese modo, lanzándola cada vez a más altura. De pronto no logro cogerla en el aire y sin poder poner remedio se cae al suelo. No veo dónde ha caído. Doy vueltas y más vueltas a mi alrededor, buscándola, pero no la encuentro.
Revivo mi angustia al recordarlo, mi llanto interior, mi desespero. Había salido del Colegio a las seis de la tarde y la estatuilla la perdí apenas cinco o seis minutos después.
Llegaron a dar las nueve de la noche sin encontrarla y todo ese tiempo, las tres horas, las pasé buscando, obsesionado, la imagen de la Virgen que, por una tontería mía, había perdido. No podía creer que habiendo caído a mi lado, rozándome la mano, no estuviese en el suelo, allí mismo, a mis pies.
Di mil vueltas a mi alrededor, mirando, buscando y... rezando, rezando continuamente en mi interior y hasta en voz alta. Mi Colegio pertenecía a la Congregación de los Padres Salesianos, y en la mente tenía grabado un rezo que los Padres explicaban que era milagroso si llegabas a encontrarte en peligro, o en trance de morir “sin confesión”, pues La Virgen no lo permitiría
si lo pedías con verdadero fervor. Yo no estaba en trance de muerte, pero era tan importante para mi recuperar la imagen que pensé que si rezaba con fervor, con toda mi alma, la Virgen me ayudaría igual que si estuviera en peligro de muerte inmediata. El rezo era: “María Auxilium Cristianorum, auxíliame”.
Durante las horas en que estuve buscando la imagen, no dejé ni por un instante de repetirlo. ¿Cuántas veces lo repetí? ¿mil? ¿diez mil? Pero a pesar de mis rezos no encontré lo que buscaba; la Virgen no me auxiliaba. Había perdido su imagen y ella se había alejado completamente de mi. Ya se había hecho tan tarde, que mi angustia era un millón de angustias. Me
matarían al llegar a esas horas, pensé. Derrotado, emprendí mi camino hacia casa.
Llegué cansado y con miedo. ¿Qué explicaciones daría?. Decidí que cómo nadie me había visto coger la imagen, no diría nada, aunque sospechaba que acabarían descubriéndome, y seguramente, entonces, todo sería peor. A esa edad, por lo menos yo, no sabía como funcionaban las cosas ni sabía
pensar en lo que podría ocurrir después, así que cuando intentaba imaginarlo, simplemente no podía hacerlo.
Resulta que nadie se había preocupado por mi tardanza y al parecer nadie advertido la falta de la imagen. No me hicieron reproches por llegar a esas horas. Estaba casi finalizando el mes de Junio, recién comenzado el verano, y como en esos días las horas de luz se alargan mucho antes de hacerse de
noche no parecía que fuese tan tarde. Dejé en mi cuarto la cartera repleta de libretas, de lápices y de plumillas, y como un delincuente que desea ver otra vez el lugar donde ha cometido su delito, entré en la habitación de mis padres.
Y al mirar hacia la coqueta, vi que la estatuilla de la Virgen estaba allí, como siempre, donde siempre y durante años había estado.-

ME LLAMO WINSTON Y MI DESTINO ESTÁ A PUNTO DE CUMPLIRSE

Mi nombre es Winston, y aunque pueda pensarse que es un típico nombre de alguien de color, no es mi caso, pues yo soy muy rubio. Viajo en unión de otros compañeros, que al igual que yo, tenemos una misión encomendada. Deseo con ansia y miedo que llegue ese momento y espero poder cumplir con honor hasta el final.
La cápsula es pequeña y nos encontramos muy apretados aquí dentro. Seguiremos viajando de este modo hasta que lleguemos al final de nuestro viaje. Me gustaría ser el primero en salir pero tampoco me importa demasiado, puesto que si eso no ocurre, los que quedemos tendremos más lugar para estar cómodos.
Parece que se inicia la misión porque alguien, desde fuera, acaba de abrir la escotilla. ¡He sido escogido para salir el primero! El trato que me proporcionan es exquisito, cuidadoso diría yo, y me alegro, es lo menos que pueden hacer.
La emoción me embarga totalmente. Mi cuerpo, en un viaje indescriptible, describe una parábola por los aires hasta que por fin mi cabeza queda suavemente sujeta en un punto fijo. Advierto que este lugar en el que me han situado está ligeramente húmedo, pero noto que también es suave y muy agradable. Mi posición es ahora prácticamente horizontal y mi anclaje firme. Me siento cómodo y relajado, y a pesar de que en mi cabeza siento algo de frío por la humedad, al instante noto cómo se inflama y arde mi interior. Por fin sé qué se siente en estos instantes supremos. Percibo una sensación extraña al tener la certeza de que se está cumpliendo mi destino, y que al fin puedo contemplar, firme y feliz, mi ansiada transformación.
Mientras en esta maravillosa metamorfosis me veo a mi mismo brillando, también puedo ver que una parte de mi cuerpo, cada vez mayor, desaparece, ascendiendo lenta y majestuosamente en unas maravillosas, sorprendentes y bellas volutas, formando en décimas de segundo innumerables y distintas figuras que no puedo dejar de admirar.
Asciendo más y más. Una invisible y fugaz brisa lleva mis flotantes partículas de un lugar a otro, esparciéndolas y consiguiendo que se expanda mi ser infinitamente. Miro por última vez lo que queda de mi cuerpo, lentamente disuelto, pero acabo olvidándolo y me deleito con lo que me rodea. ¡Estoy uniéndome al mundo en espíritu ! ¡Ya soy uno con el mundo! ¡Es una maravilla! ¡Por fin formo parte de la inmensidad!.
Para que el mundo entero pueda saber cual era mi misión, gritaré que... ¡xhrtogm...! ¡y que ahora, mi nombre completo es: Winston FXqttWdo......!

Esto es una anotación técnica de la “Jefatura de Rescate Exterior De Pensamientos”. Es el informe sobre el pensamiento encontrado hoy, 2 de Mayo del 3080, en el espacio exterior.

El escrito que aquí se ha podido leer es una trascripción que se ha rescatado tras mucho esfuerzo y trabajo en el espacio exterior. Como sabrán, un equipo especialmente entrenado, y con instrumentos altamente sensibles, recopila desde hace años todo lo que en nuestro Planeta se llega a pensar y también lo que se dice con palabras, porque, como vulgarmente se suele decir, si a éstas se las lleva el viento, qué no ocurrirá, entonces, con los pensamientos. El objetivo del equipo es conseguir que ninguna frase o palabra llegue a poder perderse, pero especialmente, ningún pensamiento. Todo puede ser aprovechable y todo en aras de nuestra humanidad. Es importante, no solamente lo que se escribe, sino con mayor razón los pensamientos, que por sí mismos y en cuanto a sonoridad poco alcance tienen, sobre todo si nadie se hace eco de ellos. Nuestro lema es que ningún pensamiento debe perderse jamás. Si resulta después interesante o no el guardarlos, ya lo decidirán los expertos.
Soy el jefe de este equipo de rescate y me he ocupado personalmente de este pensamiento, ya que me pareció raro que pudiese escaparse tan fácilmente a nuestro control. Cuando mi primer capataz lo encontró rodando y sin rumbo, al no poderse hacer con él solicitó mi ayuda y yo se la di con mucho gusto. Una vez hube capturado y desencriptado el pensamiento completo, tuve dudas acerca de si la humanidad debía o no conocerlo, pero lo cierto es que no me siento capaz de juzgarlo, además de haberme sorprendido al saber quién había sido el autor del pensamiento, motivo por el cual lo envío a ustedes en este mensaje, debiendo decidir en ese Consejo si este pensamiento nos puede servir, ahora o en un futuro, y si conviene archivarlo debidamente. La firma del pensamiento no lograba descifrarse aunque es realmente reveladora, y cuando se consiguió descifrar ya no había lugar para ella al final del informe del pensamiento. Por ese motivo, encontrarán que apenas puede leerse, y los signos que se ven al final del pensamiento es lo que capté de esa firma en un primer momento. La adjunto ahora, ya debidamente descifrada. Podrán encontrarla al pie de este informe, y va debidamente señalada con tres X antepuestas:
XXX: WINSTON FUMADO

LA "MARCA" DEL GATO

El felino trepaba por el edificio, dejando marcadas en la fachada las huellas de sus fuertes y duras uñas. De repente, potentes reflectores iluminaron la noche.
- ¡Ya lo tenemos! ¡Lo hemos atrapado por fin! Así gritaban las cincuenta mil gargantas, pertenecientes a los policías y bomberos de la Ciudad, congregados al pie del edificio, llegando a oírse sus voces hasta en el último rincón de la Población. Gritaban, alborozados, por creer que habían conseguido sorprender a aquel gato, siempre huidizo, y que por las noches trepaba por los edificios, burlándose de las ordenanzas y de todos y estropeando las fachadas con sus garras.
La multitud invadía las calles; muchos vecinos habían bajado en pijama, presurosos, para no perderse nada del espectáculo prometido y esperado. Los bomberos se aprestaron a lanzar, a alta presión, grandes chorros de agua con sus potentes mangueras, dirigidas hacia el felino.
Los policías, mientras tanto, disfrutaban esperando ver caer al odiado gato, para apresarlo y hacerle pagar muy caro sus enfrentamientos y osadías. El gato no se sorprendió por la persecución, al contrario: estaba esperándola desde hacía mucho tiempo, la esperaba y la necesitaba para sentirse importante, para seguir sabiendo que él era el mejor. También sabía que aquello era un enfrentamiento en toda regla, de “poder a poder”. Desde lo más alto, desde la última cornisa que había logrado alcanzar, levantó su cola; lo hizo lenta, majestuosamente, y orientando su trasero hacía abajo, expelió un potente y largo chorro "made in gatuno" con toda la maestría de que era capaz. La gran sonrisa de felino astuto que iluminó sus facciones al ver que, como siempre, su puntería había sido certera, contrastó con las maldiciones que vomitaban los que se encontraban abajo, recibiendo esa especie de lluvia pestilente, recibiendo “la marca del gato”.
Los cincuenta mil policías y bomberos marcados, chorreando y llenos de ira por la nueva burla de su odiado enemigo, le imprecaron y protestaron, desesperados e impotentes.
El gato, muy satisfecho, con un último impulso grácil y elegante, saltó hacia arriba, hacia el tejado, y pudo vérsele allí, quieto, con su rabo erguido, dominando la Ciudad desde las alturas, recortada su imponente figura, silueta de porte impecable, en el cielo alumbrado por la luna; eso duró unos instantes, desapareciendo el gato a continuación, con su acostumbrada majestuosidad, a través de la noche.
Mientras aún resonaban las maldiciones de los policías, sobresalió por encima de todas ellas un largo y potente ¡MAUUUUU! que electrizó el ambiente húmedo de la calle. Y la multitud y los servidores públicos, cabizbajos y mojados, se retiraron apesadumbrados, dándose cuenta de que, una vez más, habían sido burlados y vencidos por el gato.-

GLORIA

“Para ti, inolvidable compañera, con mi fervoroso deseo de que, sea el que sea el lugar en el que te encuentres, que espero sea en el cielo, ahora seas feliz”

Gloria fue una atractiva y simpática compañera de oficina. Trabajábamos en la misma Empresa (A. y C. S.L.) pero la trasladaron a un departamento distinto, en un edificio contiguo, y solía visitarnos para saludar a las compañeras que allí había dejado. Yo la conocí cuando ella ya no trabajaba en mi departamento. De Gloria siempre me gustó su sencillez y su delicioso candor de jovencita. La recuerdo bien, al igual que ahora mismo me parece estar viendo su expresión risueña y la sonrisa que nunca abandonaba sus bonitos labios. Con el tiempo se llegan a olvidar personas y rostros, pero a Gloria no la olvidaré nunca; era una personita increíblemente dulce, con una personalidad que a nadie dejaba indiferente, y su visita era siempre motivo de alegría.
Nos hizo una visita precisamente el día que yo había estrenado un nuevo coche y me felicitó nada más entrar en el despacho. Sabía que yo había cambiado mi trotado 2 CV por un flamante SIMCA 1.000 y también lo contento que yo estaba por ese motivo. Me dijo, entre risas, que me tenía envidia porque su novio continuaba con un viejo SEAT 600 que ya había pertenecido a varios familiares antes de pasar a sus manos, y que con gusto se subiría conmigo en el Simca para dar una vuelta, si no fuera por el enorme miedo que le daba subir en un coche
Me explicó entonces, con más detalle, lo que yo ya conocía por sus compañeras, que ella y su novio sufrieron tiempo atrás un terrible accidente, y aunque a Gloria no le ocurrió nada, vivió momentos angustiosos al quedar su prometido en coma. Su prometido pudo felizmente recuperase al cabo algún tiempo, pero desde aquel accidente, Gloria no fue capaz de volver a subir a ningún automóvil, a pesar de intentarlo en muchas ocasiones y de desear sobreponerse a sus temores. Me dijo que era inexplicable que ella pudiera haberse salvado, pues el golpe que recibieron fue tan grande que el coche quedó totalmente destrozado, llevando la peor parte el lado que ella ocupaba. Tuvieron que intervenir los bomberos para sacarla de allí, pero que a ella, inexplicablemente, no le ocurrió nada. Desde entonces, tenía el convencimiento de que debería haber terminado sus días en aquel momento, pero que por una pirueta del destino, se escapó de ese final. Sin embargo, conocía perfectamente que la muerte esperaba, pacientemente, a que ella subiese de nuevo a un coche para llevársela, y que esa vez no podría ya escapar. Hacía mucho que no subía a ningún coche y a menudo discutía con su prometido por ese motivo. Los miedos de ella impedían que pudiesen disfrutar, siquiera, de pequeños desplazamientos si éstos debían hacerse en coche, a los que Gloria se negaba rotundamente. Mucho menos ir a la playa en verano, como tampoco otras muchas otras cosas si para ello debía depender del auto, y aunque él intentaba disuadirla de sus temores, viniendo incluso en alguna ocasión a recogerla con su 600 a la salida del trabajo, ella rechazaba subir y se marchaba en autobús. Nadie podía quitar de su cabeza el presentimiento de que su destino era el de morir en un accidente de automóvil, y pensar en ello le aterraba.
Me sobrecogió escucharla. No era ninguna tontería, pues Gloria estaba totalmente segura de lo que decía, y aunque yo quise hacerla ver que, precisamente por haberse salvado en ese accidente, estaba muy claro de que su de Pasaron varios meses desde aquella conversación. Un día nos comunicó, muy alegre y feliz, que ya estaba fijada la fecha de su boda. Estuvo conversando mucho rato con sus compañeras, que no dejaban de preguntarle mil detalles acerca de su casamiento. Les dejé hablando de esas cosas que les gusta tanto a todas las mujeres y me aposenté en mi escritorio. Desde allí pude escuchar, que a pesar de las muchas protestas de su futuro marido, quién deseaba hacer el viaje de bodas en coche, lo harían en ferrocarril. Todos comprendimos perfectamente la decisión de Gloria.
Yo me trasladé a otra Empresa y no había vuelto a ver a ninguno de mis antiguos compañeros hasta que un día, después de transcurridos muchos años, me topé con Guillén en un Aeropuerto. Nos reconocimos, nos dimos un abrazo y nos lamentamos mutuamente de no haber frecuentado nuestra amistad. Intercambiamos informaciones acerca de lo que habían sido nuestras vidas desde que me fui de la empresa en la que trabajábamos los dos. Sentimos nostalgia de aquellos tiempos y hablamos largo rato acerca de los antiguos compañeros. Cuando ya nos despedíamos recordé a Gloria, y sabiendo que eran amigos le pregunté por ella. Le dije que recordaba muy bien que poco antes de marcharme, Gloria nos había anunciado su inminente boda, y que yo suponía que, efectivamente, se habría casado y que... Pero Guillén me interrumpió enseguida. ¿Pero no lo sabías? me dijo, Gloria murió en su viaje de bodas, en un accidente de coche. ¡Pero si Gloria decía que nunca subiría a un automóvil en su vida! repliqué, y es más, continué diciéndole a Guillén, Gloria nos dijo que el viaje lo harían en ferrocarril... Si, me interrumpió de nuevo mi amigo, pero su novio, ya para entonces su marido, le convenció de que sus temores eran simples tonterías infundadas, creadas por su mente, y que para poder superarlo debía enfrentarse a ellos; Gloria se dejó convencer y se fueron en coche.
Ante esa noticia tan inesperada y desconcertante me quedé sin habla, y hasta creo que me quedé sin sangre en las venas. Pensé que era increíble que Gloria hubiese sabido siempre que ése sería su destino, y que finalmente y a pesar de ello hubiese aceptado viajar en un coche, creyendo sin duda que era, como decía su novio, un miedo infundado. Ciertamente, el destino es inevitable.
Guillén y yo nos despedimos, asegurándonos mutuamente que nos llamaríamos por teléfono y que no dejaríamos transcurrir en esta ocasión tantos años para vernos. La noticia del fatal accidente de Gloria, sin duda la conoció mi compañero en la época que sucedió, y posiblemente por ese motivo, y después de tantos años, no le veía yo demasiado pesaroso al contarme el fatal desenlace, pero para mi, conocer la noticia fue impactante, como si la muerte de Gloria hubiese ocurrido en el mismo instante que mi amigo me lo dijo.
En ocasiones, y aunque el transcurso de los años borra recuerdos y rostros, recuerdo bien a Gloria, con su agradable sonrisa y su porte sencillo y dulce. ¿Dónde estás ahora, Gloria? ¿Dónde te encuentras, querida compañera? Recordarte me produce pena y un profundo dolor. Durante años, y en ocasiones, te recordé con cariño y me preguntaba si estarías bien, y ahora sé que, si lo estás, no será en esta vida. Me inquieta saber que conocías cuál sería tu destino, que lo temías, y que a pesar de ello no pudiste evitarlo. Tu vida y tus temores fueron, y son, un misterio. Yo fui testigo de ello, y me estremezco al pensar en ese destino tuyo.
Rezo por ti, estimada compañera.-