jueves, 4 de febrero de 2010

¡Vaya mierda!

Avancé por la acera, entre la riada humana, dando codazos. Avancé como pude y me coloqué, al fin, en el centro de la calzada, delante de los cientos de coches que esperaban a que se abriera el semáforo. Dije entonces, en voz alta y con mis brazos extendidos: ¡aquí estoy, delante vuestro, para ser vuestro señor!
El semáforo se abrió y a los pocos segundos mi espíritu pudo ver, desde lo alto, cómo mi cuerpo atropellado se iba convirtiendo en una pulpa, apenas una mancha, y me dije: ¡Nadie me ha hecho caso. Esto es una mierda!.

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