jueves, 4 de febrero de 2010

LAS PIEDRAS DE “LA ESTRELLA”

- ¡Eso no es cierto! Saltó indignado Marcos, dando un bote en su silla y señalando acusador con un dedo a Jules, al tiempo que pronunciaba colérico esas palabras. ¡Tú no has estado jamas en La Estrella! añadió furioso.
- ¿Y cómo puedes saberlo? -le replicó Jules- Claro que he estado. Justamente hace hora un mes que visité el asteroide.
- No, no has estado, no has podido estar porque desconoces su situación, no mientas más. Es un truco para poder vender tus piedras. Sabes que diciendo que son de La Estrella te las quitarán de las manos a cualquier precio, pero eso será una estafa, no puedes actuar de ese modo, Jules, y si lo intentas, te denunciaré. La posición de La Estrella no es todavía conocida por nadie, ni tan siquiera por la Cámara de la Propiedad Galáctica, y no pienso registrarla hasta no poder defenderla de tipos como tú. Además, ya hace tiempo que instalé unos sensores y no han detectado ninguna presencia humana, aparte de la mía.
- ¿Y si te digo que envié a mis robots?
- Ja, ja. Sabes que los robots no tienen capacidad para escoger piedras como ésas. Y además, Jules, no me creas tan tonto, los sensores que yo utilizo detectan cualquier clase de actividad. Déjalo, no intentes más trucos. Comprendo que tienes envidia por mi descubrimiento, pero La Estrella es únicamente mía y con todo lo que contiene; yo la descubrí y me pertenece por completo. Piedras como las de La Estrella hace años que no se encontraban. Gracias a ellas me haré por fin muy rico y recibiré grandes honores. Las reservas de los asteroides conocidos están casi agotadas y su calidad no se puede comparar. Sabes que presenté al consejo unas muestras y que el Consejo en pleno quedó extasiado. Mis piedras son rosadas, no lo sabías ¿verdad? nada que ver con las que tú intentas vender, incluso su tacto es diferente, mis piedras son como la seda, y su sabor... inigualable, aunque lo mejor de todo son sus efectos. He pensado comercializarlas de forma distinta a todo lo conocido hasta ahora, no en su estado puro, sería un desperdicio. Unos pocos gramos bastarán para que disueltos en armeliz, haga las delicias de todos los que no podemos ya prescindir de vivir bajo la fantasía que las piedras nos producen. Tendrás que continuar en tu búsqueda por el espacio, Jules, quizá la suerte te acompañe un día como a mi, pero no trates de vender piedras con engaños, pues aunque yo no te denunciara, lo harían otros cuando mi néctar se comercialice y conozcan los efectos de las verdaderas piedras de La Estrella.
Jules rezongó algo que no se entendió y, sin despedirse, se levantó y se dirigió a la salida, pero antes de marcharse, se volvió hacia Marcos y le dijo con rabia contenida: Siempre has tenido mucha suerte, pero ya verás cómo se te acabará algún día.
Marcos, que no se había movido de su asiento, hizo un pequeño movimiento de cabeza, incrédulo por el comportamiento y las palabras del que, en tiempos, había sido su mejor amigo.
Jules y Marcos se conocieron en la Academia Galáctica, y juntos, cuando aprobaron los exámenes y obtuvieron sus licencias, iniciaron mil correrías por el espacio, rescatando chatarra para sufragar sus gastos y explorando más allá de donde cualquier piloto se atrevía a aventurarse. El transporte que adquirieron entre los dos era una nave pequeña, del tipo “avanzade” ágil e increíblemente manejable. El mayor volumen ocupado por la nave era su motor y las baterías, pero estaba bien equipada y con todo lo suficiente para poder remolcar naves más grandes. Durante mucho tiempo fueron recogiendo toda la chatarra que pudieron ir encontrando acumulada en el espacio, abandonada durante años y, tan lejos, que nadie se arriesgaba a llegar hasta allí. La chatarra solía ser maquinaria y restos de pertrechos de mineros que, en tiempos, habían ocupado los asteroides para explotar sus yacimientos hasta dejarlos agotados. Los mineros, una vez obtenido el máximo del asteroide y cuando ya no podían sacar más de él, abandonaban la maquinaria que tanto coste les había originado trasladar, prefiriendo regresar con su carga de minerales y dejar abandonado todo, antes que efectuar un largo viaje de regreso solamente para recoger maquinaria en desuso. También es cierto que no actuaban así al principio, cuando esas coordenadas del espacio en las que existían tantos asteroides para explotar, se encontraban llenas de naves y mineros, pudiéndose ayudar unos a otros, Pero con el tiempo, los asteroides dejaron de ser rentables, y los pocos que quedaron siendo explotados, también terminaron por agotarse. Para entonces, ya eran pocos los mineros que andaban por esos lares y era muy arriesgado no poder obtener ayuda en caso de necesitarla, pues las comunicaciones no llegaban hasta el Planeta debido al cinturón de asteroides. Marcos y Jules no se arredraron por ese motivo. Eran jóvenes, audaces y también previsores, y a su nave la habían dotado de los más modernos artilugios para prevenir al máximo no quedar al pairo por culpa de una avería, aunque, no obstante, no dejaba de ser un riesgo viajar hasta tan lejos por el beneficio que se podía obtener al vender luego la chatarra recuperada.
Con el tiempo, llegaron a montar su propio negocio de venta de maquinaria recuperada, y también, con el tiempo, el negocio fue a menos, pues cada vez resultaba más difícil encontrar maquinaria abandonada.
Jules era ambicioso y pendenciero, y pronto Marcos se convenció de que no le convenía esa sociedad. Se separaron amistosamente, y desde entonces, los dos se dedicaron a buscar, en asteroides lejanos, las piedras que hacía años habían sido descubiertas y que, desleídas en bebidas inocuas, producían el efecto que siglos atrás producía el alcohol. Al principio de la separación, a los dos les pesó la soledad, aunque pronto llegaron a acostumbrarse a ella, y a medida que los años transcurrían, su antigua amistad se fue transformando en una competencia feroz, intentando demostrar, cada uno, que valía más que el otro. Los dos frecuentaban el Centro Galáctico al regreso de sus viajes y, cuando coincidían, no dejaban de reunirse para ver quién de los dos fanfarroneaba más, diciendo cada uno de ellos que había sido él quien había obtenido los mejores logros y ganancias en su último viaje.
Al ver salir a Jules, Marcos recordó su reciente pasado, y viendo cómo continuaba comportándose su antiguo amigo, se alegró una vez más de haber disuelto su sociedad con él. Aunque al principio lo lamentó, pues lo apreciaba como amigo y compañero, estaba convencido de que hacía lo mejor al separarse. Y el tiempo transcurrido le estaba otorgando la razón, pues Jules estaba demostrando ser capaz de muchas cosas que Marcos no podía soportar. Jules era fanfarrón, envidioso, embustero, y sobre todo, su afán de dinero le cegaba.
Marcos salió más tarde del Centro, contento por el descubrimiento hecho meses atrás en un lejano asteroide fuerza de toda ruta conocida, pero pesaroso y disgustado por Jules, pues éste había pretendido, contra toda razón, aparentar ser el descubridor de esas piedras, intentando vender otras con características inferiores, pero diciendo que procedían del mismo asteroide y que sus efectos eran los mismos. Se dirigió a la Deuvedeteca en la que el propietario y buen amigo suyo, Banter, había disuelto y mezclado las piedras en un bebida conocida, un refresco inocuo llamado ermeliz y que gozaba de buena acogida por el público. Unos pocos gramos de “estrella”, así habían bautizado su amigo y él a las piedras, bastaban para que el refresco se convirtiese en una bebida ligeramente efervescente y de un agradable color rosado, el mismo color que tenían las piedras, además de proporcionar al que la bebiese, y eso era lo más importante, una ligera euforia que hacía desaparecer del cuerpo el cansancio del día. El efecto no aumentaba si se aumentaba la dosis, eso era lo curioso. También eran diferentes los efectos de la “estrella” a todas las piedras conocidas, pues la que se habían encontrado hasta ahora y que se habían hecho populares, ofuscaban los sentidos si se abusaba de ellas, ocasionando más tarde una resaca indeseable. En cambio, la “estrella”, produciendo aparentemente los mismos efectos euforizantes, relajaba y no causaba posteriormente ninguna resaca. Podía tomarse a primera hora, nada más levantarse de dormir, para despejar la mente y ayudar enfrentarse a la rutina diaria. En realidad podía tomarse a cualquier hora, siendo siempre sus efectos beneficiosos, sin contar con que su sabor era tan agradable, tan exquisito, que era un verdadero placer tomar la bebida. Marcos no dudaba de que cuando se llegase a conocer, su consumo se extendería, desplazando al resto de bebidas conocidas. Banter fue quién experimentó con las mezclas, dándolas a probar a sus más íntimos parroquianos. Había mezclado las piedras rosas con otras piedras del mismo asteroide, de color grisáceo, cambiando así ligeramente el sabor de la bebida, y que con esta variedad tomaba un ligero sabor ácido, igualmente muy agradable. Tanto Banter como Marcos estaban convencido de que una vez se conocieran la bebidas, nadie querría beber otras distintas. Por supuesto que tuvo que presentarlas al Consejo de Salud pública, dónde comprobaron sus efectos y dieron el visto bueno para poder comercializarlas, otorgándoles el número de licencia correspondiente. La fórmula debería figurar en cada envase, pero eso no afectaba en nada, ni siquiera en que pudiese copiarse, pues lo importante era ser el descubridor del asteroide donde se encontraba el yacimiento, lo cual otorgaba los derechos de explotación hasta que se éste se agotase. Marcos estaba convencido de que deberían transcurrir muchos años antes de que eso ocurriese. Había encontrado un buen filón. Únicamente podrían hacerle competencia si alguien encontrase otro asteroide parecido, pero con piedras diferentes, porque si fuesen iguales, la licencia le protegería y nadie más que él y Baner, con el que se había asociado, podrían comercializar la bebida. Se sintió satisfecho y pensó que por fin conseguiría todo lo que en su vida había anhelado.-

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