jueves, 4 de febrero de 2010

DIÁLOGO CON DOÑA TECLA

—Caramba, doña Tecla, no me había fijado, pero ahora me doy cuenta de que está usted imponente, quiero decir... que está usted mayúscula.
—Ya lo sé, ¿no te gusto así?.
—Claro que me gusta usted mayúscula, pero no siempre. Ahora mismo, pues no, estando así me estropea el escrito.
—¿No siempre? Pues ya sabes lo que debes hacer, pazguato.
—Si, ya lo sé.
—Bien, hazlo entonces, rebájame a una condición inferior, quítame el honor de ser la primera, mézclame entre el vulgo, escóndeme entre
las demás dejándome minúscula...
—¡Eh! ¡Pare, pare! No se lance a lloriquearme. Es usted una exagerada y la encuentro patética.
—Naturalmente, las mayúsculas somos así, exageradas y orgullosas, pero no me llames patética, no lo soporto. Además, es injusto.
—Está bien, retiro lo de patética, lo siento. Sabe que siempre la
necesito, que es usted imprescindible, pero ahora debo...
—Vale, vale, de acuerdo, por un rato me conformaré con ser una más, pero te pido que no hagas los párrafos tan largos, prefiero más puntos y aparte, o seguidos, que me gusta lucirme a menudo.
—Por favor, doña Tecla, ¿ve cómo es una exagerada? Si apenas alargo los párrafos... y además, como mis relatos suelen ser cortos, pero escribo muchos, sale usted continuamente en los títulos. Debería agradecérmelo.
—Si, eso es cierto, gracias.
—Menos mal que reconoce usted algo.
—Es que me he acordado del último título en el que salí muy elegante, en negrita, y me ha emocionado; me gusta mucho salir de ese modo, vestida de gala con mi más preciado traje de noche.
—Bueno, pues ya ve que no la trato tan mal. Hala, y ahora la quito, ¿eh? Y no se enfurruñe, que pronto la volveré a sacar como a usted le gusta.
—De acuerdo, pero no tardes.
—Vale, hasta luego, doña Tecla.
—Hasta luego.

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