jueves, 4 de febrero de 2010

COMO VERDADEROS CASCABELES

Sus risas resonaban alegremente cantarinas como deliciosos cascabeles. Yo no podía evitarlo, sus risas siempre me producían un intenso cosquilleo que entraba por mis oídos y me recorría todo el cuerpo, hasta llegar finalmente hasta los dedos gordos de mis pies.
Al principio, cuando la conocí, yo intenté resistir estoicamente, soportando la tortura del picor en mis dedos gordos. Encogía los pies dentro de los zapatos, deseando que se calmase ese picor, pero finalmente, y al no ser capaz de resistirlo, determiné descalzarme tan pronto como mis dedos me picasen y exigiesen ser rascados, y eso era siempre que me encontraba ante Rosarito, la niña de la fácil risa.
Un día aciago, Rosarito me dijo que siempre le había extrañado que cuando nos veíamos yo me descalzase y comenzase a rascarme los pies, que no comprendía esa manía mía y que a ella no le importaba, pero que no había dejado en ningún momento de parecerle chocante ese acto y también algo maloliente y, desde luego, nada elegante.
No he dejado de pensar en ese día en el que tanto me azoré y no supe reaccionar debidamente, pues recuerdo que yo contesté con verdadera simpleza: Rosarito, niña, es que tú... ¡continuamente estás riendo! Rosarito me miró, desconcertada, y entonces soltó su fácil risa con las más altas notas que yo hubiera oído antes, diciéndome sin dejar de reír: y eso, ¿qué tiene que ver?. Pero yo, pobre de mi, turbado y con más cosquillas y picores que nunca, no supe decir nada, atareado como estaba por las prisas para descalzarme. Y Rosarito se alejó, dejándome sentado en el suelo, desconsolado y con las botas ya fuera de mis pies, mientras comenzaba a rascarme con furor y muy apenado por no haber sabido explicarme.
Y como desde entonces, Rosarito ya no quiere saber nada de mi, he perdido dos placeres: uno, el de oír su risa de cascabeles, y el otro, el de rascarme los dedos de los pies.-

¡Vaya mierda!

Avancé por la acera, entre la riada humana, dando codazos. Avancé como pude y me coloqué, al fin, en el centro de la calzada, delante de los cientos de coches que esperaban a que se abriera el semáforo. Dije entonces, en voz alta y con mis brazos extendidos: ¡aquí estoy, delante vuestro, para ser vuestro señor!
El semáforo se abrió y a los pocos segundos mi espíritu pudo ver, desde lo alto, cómo mi cuerpo atropellado se iba convirtiendo en una pulpa, apenas una mancha, y me dije: ¡Nadie me ha hecho caso. Esto es una mierda!.

LA VIRGEN

Recuerdo ese día como si lo estuviese viviendo de nuevo. Tengo 8 años. Miro a menudo con envidia una estatuilla muy pequeña de la Virgen María, de plata, y que mi madre tiene siempre colocada en la “coqueta” de su dormitorio. Esa imagen me atrae irresistiblemente. Al marcharme para ir al cole después de comer, en un impulso irreflexivo, y simplemente por la atracción que me produce, cojo la imagen, la guardo en un bolsillo y me la llevo.
Paso la tarde en clase mirando y admirando la estatuilla. Por fin salgo del cole, ya libre de las advertencias y reproches del maestro, del estilo de “no te distraigas”, o “¿a qué juegas?” En la calle, camino de casa, saco una vez más del bolsillo mi preciada imagen y vuelvo a admirarla en mi mano; le tengo cariño y ahora es mía, por lo menos hasta que la devuelva al sitio de donde la cogí. Le doy mil vueltas y la sigo mirando y remirando. La lanzo al aire, hacia arriba, y la recojo al caer. Me demuestro a mi mismo la gran habilidad que poseo y de modo incansable continúo jugando de ese modo, lanzándola cada vez a más altura. De pronto no logro cogerla en el aire y sin poder poner remedio se cae al suelo. No veo dónde ha caído. Doy vueltas y más vueltas a mi alrededor, buscándola, pero no la encuentro.
Revivo mi angustia al recordarlo, mi llanto interior, mi desespero. Había salido del Colegio a las seis de la tarde y la estatuilla la perdí apenas cinco o seis minutos después.
Llegaron a dar las nueve de la noche sin encontrarla y todo ese tiempo, las tres horas, las pasé buscando, obsesionado, la imagen de la Virgen que, por una tontería mía, había perdido. No podía creer que habiendo caído a mi lado, rozándome la mano, no estuviese en el suelo, allí mismo, a mis pies.
Di mil vueltas a mi alrededor, mirando, buscando y... rezando, rezando continuamente en mi interior y hasta en voz alta. Mi Colegio pertenecía a la Congregación de los Padres Salesianos, y en la mente tenía grabado un rezo que los Padres explicaban que era milagroso si llegabas a encontrarte en peligro, o en trance de morir “sin confesión”, pues La Virgen no lo permitiría
si lo pedías con verdadero fervor. Yo no estaba en trance de muerte, pero era tan importante para mi recuperar la imagen que pensé que si rezaba con fervor, con toda mi alma, la Virgen me ayudaría igual que si estuviera en peligro de muerte inmediata. El rezo era: “María Auxilium Cristianorum, auxíliame”.
Durante las horas en que estuve buscando la imagen, no dejé ni por un instante de repetirlo. ¿Cuántas veces lo repetí? ¿mil? ¿diez mil? Pero a pesar de mis rezos no encontré lo que buscaba; la Virgen no me auxiliaba. Había perdido su imagen y ella se había alejado completamente de mi. Ya se había hecho tan tarde, que mi angustia era un millón de angustias. Me
matarían al llegar a esas horas, pensé. Derrotado, emprendí mi camino hacia casa.
Llegué cansado y con miedo. ¿Qué explicaciones daría?. Decidí que cómo nadie me había visto coger la imagen, no diría nada, aunque sospechaba que acabarían descubriéndome, y seguramente, entonces, todo sería peor. A esa edad, por lo menos yo, no sabía como funcionaban las cosas ni sabía
pensar en lo que podría ocurrir después, así que cuando intentaba imaginarlo, simplemente no podía hacerlo.
Resulta que nadie se había preocupado por mi tardanza y al parecer nadie advertido la falta de la imagen. No me hicieron reproches por llegar a esas horas. Estaba casi finalizando el mes de Junio, recién comenzado el verano, y como en esos días las horas de luz se alargan mucho antes de hacerse de
noche no parecía que fuese tan tarde. Dejé en mi cuarto la cartera repleta de libretas, de lápices y de plumillas, y como un delincuente que desea ver otra vez el lugar donde ha cometido su delito, entré en la habitación de mis padres.
Y al mirar hacia la coqueta, vi que la estatuilla de la Virgen estaba allí, como siempre, donde siempre y durante años había estado.-

ME LLAMO WINSTON Y MI DESTINO ESTÁ A PUNTO DE CUMPLIRSE

Mi nombre es Winston, y aunque pueda pensarse que es un típico nombre de alguien de color, no es mi caso, pues yo soy muy rubio. Viajo en unión de otros compañeros, que al igual que yo, tenemos una misión encomendada. Deseo con ansia y miedo que llegue ese momento y espero poder cumplir con honor hasta el final.
La cápsula es pequeña y nos encontramos muy apretados aquí dentro. Seguiremos viajando de este modo hasta que lleguemos al final de nuestro viaje. Me gustaría ser el primero en salir pero tampoco me importa demasiado, puesto que si eso no ocurre, los que quedemos tendremos más lugar para estar cómodos.
Parece que se inicia la misión porque alguien, desde fuera, acaba de abrir la escotilla. ¡He sido escogido para salir el primero! El trato que me proporcionan es exquisito, cuidadoso diría yo, y me alegro, es lo menos que pueden hacer.
La emoción me embarga totalmente. Mi cuerpo, en un viaje indescriptible, describe una parábola por los aires hasta que por fin mi cabeza queda suavemente sujeta en un punto fijo. Advierto que este lugar en el que me han situado está ligeramente húmedo, pero noto que también es suave y muy agradable. Mi posición es ahora prácticamente horizontal y mi anclaje firme. Me siento cómodo y relajado, y a pesar de que en mi cabeza siento algo de frío por la humedad, al instante noto cómo se inflama y arde mi interior. Por fin sé qué se siente en estos instantes supremos. Percibo una sensación extraña al tener la certeza de que se está cumpliendo mi destino, y que al fin puedo contemplar, firme y feliz, mi ansiada transformación.
Mientras en esta maravillosa metamorfosis me veo a mi mismo brillando, también puedo ver que una parte de mi cuerpo, cada vez mayor, desaparece, ascendiendo lenta y majestuosamente en unas maravillosas, sorprendentes y bellas volutas, formando en décimas de segundo innumerables y distintas figuras que no puedo dejar de admirar.
Asciendo más y más. Una invisible y fugaz brisa lleva mis flotantes partículas de un lugar a otro, esparciéndolas y consiguiendo que se expanda mi ser infinitamente. Miro por última vez lo que queda de mi cuerpo, lentamente disuelto, pero acabo olvidándolo y me deleito con lo que me rodea. ¡Estoy uniéndome al mundo en espíritu ! ¡Ya soy uno con el mundo! ¡Es una maravilla! ¡Por fin formo parte de la inmensidad!.
Para que el mundo entero pueda saber cual era mi misión, gritaré que... ¡xhrtogm...! ¡y que ahora, mi nombre completo es: Winston FXqttWdo......!

Esto es una anotación técnica de la “Jefatura de Rescate Exterior De Pensamientos”. Es el informe sobre el pensamiento encontrado hoy, 2 de Mayo del 3080, en el espacio exterior.

El escrito que aquí se ha podido leer es una trascripción que se ha rescatado tras mucho esfuerzo y trabajo en el espacio exterior. Como sabrán, un equipo especialmente entrenado, y con instrumentos altamente sensibles, recopila desde hace años todo lo que en nuestro Planeta se llega a pensar y también lo que se dice con palabras, porque, como vulgarmente se suele decir, si a éstas se las lleva el viento, qué no ocurrirá, entonces, con los pensamientos. El objetivo del equipo es conseguir que ninguna frase o palabra llegue a poder perderse, pero especialmente, ningún pensamiento. Todo puede ser aprovechable y todo en aras de nuestra humanidad. Es importante, no solamente lo que se escribe, sino con mayor razón los pensamientos, que por sí mismos y en cuanto a sonoridad poco alcance tienen, sobre todo si nadie se hace eco de ellos. Nuestro lema es que ningún pensamiento debe perderse jamás. Si resulta después interesante o no el guardarlos, ya lo decidirán los expertos.
Soy el jefe de este equipo de rescate y me he ocupado personalmente de este pensamiento, ya que me pareció raro que pudiese escaparse tan fácilmente a nuestro control. Cuando mi primer capataz lo encontró rodando y sin rumbo, al no poderse hacer con él solicitó mi ayuda y yo se la di con mucho gusto. Una vez hube capturado y desencriptado el pensamiento completo, tuve dudas acerca de si la humanidad debía o no conocerlo, pero lo cierto es que no me siento capaz de juzgarlo, además de haberme sorprendido al saber quién había sido el autor del pensamiento, motivo por el cual lo envío a ustedes en este mensaje, debiendo decidir en ese Consejo si este pensamiento nos puede servir, ahora o en un futuro, y si conviene archivarlo debidamente. La firma del pensamiento no lograba descifrarse aunque es realmente reveladora, y cuando se consiguió descifrar ya no había lugar para ella al final del informe del pensamiento. Por ese motivo, encontrarán que apenas puede leerse, y los signos que se ven al final del pensamiento es lo que capté de esa firma en un primer momento. La adjunto ahora, ya debidamente descifrada. Podrán encontrarla al pie de este informe, y va debidamente señalada con tres X antepuestas:
XXX: WINSTON FUMADO

LA "MARCA" DEL GATO

El felino trepaba por el edificio, dejando marcadas en la fachada las huellas de sus fuertes y duras uñas. De repente, potentes reflectores iluminaron la noche.
- ¡Ya lo tenemos! ¡Lo hemos atrapado por fin! Así gritaban las cincuenta mil gargantas, pertenecientes a los policías y bomberos de la Ciudad, congregados al pie del edificio, llegando a oírse sus voces hasta en el último rincón de la Población. Gritaban, alborozados, por creer que habían conseguido sorprender a aquel gato, siempre huidizo, y que por las noches trepaba por los edificios, burlándose de las ordenanzas y de todos y estropeando las fachadas con sus garras.
La multitud invadía las calles; muchos vecinos habían bajado en pijama, presurosos, para no perderse nada del espectáculo prometido y esperado. Los bomberos se aprestaron a lanzar, a alta presión, grandes chorros de agua con sus potentes mangueras, dirigidas hacia el felino.
Los policías, mientras tanto, disfrutaban esperando ver caer al odiado gato, para apresarlo y hacerle pagar muy caro sus enfrentamientos y osadías. El gato no se sorprendió por la persecución, al contrario: estaba esperándola desde hacía mucho tiempo, la esperaba y la necesitaba para sentirse importante, para seguir sabiendo que él era el mejor. También sabía que aquello era un enfrentamiento en toda regla, de “poder a poder”. Desde lo más alto, desde la última cornisa que había logrado alcanzar, levantó su cola; lo hizo lenta, majestuosamente, y orientando su trasero hacía abajo, expelió un potente y largo chorro "made in gatuno" con toda la maestría de que era capaz. La gran sonrisa de felino astuto que iluminó sus facciones al ver que, como siempre, su puntería había sido certera, contrastó con las maldiciones que vomitaban los que se encontraban abajo, recibiendo esa especie de lluvia pestilente, recibiendo “la marca del gato”.
Los cincuenta mil policías y bomberos marcados, chorreando y llenos de ira por la nueva burla de su odiado enemigo, le imprecaron y protestaron, desesperados e impotentes.
El gato, muy satisfecho, con un último impulso grácil y elegante, saltó hacia arriba, hacia el tejado, y pudo vérsele allí, quieto, con su rabo erguido, dominando la Ciudad desde las alturas, recortada su imponente figura, silueta de porte impecable, en el cielo alumbrado por la luna; eso duró unos instantes, desapareciendo el gato a continuación, con su acostumbrada majestuosidad, a través de la noche.
Mientras aún resonaban las maldiciones de los policías, sobresalió por encima de todas ellas un largo y potente ¡MAUUUUU! que electrizó el ambiente húmedo de la calle. Y la multitud y los servidores públicos, cabizbajos y mojados, se retiraron apesadumbrados, dándose cuenta de que, una vez más, habían sido burlados y vencidos por el gato.-

GLORIA

“Para ti, inolvidable compañera, con mi fervoroso deseo de que, sea el que sea el lugar en el que te encuentres, que espero sea en el cielo, ahora seas feliz”

Gloria fue una atractiva y simpática compañera de oficina. Trabajábamos en la misma Empresa (A. y C. S.L.) pero la trasladaron a un departamento distinto, en un edificio contiguo, y solía visitarnos para saludar a las compañeras que allí había dejado. Yo la conocí cuando ella ya no trabajaba en mi departamento. De Gloria siempre me gustó su sencillez y su delicioso candor de jovencita. La recuerdo bien, al igual que ahora mismo me parece estar viendo su expresión risueña y la sonrisa que nunca abandonaba sus bonitos labios. Con el tiempo se llegan a olvidar personas y rostros, pero a Gloria no la olvidaré nunca; era una personita increíblemente dulce, con una personalidad que a nadie dejaba indiferente, y su visita era siempre motivo de alegría.
Nos hizo una visita precisamente el día que yo había estrenado un nuevo coche y me felicitó nada más entrar en el despacho. Sabía que yo había cambiado mi trotado 2 CV por un flamante SIMCA 1.000 y también lo contento que yo estaba por ese motivo. Me dijo, entre risas, que me tenía envidia porque su novio continuaba con un viejo SEAT 600 que ya había pertenecido a varios familiares antes de pasar a sus manos, y que con gusto se subiría conmigo en el Simca para dar una vuelta, si no fuera por el enorme miedo que le daba subir en un coche
Me explicó entonces, con más detalle, lo que yo ya conocía por sus compañeras, que ella y su novio sufrieron tiempo atrás un terrible accidente, y aunque a Gloria no le ocurrió nada, vivió momentos angustiosos al quedar su prometido en coma. Su prometido pudo felizmente recuperase al cabo algún tiempo, pero desde aquel accidente, Gloria no fue capaz de volver a subir a ningún automóvil, a pesar de intentarlo en muchas ocasiones y de desear sobreponerse a sus temores. Me dijo que era inexplicable que ella pudiera haberse salvado, pues el golpe que recibieron fue tan grande que el coche quedó totalmente destrozado, llevando la peor parte el lado que ella ocupaba. Tuvieron que intervenir los bomberos para sacarla de allí, pero que a ella, inexplicablemente, no le ocurrió nada. Desde entonces, tenía el convencimiento de que debería haber terminado sus días en aquel momento, pero que por una pirueta del destino, se escapó de ese final. Sin embargo, conocía perfectamente que la muerte esperaba, pacientemente, a que ella subiese de nuevo a un coche para llevársela, y que esa vez no podría ya escapar. Hacía mucho que no subía a ningún coche y a menudo discutía con su prometido por ese motivo. Los miedos de ella impedían que pudiesen disfrutar, siquiera, de pequeños desplazamientos si éstos debían hacerse en coche, a los que Gloria se negaba rotundamente. Mucho menos ir a la playa en verano, como tampoco otras muchas otras cosas si para ello debía depender del auto, y aunque él intentaba disuadirla de sus temores, viniendo incluso en alguna ocasión a recogerla con su 600 a la salida del trabajo, ella rechazaba subir y se marchaba en autobús. Nadie podía quitar de su cabeza el presentimiento de que su destino era el de morir en un accidente de automóvil, y pensar en ello le aterraba.
Me sobrecogió escucharla. No era ninguna tontería, pues Gloria estaba totalmente segura de lo que decía, y aunque yo quise hacerla ver que, precisamente por haberse salvado en ese accidente, estaba muy claro de que su de Pasaron varios meses desde aquella conversación. Un día nos comunicó, muy alegre y feliz, que ya estaba fijada la fecha de su boda. Estuvo conversando mucho rato con sus compañeras, que no dejaban de preguntarle mil detalles acerca de su casamiento. Les dejé hablando de esas cosas que les gusta tanto a todas las mujeres y me aposenté en mi escritorio. Desde allí pude escuchar, que a pesar de las muchas protestas de su futuro marido, quién deseaba hacer el viaje de bodas en coche, lo harían en ferrocarril. Todos comprendimos perfectamente la decisión de Gloria.
Yo me trasladé a otra Empresa y no había vuelto a ver a ninguno de mis antiguos compañeros hasta que un día, después de transcurridos muchos años, me topé con Guillén en un Aeropuerto. Nos reconocimos, nos dimos un abrazo y nos lamentamos mutuamente de no haber frecuentado nuestra amistad. Intercambiamos informaciones acerca de lo que habían sido nuestras vidas desde que me fui de la empresa en la que trabajábamos los dos. Sentimos nostalgia de aquellos tiempos y hablamos largo rato acerca de los antiguos compañeros. Cuando ya nos despedíamos recordé a Gloria, y sabiendo que eran amigos le pregunté por ella. Le dije que recordaba muy bien que poco antes de marcharme, Gloria nos había anunciado su inminente boda, y que yo suponía que, efectivamente, se habría casado y que... Pero Guillén me interrumpió enseguida. ¿Pero no lo sabías? me dijo, Gloria murió en su viaje de bodas, en un accidente de coche. ¡Pero si Gloria decía que nunca subiría a un automóvil en su vida! repliqué, y es más, continué diciéndole a Guillén, Gloria nos dijo que el viaje lo harían en ferrocarril... Si, me interrumpió de nuevo mi amigo, pero su novio, ya para entonces su marido, le convenció de que sus temores eran simples tonterías infundadas, creadas por su mente, y que para poder superarlo debía enfrentarse a ellos; Gloria se dejó convencer y se fueron en coche.
Ante esa noticia tan inesperada y desconcertante me quedé sin habla, y hasta creo que me quedé sin sangre en las venas. Pensé que era increíble que Gloria hubiese sabido siempre que ése sería su destino, y que finalmente y a pesar de ello hubiese aceptado viajar en un coche, creyendo sin duda que era, como decía su novio, un miedo infundado. Ciertamente, el destino es inevitable.
Guillén y yo nos despedimos, asegurándonos mutuamente que nos llamaríamos por teléfono y que no dejaríamos transcurrir en esta ocasión tantos años para vernos. La noticia del fatal accidente de Gloria, sin duda la conoció mi compañero en la época que sucedió, y posiblemente por ese motivo, y después de tantos años, no le veía yo demasiado pesaroso al contarme el fatal desenlace, pero para mi, conocer la noticia fue impactante, como si la muerte de Gloria hubiese ocurrido en el mismo instante que mi amigo me lo dijo.
En ocasiones, y aunque el transcurso de los años borra recuerdos y rostros, recuerdo bien a Gloria, con su agradable sonrisa y su porte sencillo y dulce. ¿Dónde estás ahora, Gloria? ¿Dónde te encuentras, querida compañera? Recordarte me produce pena y un profundo dolor. Durante años, y en ocasiones, te recordé con cariño y me preguntaba si estarías bien, y ahora sé que, si lo estás, no será en esta vida. Me inquieta saber que conocías cuál sería tu destino, que lo temías, y que a pesar de ello no pudiste evitarlo. Tu vida y tus temores fueron, y son, un misterio. Yo fui testigo de ello, y me estremezco al pensar en ese destino tuyo.
Rezo por ti, estimada compañera.-

DIÁLOGO CON DOÑA TECLA

—Caramba, doña Tecla, no me había fijado, pero ahora me doy cuenta de que está usted imponente, quiero decir... que está usted mayúscula.
—Ya lo sé, ¿no te gusto así?.
—Claro que me gusta usted mayúscula, pero no siempre. Ahora mismo, pues no, estando así me estropea el escrito.
—¿No siempre? Pues ya sabes lo que debes hacer, pazguato.
—Si, ya lo sé.
—Bien, hazlo entonces, rebájame a una condición inferior, quítame el honor de ser la primera, mézclame entre el vulgo, escóndeme entre
las demás dejándome minúscula...
—¡Eh! ¡Pare, pare! No se lance a lloriquearme. Es usted una exagerada y la encuentro patética.
—Naturalmente, las mayúsculas somos así, exageradas y orgullosas, pero no me llames patética, no lo soporto. Además, es injusto.
—Está bien, retiro lo de patética, lo siento. Sabe que siempre la
necesito, que es usted imprescindible, pero ahora debo...
—Vale, vale, de acuerdo, por un rato me conformaré con ser una más, pero te pido que no hagas los párrafos tan largos, prefiero más puntos y aparte, o seguidos, que me gusta lucirme a menudo.
—Por favor, doña Tecla, ¿ve cómo es una exagerada? Si apenas alargo los párrafos... y además, como mis relatos suelen ser cortos, pero escribo muchos, sale usted continuamente en los títulos. Debería agradecérmelo.
—Si, eso es cierto, gracias.
—Menos mal que reconoce usted algo.
—Es que me he acordado del último título en el que salí muy elegante, en negrita, y me ha emocionado; me gusta mucho salir de ese modo, vestida de gala con mi más preciado traje de noche.
—Bueno, pues ya ve que no la trato tan mal. Hala, y ahora la quito, ¿eh? Y no se enfurruñe, que pronto la volveré a sacar como a usted le gusta.
—De acuerdo, pero no tardes.
—Vale, hasta luego, doña Tecla.
—Hasta luego.

EL GATO AERÓBICO

Quiero presentarme a ustedes antes de explicarles la historia que, estoy seguro, les encantará conocer. Soy el representante del “gato aeróbico”, nombre por el que se conoce últimamente (aunque en círculos restringidos) a mi gato. Mi nombre no tiene importancia, excepto, claro está, para los que desean desde hace años contactar conmigo para poder contratar los servicios de mi gato, servicios que ni él ni yo deseamos ya ofrecer. Las habilidades de mi gato ya las conocen muchos de ustedes, supongo, puesto que se hizo famoso repentinamente a partir de su aparición en varios programas de televisión, y en el que una mayoría de público pudo verle y apreciar sus habilidades y su pericia. “El gato fantástico”, ése era su nombre artístico y del que presumía, siempre que podía, ante cualquiera. Desde luego, lo que más llamó la atención por aquel entonces a los espectadores, fueron sus enseñanzas de cómo caer desde una gran altura sin dañarse ni romperse todos los huesos. Recuerdo ese número y era verdaderamente espectacular. El gato se subía a lo más alto del escenario encaramándose por un cortinaje y después se lanzaba al vacío. Se lanzaba varias veces, una detrás de otra, sin descanso, haciéndolo de lado, de espaldas, de cabeza, y ni una sola vez dejó de aterrizar en el suelo sobre sus cuatro patas. Lo curioso, lo que asombraba de su espectáculo, era que a pesar de lanzarse tantas veces y de tantas maneras distintas desde tan alto, solamente se le veía subir hasta arriba, por las cortinas, al principio del espectáculo, porque luego, cuando se lanzaba una y otra vez, nunca podía verse cómo subía, tan rápido era, y tan pronto como su cuerpo tocaba el suelo después de uno de sus saltos, al instante se le veía arriba de todo, dispuesto a un nuevo lanzamiento. Ni yo mismo he llegado a saber cómo lograba hacer ese truco, porque a mi no me ha engañado nunca y estoy convencido de que era un truco, aunque desde luego muy bueno, eso sí. Pero lo importante eran sus enseñanzas, lo que el gato trataba de enseñar, que no de demostrar, pues en el fondo él siempre huyó de las demostraciones vanas. Y lo que quiso siempre fue enseñar, a que los que desgraciadamente se cayeran al vacío desde una gran altura, el modo de caer para que no tuvieran necesariamente que romperse la crisma. Consiguió, especialmente, una gran audiencia entre los obreros de la construcción, ya que llegaron incluso a fundar un club de fans dedicado a él. Luego, cuando dejó de salir en televisión porque las cámaras llegaron a aburrirle, se dedicó a enseñar aerobic. Nunca he hablado claramente con él acerca de esa decisión suya, pero creo que tuvo mucho que ver un pequeño accidente que le acaeció durante un rodaje en uno de los platós.
Aún recuerdo, como si fuera ayer mismo, sus increíbles acrobacias. Lo cierto es que un día, a pesar de su habilidad, llegó a caer sobre la punta de su rabo que, inadvertidamente, y así me lo confesó a mi más tarde, lo colocó mal durante la caída al distraerse con los focos. Cayó con todo el peso de su cuerpo encima de su propio rabo, rompiéndose el último huesecillo de la punta. Y desde entonces, la punta de su rabo quedó algo torcida, pues como siempre ha sido muy orgulloso, no quiso decir nada en aquel momento, sabiendo aguantar el dolor como un verdadero profesional. Podía yo haberme dado cuenta o haberme dicho él algo, pues hubiera procurado en aquellos momentos, que debieron ser terribles, pobrecillo, aliviarle el dolor y también enderezarle el rabito. Ahora, ya es mejor dejarlo como lo tiene; para mi gato es algo parecido a una herida de guerra, y cuando levanta su rabo puede vérsele la punta claramente torcida, de lo cual presume mucho.
Espero que después de tantos programas como hizo, mucha gente aprendiese a caer desde grandes alturas. Diré, en honor suyo y para aquellos que no pudieron verlo nunca, que el ejercicio consistía, sencillamente, en revolverse en el aire y caer con el cuerpo de forma horizontal, boca abajo y con los brazos extendidos, procurando aplanar al máximo el cuerpo y encoger al mismo tiempo el estómago. Mi gato lo hacía de ese modo, aunque en su caso extendiendo las patas. Gracias a las cámaras de alta velocidad podía apreciarse cómo aplanaba el cuerpo durante la caída y cómo era frenado, en su velocidad, por el mismo aire que recogía en su ahuecado estómago y que le servía a modo de elemental paracaídas. Cuando estaba a punto de llegar al suelo, recogía sus patas y caía sobre ellas, aunque procurando en el mismo instante de tocar éstas el suelo rodar sobre si mismo, dando muchas volteretas y evitando así recibir un fuerte y un único impacto en algún lugar concreto de su cuerpo. Yo sabía que el motivo de que sus lanzamientos los repitiese varias veces, era porque prefería ejemplos prácticos a dar demasiadas explicaciones. Siempre ha sido muy lacónico, y únicamente conmigo, y no siempre, se permite expansionarse hablando. Es todo un carácter.
Ahora, en el gimnasio, es conocido con el nombre de “El gato aeróbico”. Yo suelo asistir a sus clases porque no tengo otra cosa mejor que hacer y porque a él le gusta siempre verme cerca. Los alumnos siguen sus clases con atención y, aunque ya no hace las demostraciones de antaño, lo de arrojarse al vacío desde grandes alturas, demuestra que se mantiene en gran forma bailando sobre sus patas traseras y arrojándose al suelo al compás de la música, cayendo sobres sus patas delanteras con gran habilidad, al tiempo que levanta las de detrás. Y hace, y tiene, un gran repertorio de tablas de gimnasia de esa especialidad. Parece que sea de goma por las cabriolas que realiza. También posee un gran oído para la música y para seguir el ritmo. Sin embargo, últimamente le veo cansado, aunque no hay manera de que podamos hablar de ello, y cuando intento sacar la conversación y decirle que quizá ya es hora de retirarse, de descansar y de dejar de dar saltos, me mira de una forma especial y comienza a ofrecerme todo un extenso repertorio para convencerme de lo contrario: salta y se sube encima de lo que encuentre cerca y que esté relativamente alto respecto a su tamaño, intentando demostrarme que se conserva joven y ágil. Yo sé que no lo está, que se ha hecho viejo, que saltar así le cuesta mucho y que ahora tiene que hacer un gran esfuerzo para saltar. Sin duda está ya viejo, es ley de vida.
Y esta es la historia, y además de contarla porque sé que muchos se habrán preguntado desde hace tiempo qué habrá sido de aquel gato famoso que salía en la tele, yo quisiera que alguien me aconsejara sobre lo que puedo hacer para conseguir convencer a mi gato de que deje de impartir las clases de aeróbic. El dinero no me importa, tengo un gran cariño hacia mi gato y lo que no deseo es que pueda llegar a lesionarse, quizá gravemente, pues su edad ya es avanzada. Y no sé cómo explicárselo para que me haga caso.-

EL PACIENTE

Llegaron de más allá de la estrellas, de otros mundos muy lejanos. Ahora duermen; llevan durmiendo ocultos en las entrañas de este planeta desde hace varios siglos y están a punto de despertar. Y cuando lo hagan, todos los mortales temblarán de pavor. Ellos, los seres que ahora duermen, no son mortales, nadie sabe de qué están hechos ni quién les ha creado, pero son seres gigantescos que descansan de su largo viaje a la Tierra a través del espacio, viaje en el que tardaron mil siglos hasta llegar aquí. ¿Y que cómo lo sé yo? pues lo sé porque soy su guardián y fui fabricado por ellos a semejanza de los humanos para poder velar su sueño. Y ahora debo despertarlos, ha llegado por fin ese momento para el que me programaron.
El cirujano miró al supuesto paciente con gesto de resignación. En ocasiones recibía a personas que, más que necesitar de sus servicios, necesitaban un loquero. Se armó de paciencia y le dijo:
- Bien, bien, de acuerdo. ¿Y por qué me cuenta todo eso a mi?
- Pues mire, es que después de tanto tiempo de estar viviendo con ustedes, aquí, en este planeta, en la Tierra, ya me he acostumbrado a esta vida y es una vida que me gusta, y si alguien no me ayuda me veré obligado a hacer lo que no quisiera tener que hacer. Mi reloj interno me obligará a despertar a los gigantes y toda la humanidad sufrirá las consecuencias. Yo no soy humano aunque pueda parecerlo, pero tampoco soy como ellos, ya puede usted ver que puedo pasar perfectamente por una persona normal, es decir, como una persona cualquiera.
-Claro, ya lo veo, es usted igualito, igualito, a uno de nosotros.
El doctor le había contestado sarcásticamente, soltando sin poderlo remediar una pequeña risita, aunque trató de disimularla inclinando su cabeza al tiempo que intentaba conformar en su boca un gesto que, además de disimular su risa, pareciese de preocupación por lo que acababa de escuchar.
- Vamos a ver -continuó diciendo el doctor, recobrando su entereza y su seriedad- ¿Y qué es lo que puedo hacer por usted? ¿Qué espera de mi? Yo le aconsejaría un buen siquiatra, creo que lo que necesita son los consejos de un experto que pueda procurarle los medios para una buena relajación. Tenga la seguridad de que con un tratamiento adecuado podrá alejar todos esos pensamientos que le atormentan. Y el doctor comenzó a buscar en su agenda la dirección de un siquiatra amigo, para facilitársela al paciente.
- No, doctor, no ha entendido nada de lo que le he explicado. Yo no necesito la ayuda de un siquiatra. He venido a verle porque usted es cirujano. Extraerme el reloj no será complicado, simplemente hace falta habilidad, tener buenas manos como las suyas; con una adecuada incisión bastará. Mire, lo llevo aquí, en el sitio más cómodo y, por tanto, el más lógico para llevar un reloj. Y enseñó al doctor su muñeca izquierda. El doctor observó aquel brazo extendido y exclamó:
- ¡Pero hombre de Dios, si ni siquiera lleva usted reloj!
- Claro que lo llevo, ya le he dicho que es un reloj interno, insertado por los gigantes. Acerque su oído a mi muñeca y escuchará su tic-tac.
- Eso es el pulso, amigo mío, si no tuviese pulso, estaría muerto. Y, de nuevo, el doctor no pudo reprimir una sonrisa que esta vez no se preocupó en ocultar, pero el paciente insistió: no doctor, yo no tengo pulso. Y acercó su muñeca al rostro del doctor, de forma que éste pudiera oír el sonido de lo que, insistía, era un reloj interno. Y el doctor, por complacer, por seguirle la corriente, acercó su oído a la muñeca extendida. Y lo que oyó, fue: tic.tac, tic.tac, tic.tac, un perfecto sonido de reloj, un perfecto, nítido y metálico sonido de reloj. El doctor echó entonces bruscamente su cabeza hacia atrás y miró directamente a los ojos del hombre.
- ¿lo ha oído, ¿verdad? le dijo el supuesto paciente. Auscúlteme ahora el corazón y se dará cuenta de que no late, de que no tengo un corazón como los humanos.
El doctor, mecánicamente y por seguirle la corriente, le auscultó.
- Mire, ha logrado influenciarme, dijo el doctor al paciente, con un tono de voz contenido, pero algo furioso.
- Pero lo ha oído ¿verdad? Ha oído el reloj y en cambio no ha podido oír latir mi corazón.
- Si, lo cierto es que he escuchado perfectamente el reloj y no su corazón. Tiene razón, habrá que extraerle ese reloj. Lo que va a tener que hacer es, primero de todo, visitar al siquiatra. Es imprescindible una buena preparación previa para que más adelante... pueda yo extraerle ese reloj.
- No, doctor, no hay tiempo para preparaciones, tiene que ser hoy mismo. He esperado demasiado porque tenía dudas, pero el plazo vence esta noche, y si ahora no me extrae el reloj nada podrá hacerse, y los gigantescos monstruos despertarán e invadirán este planeta, destruyendo toda la vida que encuentren a su paso.
El doctor, sin apenas escuchar las protestas del hombre, garrapateó una dirección -la del siquiatra amigo- en una pequeña hoja de papel, y sin más preámbulos, introdujo la nota en uno de los bolsillos de la chaqueta de su paciente. El hombre seguía protestando, pero el doctor, empujándole suavemente, le acompañó hasta la salida, cerrando inmediatamente la puerta. Se quedó tras ella durante unos momentos, escuchando, pues el hombre, ahora, gritaba: ¡moriremos todos, doctor! ¡moriremos sin remedio si no me opera y no desconectamos el reloj!. El cirujano se quedó pensativo durante un corto instante, desconcertado. Finalmente, y moviendo la cabeza con disgusto por la insistencia de aquel loco, tan loco y tan persuasivo que hasta había logrado influenciarle de aquel modo, decidió dirigirse a su despacho y no seguir escuchándole. Sin preocuparse más por lo que pensó que no era más que un simple, aunque también un disparatado y desagradable incidente, se dispuso a recibir a su próximo paciente.-

LA HUMANIDAD DEL FUTURO

devoradores de árboles


Después de mil siglos transcurridos y mil hecatombes sufridas, la Tierra era por fin un Planeta pacífico, apacible y bucólico. Un gran silencio imperaba por doquier ofreciendo una gran sensación de reposo, paz y tranquilidad. La mayor actividad que se detectaba era la de algunos pocos robots genéticos fabricados siglos atrás, dedicados por completo a abonar sistemáticamente las vegetación de la Tierra. Los robots se alimentaban de animales criados por ellos mismos en pequeñas granjas, siendo esos recursos los necesarios y perfectamente suficientes para proporcionarles toda la energía que precisaban.
El Planeta estaba cubierto en casi su totalidad por una espesa y alta vegetación. La Tierra entera era una jungla, una gran selva de color verde amarillento y salpicada de elevados edificios que, a pesar de su gran altitud, apenas lograban sobresalir entre tanta frondosidad. Las construcciones se encontraban rodeadas por árboles gigantescos que alcanzaban una altura igual a la que éstas tenían, y estaban prácticamente engullidas por las ramas y hojas que crecían descontroladamente. No existían ciudades: éstas habían llegado a formar una perfecta simbiosis entre ciudad y jungla, y los miles de edificios existentes, que ocupaban la mayor parte de la superficie terrestre, no formaban
Tampoco existían avenidas, por supuesto, ni carreteras, ni anchos caminos, únicamente estrechos senderos por los que circulaban algunos robots. Las entradas y accesos a los edificios hacía mucho que no se utilizaban, y se encontraban completamente invadidas por la vegetación. Únicamente quedaban libres las ventanas, en las que podía verse cómo se asomaban por ellas lo que parecían seres humanos. No existían pájaros ni animales que no fueran los criados por los robots en sus granjas. Tampoco existían ciudades: éstas habían llegado a formar una perfecta simbiosis entre ciudad y jungla, y los miles de edificios existentes, que ocupaban la mayor parte de la superficie terrestre, albergaban en su interior a los habitantes de la Tierra que, durante el período de luz, y sin salir de sus viviendas, no hacían otra cosa que alimentarse, silenciosa y continuadamente, de las pálidas hojas de los árboles que crecían y reptaban por sus moradas.
La vegetación hubiera engullido totalmente el interior de las viviendas de los seres que poblaban la Tierra en esas condiciones, si no fuera porque éstos precisaban de esa vegetación para subsistir. Por las ventanas de los edificios podía verse a las criaturas, sin apenas diferencias físicas externas entre los dos sexos, extremadamente delgadas, con los cuerpos desnudos, pálidos y cubiertos con ralos pelos. Los rostros que se asomaban eran alargados, de tez tan extremadamente pálida como la de sus cuerpos y con grandes ojos claros faltos de toda expresión. En sus estrechas cabezas podían observarse largos cabellos de color indefinible, cabellos que les llegaban hasta las caderas y que se unían y confundían con el escaso pelo de sus cuerpos. Esos seres famélicos se asomaban incesantemente por las ventanas y estiraban los brazos para arrancar con sus manos las hojas de los árboles, hojas que una vez en su poder llevaban a sus bocas, masticando y deglutiéndolas lentamente sin denotar ninguna expresión en sus anodinos rostros y sin importarles algo más que no fuera continuar alimentándose. Esos seres ofrecían la impresión de ser un reflejo de la vegetación que les rodeaba, su aspecto era parecido al de las mismas ramas de los árboles de los que dependían para recibir su alimento, eran como otras ramas independientes y con vida propia, ramas con cuerpo y cara de humanos y que mantenían una lucha perpetua contra la flora que paradójicamente les alimentaba. Su lucha era comer constantemente para vencer a la jungla, o ser absorbidos por ella. Todo el orden y la actividad de sus vidas era comer. Si dejasen de comer, perderían energía para poder realizar el esfuerzo de seguir comiendo y, si no comiesen continuamente, la flora crecería de tal modo que llegaría a ocupar y a taponar los únicos espacios que seguían estando libres: las ventanas. Muchas raíces ya habían conseguido penetrar por una gran mayoría de ellas, invadiendo el espacio interior y obturándolas completamente. Los seres que habían vivido en esas habitaciones, y que se habían alimentado durante toda su existencia a través de esas ventanas, hacía tiempo que habían perecido. Sus restos, un abono perfecto, habían sido aprovechados por las mismas plantas.
Era en la hora de penumbra, durante esos pocos minutos que La Tierra disfrutaba de oscuridad, cuando las criaturas dejaban de asomarse al exterior de los edificios y abandonaban la actividad de alimentarse. Durante ese corto espacio de tiempo en el que cesaban de comer, algunos intentaban reproducirse. Entonces, en ese lapso nocturno, se podía oír, con sorda intensidad, grandes crujidos de ramas y el rumor acelerado de la vegetación al crecer. El Planeta, fuera de esos sonidos, se encontraba rodeado por un silencio sepulcral. Apenas transcurridos los minutos de total oscuridad, tan pronto como comenzaba a alumbrar el pálido y gigantesco Sol, aparecían de nuevo los famélicos seres, asomando por las ventanas. Asomaban sus pálidos y escuálidos cuerpos, estiraban sus esqueléticos brazos por el vigoroso entramado de los frondosos árboles que les mantenían sumidos en una suave penumbra, y arrancaban sin cesar las hojas que les servían de alimento.
Y los robots, durante las veinticuatro horas, ignorando los días y las cortas noches, seguían haciendo el trabajo para el que habían sido programados: abonar sin descanso el planeta.-

DE NUESTRA HISTORIA RECIENTE

Cuando aparecieron de pronto en los principios del siglo XXII, el espantó llenó los corazones de todos los habitantes de la Tierra. No se les vio en seguida porque, precediéndoles, llegó una niebla que invadió el Planeta. La niebla comenzó a llegar de lo más alto de los cielos y fue bajando hasta los llanos, se extendió luego como un gigantesco abanico, penetrando hasta en el más mínimo rincón, y una grisácea oscuridad fue la dueña absoluta de campos y ciudades.
En las ciudades, la gente no se atrevía a salir de sus casas porque no podía ver más allá de un palmo de distancia. Ocurrieron muchos accidentes: los faros de los vehículos no podían nada contra la niebla; ni siquiera la policía conseguía, con los más modernos adelantos, penetrar la tremenda neblina. Fueron unos días en los que la humanidad, perpleja ante el fenómeno, se encontró desvalida y abandonada del Todopoderoso; vieron que su fin estaba cercano, un fin sobre el que ningún científico había sabido alertarles, y comenzaron a rezar; rezar era lo único que podían hacer. En los grandes núcleos urbanos se concentraron las multitudes para alabar al Señor y rogar su piedad. Esa gente, así reunida, no se veían entre ellos, pero se cogían de las manos y cantaban sin cesar, cantaban y lloraban rogando misericordia.
El caos era total: las transacciones comerciales se había paralizado, los alimentos habían desaparecido de las tiendas y supermercados y los transportes no podían circular para reponer la comida. Los mandos de todos los ejércitos del mundo no sabían qué hacer, no podían luchar ni tampoco sabían contra qué hacerlo. Y de pronto, transcurridos 14 días de constante niebla... aparecieron unos seres impensables para nosotros.
Se les pudo ver por la luminosidad que rodeaba a sus cuerpos: eran rechonchos y portaban un anillo luminoso que parecía flotar alrededor de su cintura sin que el anillo llegase a tocarlos. Aparecieron sin más, sin que nadie hubiese podido ver cómo habían llegado. No eran humanos y procedían de algún remoto planeta, quizá de alguna lejana Galaxia.
Pronto hubo contactos del más alto nivel, y a los dos días, los seres extraños que nos invadieron, desaparecieron, así como también la niebla desapareció paulatinamente hasta no dejar rastro alguno.
La vida en La Tierra se restableció y los jefes de estado se dirigieron por televisión a los integrantes de sus naciones. En general, los mandatarios dijeron aproximadamente lo mismo:
No hay peligro y no volverá a ocurrir, nos han dado garantías. Los saturninos son seres extremadamente afectuosos, como algunos habréis podido contemplar. Son bondadosos, y sus grandes sonrisas y sus cuerpos rechonchos nos producirían una gran hilaridad y un enorme afecto hacia ellos, si no fuera porque su civilización es antagónica a la nuestra y su proximidad nos resulta letal. Las nieblas y los gases que producen sus anillos, fuente de vida para ellos, nos ahogan al anular el oxígeno que necesitamos para respirar. Al visitarnos, desconocían el daño que podían causarnos, y cuando se han dado cuenta de lo que nos ocurría han regresado con rapidez a su planeta, Saturno. Ellos necesitan de la niebla para subsistir, necesitan de su vapor y humedad, igual que necesitan el anillo que rodea, no sólo a su planeta, si no también a sus cuerpos. El anillo es pura energía, y esa energía es la que les alimenta y les mantiene con vida. Desconocían que sus efectos podían aniquilarnos, pero tan pronto lo han advertido se han dado prisa en regresar a su lugar de origen. Nos han pedido excusas y han lamentado que no podamos intercambiar conocimientos personalmente. Las miles de muertes originadas por el ahogo que sus anillos produjeron al absorber nuestra atmósfera los alertaron, y apenas se dieron cuenta del mal que causaban, contactaron con nuestros gobiernos y abandonaron el Planeta. Podemos estar tranquilos, aunque sentimos profundamente las bajas que han habido. Pero los saturninos nos han prometido reparar en lo posible el daño ocasionado, y para ello, nos enviarán una sonda, desde Saturno, con lo que podremos gozar de una energía inagotable para nuestras casas, para nuestras fábricas, para todo lo que necesitemos.
Hermanos: ¡Una nueva era comienza para nosotros!.-

BELLAS MELODÍAS INDEFINIDAS

Ver los campos llenos de campanas bastantes crecidas me producía una gran satisfacción. Al agacharme me fijé en que los badajos parecían querer asomar y que muy pronto nacerían. Golpeé ligeramente y con extremo cuidado a una de las campanas escuchando atentamente: pude oír cómo su sonoridad se extendía por los aires contagiando a las demás en un eco multiplicado suavemente. Había que escuchar con verdadera devoción para oírlo, pero en eso yo era un experto.
En esta época convenía excitar a las campanas para que los badajos nacieran fuertes y robustos, y cada mañana, muy temprano, cuando todavía el rocío cubría los campos, yo las estimulaba adecuadamente; era mi misión, misión que por otra parte me encantaba, pues además de que los sonidos que arrancaba de ellas eran imprescindibles para que, con las vibraciones, pudieran desprenderse del rocío que la larga noche había depositado encima, y que podía serles perjudicial si el sol llegaba a secarlo antes de que se hubieran librado de él, la sinfonía producida por tantos miles de frutos metálicos de distintos tamaños me extasiaba de placer.
Ya estaba cercano el día en que, cuando los badajos hubiesen nacido, las campanas repicarían extendiendo sus dulces melodías por si solas y ya no me necesitarían.
Y más adelante, una vez recogida la cosecha, prepararía los campos para que el próximo año pudieran nacer, de nuevo, bellas y resonantes campanas.-

AUTOPSIAS DE LA VISIÓN

- Bien, chicos, hay que levantar el cadáver y llevarlo inmediatamente al instituto de fotoceregrafía. Deben revelar el cerebro del muerto antes de que se le nublen las imágenes. Y mantened el secreto como hasta ahora, que si esa técnica llegase a ser del domino público, pronto encontraríamos a las víctimas sin cabeza.
- Vale, jefe.
- Y mañana quiero ver la fotografía del asesino en todos los periódicos. Supongo que entendéis lo que eso significa: que tan pronto tengamos los datos en nuestro poder, es decir, la película de lo sucedido grabada por el cerebro del asesinado, tendremos al culpable. Ocúpate tú de ello, Manuel.
- Si jefe ¿Y qué hago con las secuencias del vídeo?
- Pues como siempre, Manuel, que no te enteras: mantienes archivado el vídeo hasta que podamos capturar al asesino y presentemos más adelante la filmación, como prueba evidente.
- Claro, jefe, como siempre, si, pero me refería a todo lo demás, a lo que ya sabe que el fiscal hace luego con la recuperación de imágenes, que las colecciona cuando todo ha terminado. Dejo que se las quede?
- ¡Ese maldito fisgón! Siempre se está aprovechando de nuestro trabajo... seguro que se ha enriquecido con los conocimientos que nuestro laboratorio le ha ido proporcionando. De momento no podemos hacer otra cosa que entregarle un duplicado de todas las cintas, pero eso se acabará pronto, ya sabéis que los jueces están discutiendo sobre la conveniencia de si la película de un fallecido debe destruirse, entregarse a los herederos, o considerar las filmaciones como material reservado. Hasta que los jueces no decidan lo más conveniente, será mejor que se las entreguemos al fiscal, como hasta ahora.
- Vale, jefe, pero lo que es a mi, no me haría ninguna gracia que nadie, y mucho menos mi familia, pudiera contemplar al detalle lo que yo he llegado a ver y a vivir durante todos los instantes de mi vida, creo que eso es algo completamente privado, como los pensamientos, y que todo ello debería desaparecer cuando la persona dejase de existir.
- Claro, Manuel, a mi tampoco me haría ninguna gracia, pero una autopsia es... una autopsia.-

AMADO PLANETA AZUL

Durante toda mi vida había anhelado poder regresar a la Tierra. Cuando la abandoné tenía solamente siete años; ahora tengo cuarenta y ocho. Y ni un solo día dejé de pensar en ello, en mi regreso.
Recuerdo el viaje con mis padres, a bordo de una gran nave a través del espacio: somos pioneros, me decían muy contentos. Y recuerdo haber contemplado a través de los inmensos ventanales de la nave a nuestro Planeta, intensamente azul, flotando en el vacío y cada vez más pequeño, más lejano, hasta que se perdió en la distancia, en el infinito del Cosmos, o no perdimos nosotros y dejé de verlo. Luego, nos dormimos. Eso no lo recuerdo, lo sé porque conozco los detalles de nuestro viaje por haberlos leído innumerables veces en los libros de historia. Solamente rememoro haber despertado después de un largo sueño, y oír como gritaban todos en la nave, alborozadamente; y cuando miré por los ventanales, después de la larga hibernación que también luego supe que había durado años, vi un Planeta gris que en nada se parecía al que habíamos abandonado. Y sentí pena porque, ese Planeta al que nos dirigíamos, no era tan bello ni tan espectacularmente lleno de colorido como nuestra querida Tierra, ya tan lejana. Pero nuestra llegada marcó un hito en la historia de la civilización del Planeta que nos acogió; lo bautizaron de común acuerdo con el nombre de “Humano”.
Durante meses fueron arribando a Humano muchas otras naves parecidas a la nuestra, al principio tal y como estaba previsto hasta que, sin poder conocer los motivos, dejaron de llegar todas las que esperábamos; eso alteró los planes de nuestra Colonia, haciéndonos más difíciles los comienzos en el Planeta gris.
Crecí, estudié y trabajé duramente. Me casé... y no tuve descendencia, ninguno de nosotros la tuvo, ningún humano. Mis padres murieron y también mi mujer. Nada me ataba ya a Humano y seguía sintiendo una gran nostalgia por la Tierra. Deseaba morir en el lugar donde nací y anhelaba poder regresar al Planeta azul antes de hacerme demasiado viejo, antes de que los achaques causados por los años me hicieran desistir de efectuar un viaje tan largo a través de las estrellas.
Nuestra tecnología, gracias a las últimas naves que llegaron de la Tierra, había avanzado lo suficiente como para que no fuesen necesarias naves gigantescas para surcar el espacio. La comunidad me facilitó una pequeña nave, suficientemente maniobrable para poder manejarla yo solo. Todos me ayudaron en los preparativos, ellos también correrían esa ventura mía desde sus pensamientos, y me dijeron que quizá, de ese modo, la Tierra, que les había olvidado, volvería a contar con ellos.
Cuando después de muchos años de viajar hibernado por el espacio al fin llegué a contemplar nuevamente desde lejos mi Planeta, tantos largos años añorado, la emoción que me embargaba fue aumentando hasta que rompí en sollozos al aproximarme a él.
El Planeta azul era más azul que nunca y tan bello como yo lo recordaba desde niño. Y cuando entré en su atmósfera, el azul continuaba siendo intenso, tan intenso como el color del mar que lo anegaba por completo.
Sobrevolé ese mar durante incontables horas, buscando angustiosamente, intentando hallar aunque fuese solamente un metro cuadrado de terreno seco pero sin lograr encontrarlo, mientras mis ojos, antes llorosos por la emoción del regreso, derramaban ahora incontenibles lágrimas de dolor ante
el uniformado color azul, ese color amado que durante tantos años había yo añorado y que ahora examinaba con odio por dominar totalmente a mi querida Tierra.
Puse finalmente rumbo a las estrellas lejanas de donde había venido y abandoné la Tierra, mientras reía histérica y amargamente por la paradoja de su nombre y al comprobar que mi largo viaje de regreso había resultado inútil, que mi origen y mi pasado eran ya algo remoto y que únicamente podría, en adelante y mientras viviese, rememorarlo como si fuese un sueño que nunca existió más que en mi mente.-

PERRI, TELÉFONOS, CHIPS Y UNAS CUANTAS COSAS MÁS...

Acababa de llegar a casa, cuando sonó el timbre del comunicador.

--¿Dígame?
--Le habla la Compañía de Transmisiones (en adelante, “La Compañía”) Estamos actualizando los aparatos de su sector. Le rogamos encarecidamente que tan pronto haya terminado Vd. de oír este mensaje, cuelgue el receptor, se separe del aparato y no vuelva a tocarlo hasta que se haya efectuado el cambio. Cualquier problema que ocurra, si no sigue las instrucciones, será en exclusiva bajo su responsabilidad. La actualización durará aproximadamente un par de minutos. Si posee animales domésticos, o de compañía, tenga cuidado con ellos para que tampoco se acerquen al comunicador ni lo toquen mientras dure el proceso.

Quise preguntar, pero al instante me di cuenta de que no había opción para ello, era un mensaje grabado, como lo había sido en todas las actualizaciones anteriores.

Colgué el terminal y coloqué debajo la pequeña bandeja protectora. La función de la bandeja, entregada por la Compañía al adquirir por primera vez el comunicador era salvaguardar, durante las actualizaciones, lo que se encontrase debajo del aparato. En este caso, mi apreciada mesa rinconera fabricada en transcetatovilo, modelo que ya no estaba a la venta por haberse quedado el Gobierno con la patente del invento y haber prohibido su fabricación comercial. El transcetatovilo era un material único, descubierto o inventado a principios de siglo y cuya cualidad principal, y verdaderamente espectacular, era la de ser completamente transparente y prácticamente indestructible, aunque tenía, al parecer, ventajas aún mayores. Por esas ventajas y otros motivos, de momento ocultos, se había quedado el Gobierno con su exclusividad. Su transparencia no era como la del cristal, iba mucho más allá, la transparencia del transcetatatovilo era tan absoluta que, cualquier objeto que se colocase encima de ese material, daba la impresión de que se mantuviese en el aire por sí solo, como si flotase sin nada que lo sujetase o mantuviese, de ahí el nombre con el que lo bautizaron. Mi mesa rinconera podía verse, aunque es un decir, pues sería mejor utilizar la expresión intuir, o incluso “adivinarse”, por los pies de metal que la adornaban, y cuya función era la de evitar que, a pesar de haberla colocado en un rincón, se pudiera inadvertidamente, en algún despiste comprensible y no previsto, tropezarse con ella. El tapete, que más tarde compré y que coloqué en la superficie de la mesa para adornarla, fue porque me causaba inquietud la impresión de que el comunicador reposase en el aire sin, al parecer, nada que lo mantuviese ahí, aunque supiese que debajo existía una superficie sólida y prácticamente indestructible. La bandeja protectora, accesorio imprescindible, no dejaría que el tapete se dañase durante el transcurso de la actualización. Me aparté como me habían indicado y busqué con la mirada a mi mascota Perri.

¡Perri!, ¿dónde estás?, llamé al no verlo en el salón. Esperaba que apareciese trotando, pero sólo recibí un lejano gruñido que creí localizar en la cocina. Cuando le busqué allí, vi que Perri estaba comiendo sus croquetas revitalizadoras, y cuando mi perro se recargaba no atendía a nada que no fuera tragar, una tras otra, las pequeñas baterías que le mantenían activo durante veinticuatro horas. Cerré la puerta de la cocina por precaución, para que a Perri no se le ocurriese salir en ese momento y se acercase al aparato.

Perri era una buena mascota, me había costado bastante dinero pero no me arrepentía, eso hacía que yo lo valorase en su justa medida, además de que me hacía mucha compañía y le había tomado cariño. Cuando lo compré, me dijeron que su duración sería mayor que la del perro que tuve anteriormente. Hacía ya dos años desde que salí de la tienda con él en brazos, y siempre, desde entonces, me había satisfecho su adquisición. Perri es cariñoso, fiel y muy divertido.

Tan pronto hube cerrado la puerta, comencé a oír en ella unos golpes: era lo único que no admitía mi perro, sentirse encerrado. ¡Quieto, Perri! le grité; esa orden era una de las 24 órdenes que me habían asegurado que este tipo de mascotas obedecen cuando ya se han acostumbrado a la voz de su amo, "aunque no siempre, no en todas las ocasiones", me había dicho la vendedora con gesto cómplice, mientras sonreía al decírmelo. Esta vez, pensé, debía ser una de esas ocasiones. Repetí mi orden y esperé unos segundos, pero Perri siguió golpeando sin hacerme caso. Como advertí que los golpes eran suaves y no dañarían la puerta, ni tampoco Perri podría hacerse daño a si mismo ya que su estructura estaba fabricada con materiales garantizados, no hice caso de su enfado y fui de nuevo al salón para no perderme la actualización. Lo hice a tiempo de poder ver el proceso y vi cómo mi aparato telefónico se convertía en algo parecido a una pequeña esfera incandescente y, tan luminosa, que tuve que taparme los ojos con las manos para no ser deslumbrado. En pocos instantes, el comunicador se transformó en un nuevo aparato reluciente y muy atractivo, con una pantalla moderna de un aparente y agradable color rosado. Menos mal, me dije, pues ya estaba cansado de aquel mamotreto de estética poco atrayente y que, además, nunca llegó a transmitir imágenes nítidas. Una luz roja parpadeaba ahora en el nuevo teléfono acompañado de un sonido agudo, penetrante y molesto que me hirió los oídos. Me acerqué, levanté el pequeño aparato, mucho más pequeño ahora que el anterior, maravillándome de su liviano peso, y saqué de debajo la bandeja protectora, guardándola en un estante cercano. La bandeja protectora era necesaria para las continuas actualizaciones y debía tenerla a mano. Levanté el auricular y una voz con timbre metálico, parecida a la que me había hablado antes, me dijo: su teléfono ya está actualizado; ahora, haga el favor de colgar y lea las instrucciones que encontrará en la base. Y eso hice, colgué y miré debajo, en la base, y vi un pequeño letrero luminoso con letras fluorescentes. Leí: “su número ha sido cambiado por exigencias del nuevo servicio”

Conocer que me habían cambiado otra vez el número me fastidió bastante, tendría que hacer tarjetas de visita nuevas... pero continué leyendo: para activar su número debe activar primero el programa. Si desconoce cómo efectuarlo, póngase en contacto con La Compañía; deberá hacerlo a través de su propio terminal, pero recuerde que para que podamos atenderle deberá indicarnos su nuevo número. Me quedé perplejo y leí varias veces las instrucciones sin llegar a entenderlas. Lo cierto es que el día en la planta de reciclaje había sido muy duro y me encontraba algo cansado. Resignado por el momento a no poder comunicarme con nadie, me acomodé en mi sillón antigravitatorio dispuesto a ver un rato de telegital, mientras meditaba cómo poder seguir las indicaciones de la Compañía, aparentemente tan contradictorias. Pulsé el mando que accionaba a distancia las persianas, y cuando una suave penumbra comenzó a invadir la habitación recordé a Perri.

Advertí que Perri continuaba dando golpes en la puerta de la cocina. Me incorporé y fui a abrirle. El contento de Perri se hizo evidente cuando de su garganta salieron unos ligeros ladridos, mezclados con el especial y agradable ronroneo propio del avanzado modelo que Perri era, ronroneo con el que conseguía transmitir una sensación placentera a quien lo escuchase. Contento por no continuar encerrado, Perri me acompañó haciendo piruetas y moviendo el rabo sin cesar hasta mi sillón, en el que me aposenté de nuevo después de activar el botón en el programa número 3, el de ligera antigravedad, con el que me sentía sumamente cómodo. Perri se echó a mis pies.

En la telegital estaban echando una muy vieja película de gángsters y detectives. Centré mi vista en una de las pantallas que me resultaba más cómoda desde la postura que había adoptado en mi sillón ergonómico. Anulé los demás monitores y subí el sonido de la tele, porque el pitido que emitía el teléfono era persistente y molesto y no había encontrado el modo de pararlo.

No me gustó la película, pensé que era un absurdo ver en qué forma debían desenvolverse los detectives para atrapar a los "malos". Esas películas tan antiguas no deberían reponerlas, aunque admito que siempre hay a quién le gustan, pero es inconcebible que alguien pueda sumergir en ellas la atención cuando no tienen nada de realidad actual, no son más que ingenuas reliquias del pasado. Yo prefiero las actuales, más complicadas pero reales o, al menos, más plausibles. Me entusiasman las pelis en las que el protagonista logra eludir los sofisticados sistemas de vigilancia, así como todos los controles de las miles de cámaras que filman continuamente nuestra vida entera en el planeta y ver, con verdadero deleite, cómo consiguen "escapar" del control personal, este control al que todas las personas nos vemos sometidos por los chips que nos implantan desde nuestro nacimiento; eso sí es emocionante, y cuando uno ve esas películas se sienten verdaderas ganas de emular al héroe y, como él, buscar al increíble científico capaz de desactivarnos los implantes sin peligro para nuestra vida y conseguir al fin la libertad. Pero... ¿libertad? ¿dejar de pertenecer al engranaje? ¿Y qué podríamos hacer, entonces? ¿Cómo podríamos vivir?. Es una utopía pero es mi sueño, el sueño de todos, un sueño inalcanzable, lo sé, un imposible. En eso envidiaba yo a la gente que había vivido en siglos anteriores, sin apenas tecnología, sin estos avances que ahora poseemos pero que nos atenazan y nos hace ser para siempre prisioneros del "sistema" imperante.

El aburrimiento me domina y no dejo de estar preocupado por el problema de no tener teléfono. Decido ir a echarme un rato en la cama y me levanto del sillón, accionando al mismo tiempo el mando de los multimonitores, cuyas pantallas se extienden por toda la casa, para no perderme ninguna escena que pudiera ser interesante mientras camino hacia el dormitorio. A pesar de que contemplar la proyección de esta película no me termine de gustar, me fascina ver el pequeño cilindro blanco que el protagonista lleva colgado de la boca, encendido con una lumbre en un extremo, expeliendo sin cesar un humo ligeramente azulado, y extraño, en pequeñas nubecillas, y que se diluyen apenas en contacto con el aire; cigarrillos, los llamaban. Y el actor, un tal Bogart, alguien famoso , al parecer, y cuya fama se había acrecentado a pesar de los años transcurridos. Camino de mi habitación sigo viendo en las pantallas la vieja película. Me echo en mi cama, rellena en su interior con la última moda de gas inerte y me siento muy cómodo y relajado. Centro de nuevo la imagen en uno de los monitores, apagando los demás, y al rato noto una grata laxitud. Antes de dormirme, apago también la pantalla que estoy viendo y me instalo en la muñeca el cerebrocontrol de imágenes para seguir recibiéndolas, ahora con los ojos cerrados. Pronto las imágenes se desvanecen, igual que mis pensamientos, y me siento inmerso en un apacible sueño mientras mi cerebro capta el final de la película que, más tarde, cuando despierte, podré recordar.

He debido estar dormido unos cuarenta minutos, todo un récord. Normalmente no logro dormir más de veinte minutos seguidos, pero la telegital y el ronroneo de Perri hacen milagros. Desconecto el cerebrocontrol pero me siento incapaz de levantarme, sigo cansado. Conecto los monitores y veo que siguen con la misma película; cambio de canal, aburrido, y me sorprende la entrevista que en teledirecto están haciendo a un sujeto, uno de tantos inútiles como existen y que denigran nuestra sociedad. Parece que en una de las actualizaciones de comunicador, igual que la que acababan de hacer al mío, el hombre no siguió las instrucciones y no soltó el aparato. Fundió el teléfono y, lo que es peor, dejó a todo un sector entero de población sin comunicación. Los servicios de vigilancia de las cámaras personales que lo habían grabado todo, como siempre, denunciaron inmediatamente el hecho y rápidamente acudió a su domicilio un equipo aéreo. El equipo de recuperación le curó el brazo... y le apresó. Llegaron a tiempo de recuperarle el brazo, aunque no le salvaron la mano que había perdido. La mano se le había fundido, se deshizo totalmente junto con el teléfono. Escuché lo que el locutor decía en ese momento:

--Ahora se encuentra usted en libertad provisional. Supongo que ya sabe que se expone a que le condenen a una grave pena debido a su incompetencia. Perderá el derecho a seguir viviendo en el mismo domicilio y es posible que, si prospera la acusación particular y la acusación de la Compañía, le envíen a la última zona, la de los indigentes, sin poder disfrutar nunca más de los avances tecnológicos que usted poseía hasta ahora y que ha parecido despreciar.

El hombre trataba de defenderse y explicaba, llorando, que no se dio cuenta de lo que hizo, que sus pensamientos los tenía puestos únicamente en su hija que se encontraba en el hospital, grave, y que no reparó en lo que escuchó cuando le llamaron de La Compañía. -¡Ni siquiera entendí lo que me decían!- gritaba al que le entrevistaba.

--Si, continuaba impasible el locutor, está claro que algo debió de sucederle, y es de lamentar lo que le ocurre, pero un individuo cuenta poco ante la magnitud del perjuicio causado a los demás. Las actualizaciones siempre ofrecen instrucciones muy claras y precisas y usted las desatendió y ocasionó, con su torpeza, la interrupción de las comunicaciones en un sector muy amplio de la Ciudad, lo que produjo graves alteraciones en la vida pública. Por este motivo, el defensor del Pueblo, defendiendo los intereses de la Comunidad ante personas irresponsables como Vd. encabezará la acusación. Y el locutor, finalmente, le despedía con estas palabras: lo tiene mal, amigo. Y terminó el programa, diciendo y dirigiéndose a los espectadores: en nuestra actual civilización, mantener el equilibrio de la “Globalización” es fundamental. El equilibrio Global es tarea y deber de todos los que vivimos sobre la superficie de este planeta, y cualquier acto indebido que alguien cometa, por nimio que sea o que parezca serlo, repercute, perjudica y puede alterar profundamente, si no se atiene estrictamente a las normas establecidas, a toda nuestra forma de vida actual, así como también el futuro de la vida de nuestro Planeta.

Recordé mi teléfono, que seguía sin funcionar. Me levanté de la cama, salí de mi apartamento y llamé al de mi vecino. ¡Le ocurría exactamente lo mismo que a mi!. Los dos visitamos a varios vecinos y a todos ellos les había ocurrido igual, se habían quedado sin poder utilizar el teléfono y sin saber qué podían hacer para solucionarlo. Decidimos convocar prontamente una reunión, no sin habernos peleado antes entre todos, echándonos las culpas unos a otros, lanzándonos mil reproches que nada tenían que ver con el problema que nos ocupaba y casi llegaron, algunos, a las manos. Al final, calmadas las agresividades, decidimos que, unidos la mayoría de vecinos del inmueble, quizá pudiésemos encontrar una solución o el modo de conseguir que La Compañía nos atendiese, pues reclamar individualmente era inútil y lo sabíamos sobradamente.

Regresé a mi apartamento. Perri estaba esperándome junto a la puerta de entrada. Tan pronto la abrí me ronroneó fuertemente, emitiendo pequeños gruñidos de satisfacción por mi regreso, acariciándome las piernas con su cabeza y abanicándome con su rabo, que no cesaba de mover ni un instante. Me di cuenta de que Perri, fuese real o no, era lo único válido en mi existencia, quizás lo más cercano y entrañable que había tenido nunca. Al fin y al cabo, yo mismo había sido construido de forma similar, aunque con un mayor nivel de conciencia. Cuando el hombre dejó de tener descendencia, si no hubiese sido por nosotras, las máquinas, que tomamos su relevo, este mundo ya no existiría. Cuando me agaché para ponerme a la altura de mi mascota, ofreciéndole mi reconocimiento, su lengua me recorrió la cara y yo, entonces, dejé, enternecido, que Perri me lamiera cuanto quisiese, como premio a su cariño e inquebrantable fidelidad.-

VERÓNICA

Verónica irradiaba una deslumbrante e irreal belleza. La delicada y débil luz de las velas, que yo mantenía románticamente encendidas como únicas luces para alumbrar la sala, le otorgaban a Verónica un aire bello y extraño que me subyugaba. Ante su deseada presencia desperdicié, a mi pesar, algunos segundos del preciado tesoro del tiempo. Desperdicié esos segundos al mirar, como hipnotizado, los pliegues de su indumentaria inmaculadamente blanca; quizá lo hice inconscientemente para poder encontrar, aunque fuese en el ropaje que vestía el cuerpo de mi amada, la respuesta que yo siempre esperaba y que ella, siempre callada, me negaba.
Cuando dejé de mirar los pliegues del ropaje de mi amada y levanté la mirada, vi que mi adorada avanzaba hacia mi como ella acostumbraba a hacerlo, muy despacio, rodeada de ése su halo misterioso, pareciendo no tener prisa alguna en su andar cadencioso, como si fuese dueña del tiempo y la eternidad le perteneciera. Caminaba tan delicada y lentamente que rozaba apenas el suelo, como si flotara, o una invisible esfera la transportase, acercándola hasta mi. Cuando Verónica llegó a mi lado, manteniendo en sus labios ese mohín risueño que yo conocía tan bien, creí poder escuchar su respiración y me llené de ella.
Verónica no me dijo palabra y yo tampoco hablé. Aspiré su fragancia y contemplé su belleza con deleite, con verdadero placer. Admiré su cuerpo, sus cabellos y su hermoso rostro y advertí la intensa mirada de sus bellos ojos fijos en mi. Paseé de nuevo mi mirada por su bonita figura y me llené otra vez el alma con su imagen. Era lo único que yo podía hacer; sabía que si trataba de hacerle una mínima caricia, ella no lo permitiría. Se marcharía de mi lado, desaparecería como había desaparecido cada noche, durante años, y vanos serían mis intentos por demostrarle mi ternura. Yo lo sabía, sabía que eso ocurriría, ¡pero a pesar de saberlo no pude reprimir el deseo, ni limitar la locura de la noche, y extendí mi mano para tocarla...! y entonces, como siempre había ocurrido, y ante mi desesperación, Verónica se desvaneció al instante, esfumándose en el aire.
Durante un tiempo indefinido permanecí con la mano extendida hacia la nada, con mis dedos ansiosos y crispados por no poder dibujar el simple, sencillo y pequeño gesto que yo deseaba: acariciar la delicada piel de su adorable rostro. Encontré la nada en su lugar y un gran vacío ¡el de su presencia amada! Verónica ya no estaba ahí, pues mi gran amor, mi amada del alma, se había ido.
Vagaría yo, buscándola durante el resto de la noche, como lo hago desde hace años, vagando inevitablemente a solas con mi tristeza, aunque sin perder nunca la esperanza de volver a encontrarla.

Durante el día siguiente, un largo día colmado de nostalgias, soñaría despierto, soñaría con ella y rogaría para que Verónica, transportada por los hados, regresase al anochecer, como siempre. Y yo sé que, entonces, irremediablemente, extasiado con la contemplación de su bella imagen, trataré inútilmente, una vez más, de acariciar su rostro y de retener su presencia con mis temblorosas manos.-

MI MAYOR DESEO ERA CONOCERNOS

Estaba rabiando por ver a mi amada. Habíamos quedado citados en una calle céntrica; yo iría con mi coche y lo aparcaría en la esquina, -o lo mantendría en doble línea, le dije, depende de si encuentro aparcamiento o no-.
A mi amada no la conocía, físicamente quiero decir; llevábamos escribiéndonos casi un año y los dos nos habíamos enamorado perdidamente a pesar de no habernos visto nunca. Éramos almas gemelas y, tan pronto nos dimos cuenta de ello, comenzó a subir nuestro ardor, a decirnos que nos amábamos y a soñar con encontrarnos. También nos prometimos, cuando ese momento llegase, darnos en persona todo el amor que sentíamos. Los días anteriores a nuestro encuentro fueron muy largos; contábamos esos días y esas horas que faltaban, contábamos incluso los minutos: ya solamente quedan dos días, amor, le escribía yo, y ella, igual, impaciente, casi desesperada porque el tiempo, implacable, se iba desgranando a su aire sin tenernos en cuenta a nosotros, que hubiésemos deseado que esos días, esas horas, hubieran sido solamente instantes. Nos hubiera agradado, cuando concertamos el día en que por fin nos encontraríamos, que con sólo cerrar y abrir nuestros ojos, el calendario nos indicase que ese día ya había llegado. Tuvimos que esperar como deben esperar todos los mortales. Y ese día llegó.
Mientras yo esperaba en el coche, imaginaba a mi amada, bella, grácil, femenina, coqueta y de cabellos de oro, rubia como me había dicho ella que era; confiaba en que fuese bella como sus pensamientos y tan ardiente como me prometió y me juró tantas y tantas veces por carta. Nuestra confianza mutua había ascendido hasta límites insospechados: hoy llevo puestas unas braguitas de color salmón, de esas que solo llevan a cada lado una tirita muy estrecha... Pues yo, amor, hoy, en la ducha, he pensado en ti y...
Nuestros deseos habían ido en aumento cada día y, ahora, la espera se me hacía interminable; tan pronto ella llegase reconocería mi coche por la matrícula, entraría en él y nos dirigiríamos a la habitación de un hotelito que yo había concertado tan pronto supimos que podríamos vernos y que tendríamos todo el día para amarnos.
Vi, de pronto, absorto en mis pensamientos, que la puerta del coche se abría sin haber advertido previamente que ella se acercaba. Se asomó una mujer rubia, alta, enorme, con una barriga que parecía un tonel. ¿Luis? preguntó. Y como me llamo Luis, todo el que me conoce lo sabe, me sorprendí, pues a aquella mujer yo no la conocía ni creí en un primer momento que ella fuese mi Laura ni que me conociese de nada, pero un sexto sentido, agudizado por el momento de la espera me hizo preguntar, con la secreta esperanza de que no fuera mi amada: ¿Laura?. Y esa inmensa mujer rubia, esa mujer que casi no cabía por la puerta y que resultó que sí, que era Laura, entró y se sentó a mi lado. Enseguida vino a mi mente la imagen de... esa imagen que yo había visto tantas veces con el pensamiento, la de las braguitas de Laura, aquellas braguitas diminutas con las tiritas estrechas...
- ¡Amor, mi Luis, por fin juntos!
- Si... amor, por... por fin...
- ¿Adónde vamos a ir, amor?
- Pues... yo había pensado... pero no sé si... mira, iremos a dar una vuelta y aparcaremos en alguna calle que no sea tan céntrica y... allí podremos hablar sin que nadie nos moleste.
- ¡Me parece bien, amor!
Puse el coche en marcha y en apenas cinco minutos encontré una calle, al parecer bastante solitaria, y aparqué el coche sin dudar, mientras miraba de reojo a Laura. Aquella mujer... era rubia, si, pero no la había imaginado tan... Sin embargo, era mi Laura, la Laura que tan bien creía conocer, la Laura por la que había suspirado durante tanto tiempo. Ella me propuso pasar al asiento trasero y así lo hicimos. Me abrazó y, en esos momentos, sentí toda la ternura que en los meses pasados había rebosado mi corazón, pero mis brazos apenas podían abarcar nada de ella y, tras varios intentos vanos, desistí. Quiso besarme y yo pensé que se lo debía, que no podía negarme a esa muestra de cariño, pero entonces me fijé en sus dientes y me sentí incapaz de besarla ni de ser besado. Su sonrisa era franca, amplia y generosa, igual de generosa que sus dientes, unas enormes palas picudas que, además, llevaba manchados y con restos de comida. ¡No puedo besarte! argüí, casi tapada mi boca por la de ella y perdido entre los brazos de aquél corpachón que me ahogaba. ¿Qué has desayunado, Laura?, dije, sin ocurrírseme nada más original, para evitar que pudiese besarme. ¡Un bocadillo de chorizo, amor! contestó, ¡un bocadillo que estaba riquísimo!. Claro, pensé astutamente, así que los pringues de sus dientes son del chorizo que se acaba de zampar; y lo pensé como si hubiese descubierto algún secreto que hasta ese momento se mantuviese oculto y, habiéndolo desvelado, mereciese un premio por mi astucia; debería haberme alegrado de eso, pero, algo, me di cuenta, no terminaba de ir bien. Soy muy intuitivo y la intuición me decía que convenía terminar aquella situación cuanto antes.
Bueno, Laura, mira... comencé a decir, pero ella se separó de mi y me observó muy seria, ¡parecía que ya supiese lo que yo iba a decirle! ¡era más intuitiva que yo mismo! Y poniendo rostro enfurruñado, me espetó, furiosa: ¿Qué tratas de decirme, amor, con esta cara tan seria y con este tono que pones en la voz? ¿Y por qué te separas de mi de ese modo? No supe seguir hablando, las palabras se me atragantaban y en mis pensamientos dejaron de existir aquellas braguitas de color salmón, únicamente lograba ver sus dientes repletos de pizcas de chorizo y me quedé mudo de golpe. Laura se echó a llorar. Lloraba entrecortadamente, sollozaba con grandes hipos que hacían que el coche botase y se moviese como si estuviese dando saltos, saltos de compañerismo me parecieron a mi, por la vital y trascendente decisión que acababa yo de tomar, como si, al igual que Laura, el coche hubiese leído mis pensamientos; claro que, si el coche se movía, era por el hipo de Laura, pero a mi me pareció que esos saltos apoyaban mi determinación y que el coche se hacía cómplice de mi angustia del momento, pues por algo era mi coche. Me prometí que cuando le hiciese la próxima revisión, le pondría el mejor aceite del mercado.
Laura seguía llorando, desesperada, y trató de apoyar su cabeza encima de mi pecho, sin duda para llorar más a gusto, pero al retroceder yo impulsivamente hacia atrás, ella halló el vacío y, debido a su impulso, se encontró, y yo también, con su cabeza en mi estómago; en realidad, no precisamente en mi estómago, digamos más bien que colocó su cabeza entre mi estómago y mis piernas, y su mejilla encontró lo que nos diferencia a la mayoría de los hombres de la mayoría de las mujeres, al menos, que yo sepa. Lo notó y restregó ahí su mejilla, mimosa, como una gata en celo. ¡Ah, era eso! la oí decir, y como su rostro y su boca los había situado, ya sin tapujos, entre mis piernas, parecía que su voz saliese de debajo de mi asiento. ¡Esto es lo que querías, amor! seguía diciendo ella con voz amortiguada y que ahora sonaba como si tuviese la boca tapada por una bufanda de lana, pues yo te daré esto que quieres, vida mía, te daré todo y te haré todo lo que te guste, mi amor! Y levantó ligeramente su rostro, mirándome a los ojos, y entonces volví a ver sus dientes. Tenía la boca entreabierta y de nuevo pude ver esas grandes palas que tenía por dientes y acabadas en pico. Me imaginé a mi mismo como un gran bocadillo de chorizo y me entró pánico, me imaginé ser un embutido que, Laura, de un bocado, cercenaría. Y luego... mis restos quedarían sepultados entre sus dientes para siempre. Traté de apartarla dándole un empellón pero era imposible moverla, su gran barriga debía servirla como lastre y no pude moverla ni un milímetro. Ella se rió y me dijo: ¡tienes prisa, eh, amor? enseguida, enseguida, cariño. Y trató de bajarme la cremallera del pantalón; de hecho, lo consiguió. Tenía tanta fuerza que mientras abría con las manos la cremallera logró mantenerme inmóvil con su cabeza, aplastando mi pecho contra el respaldo del asiento. Me tenía prisionero. Como pude, con mi mano izquierda accioné la manilla que abre la puerta del coche y, al abrirse ésta de golpe, rodé hacia la calle dándome un buen trompazo contra el suelo. Me levanté al instante y eché a correr. Corrí hasta perder de vista a Laura, el coche, la calle y hasta el barrio.
Cuando por la noche me atreví a acercarme hasta donde se encontraba mi automóvil aparcado, no había rastro de ella. Ningún rastro, es decir... ninguno excepto los que había dejado en los cristales del coche. Todos los cristales, el de delante, el trasero, los de las ventanillas, estaban repletos de marcas. Por lo visto, se había entretenido, quizá esperando a que yo regresase junto a ella, en ir dejando sus labios marcados en los cristales. Mi coche daba la impresión de ser el de algún obseso que deseaba pregonar su condición a los cuatro vientos; parecía el coche de un perturbado, un coche con los cristales totalmente marcados con besos de color rojo chillón. No tuve más remedio que limpiar, si es que a emborronar se puede llamar limpiar, el cristal delantero para poder o, al menos, intentarlo, ver algo a través del parabrisas.
Después de este encuentro, estuve recibiendo cartas de Laura durante muchos meses. Naturalmente, yo no contesté a ninguna, pero cuando salgo a la calle miro precavidamente en todas direcciones, no vaya a ser que...

LOS SUEÑOS DE PAULA

En la cueva, todos andaban revolucionados. Aquél era su mundo, y ningún extraño había podido acceder jamás hasta ellos. Vivían así voluntariamente desde hacía muchas generaciones. Los humanos los hubieran llamado gnomos y quizá lo fueran. Todos medían entre 35 y 45 cm..
La revolución llegó con una alpinista que nadie sabe cómo, en un deslizamiento de tierras, apareció, cayendo de pronto en uno de los túneles interiores. Estaba desvanecida, y todos contemplaron a aquella muchacha sin saber qué decidir. No parecía tener nada grave, solo un simple desvanecimiento al caer deslizándose, y por el golpe final que al parecer, se había dado contra el suelo. No podían permitirse ser descubiertos por aquella humana, pero tampoco podían dejarla encerrada para siempre, allí dentro.
Mientras la mujer estaba sin sentido, y una vez comprobaron que no tenía ninguna lesión, decidieron trasladarla fuera y lejos de sus cuevas. Antes de eso, admiraron las grandes, para ellos, dimensiones de la mujer. Nunca habían tenido una oportunidad como ésa. Con osadía, la desvistieron parcialmente, y quedaron boquiabiertos por los grandes y preciosos pechos de la mujer y de los fuertes muslos. Observaron su pubis, y también lo que había más abajo. Grandes ¡Oh! salieron de todas las gargantas. La mujer era muy bella, y todos quedaron enamorados al instante, pues aunque para ellos era un gigante, sabían reconocer la belleza. Todos, incluso las mujeres, estaban impresionados. Como entre ellos no había lazos especiales para el amor, ya que convivían todos con todos, tomaron una decisión en la que unánimemente se pusieron de acuerdo. Hicieron beber a la mujer grande un brebaje, que la dejaría durante unas horas sin voluntad y... Luego la subirían al exterior, en algún paraje donde pudiese ser encontrada fácilmente por los de su propia raza.
Cuando Paula se despertó al cabo de algunas horas, lo hizo en un hospital. No recordaba nada, nada de su caída, ni nada de lo que le había ocurrido en las horas siguientes. Le explicaron dónde la encontraron, y que luego la habían trasladado hasta ese hospital, donde no apreciaron ninguna herida, solo síntomas de cansancio.
Paula, ya en su casa, reanudó su vida de siempre, pero todas las noches tenía el mismo sueño que le electrizaba, y por la mañana se despertaba calenturienta y deseosa de amor. Siempre soñaba lo mismo. Unos seres diminutos le rodeaban, y ella no podía moverse. Había mujeres y hombres. Le tocaban y le acariciaban los pechos. Unas mujeres le besaban los pezones y otras acariciaban sus muslos, y los pequeños hombres se turnaban para hacerle el amor. Muchos pequeños hombres le hicieron el amor, dándole un placer que no terminaba nunca. Cada noche tenía los mismos sueños, y llegó un momento en que deseó pudieran ser reales, tanto le gustaba ser poseída de ese modo tan especial y extraño, y que le causaba tan enorme placer.
Pasaron unos meses y un día, al salir a la calle, unos muchachos juerguistas que por casualidad pasaban por allí, entre bromas, le dieron la noticia : Estaba embarazada. ¿Qué será, niño o niña? le preguntaron. Paula se miró, y enseguida vio que era cierto. Había pensado que debía empezar a hacer régimen, sin darse cuenta de lo que en realidad le sucedía
Al cabo de seis meses, Paula dio a luz a nueve bebés tan pequeños, que los médicos quedaron mudos de asombro. Paula miró a los bebés con inmenso cariño, y supo que no necesitaban de ninguna incubadora. Solo sabía que eran suyos por derecho propio, y que los cuidaría con todo su amor.-

DEPARTAMENTO DE INGENIERÍA

El robot metálico avanzaba con gran seguridad por la acera de la gran Avenida pero lo hacía despacio, pesadamente, paso a paso, dejando caer su enorme peso sobre un pierna y luego sobre la otra. De vez en cuando volvía hacia atrás su gran cabeza metálica, como esperando órdenes. Detrás caminaba un hombre con un mando de ultrasonidos en la mano y con el que controlaba al robot. Ambos entraron en un bar. Primero lo hizo el robot, seguido por el hombre. El artilugio mecánico se dirigió hacia una de las escasas mesas vacías, y separando una silla, esperó a que llegara el hombre hasta allí. Ambos, robot y hombre, se sentaron, no sin antes oír las protestas de un camarero que decía que, el robot, con su peso, podría llegar a romper la silla. El hombre le hizo un gesto displicente con la mano y el camarero optó por callar, aunque malhumorado pudo oírsele, en voz baja, un comentario que arrancó la sonrisa de varios clientes cercanos: ¿Y ahora, qué es lo que pedirá para el robot? -decía el camarero- ¿Una aceitera para engrasarle las rótulas oxidadas? Lo que hay que llegar a ver, venir aquí con esa antigualla... Y rezongando, se fue hasta un extremo de la barra, despreciando al nuevo cliente y dispuesto a no servirle nada a no ser que se lo rogase, y cogiendo un trapo se dispuso a secar un vaso como si esa fuese la tarea más importante que en ese momento debía hacer.
Apenas unos segundos después, entró un hombre de mediana edad, echó un vistazo a su alrededor y se dirigió hacia la mesa que ocupaban el robot y el hombre que lo había estado dirigiendo con el mando.
- Hola, Rob. Sabía que te encontraría aquí. Y mientras hablaba, esbozó una amable sonrisa de complicidad.
- Hola, Jhon, Le contestó Rob seriamente, sin duda algo fastidiado por el encuentro.
Rob era apuesto, especialmente elegante y de cabellos rubios impecablemente peinados. Su estatura sobrepasaba la media normal y su rostro moreno tenía una atracción que agradaba todo el mundo, aunque ahora, al ver a Jhon, su gesto fuera adusto. - Mira, Rob, -empezó a decir el que acababa de entrar y que ahora se encontraba de pie, al lado de la mesa y del Robot, mientras miraba a Rob de frente, quién había puesto una expresión de indudable fastidio- sé que necesitas esta exhibición, pero no te está beneficiando en nada.
- ¡Ah! -se limitó a contestar Rob-
- No, no te beneficia. Entiendo lo que te ocurre, pero tu trabajo es altamente importante y no debes dejar que te dominen tus neuronas, esas que de vez en cuando y, por lo visto, hacen que te hartes y te escapes llevando de la mano a este Robot. Deberías apreciar más tu trabajo. Sabes que todo el Departamento te necesita y que no puede estar siempre pendiente de tus caprichos.
Rob, que había permanecido indolentemente recostado en su silla, medio se incorporó y, visiblemente airado y levantando la voz, dijo entonces: ¡Si. efectivamente, ya estoy harto de esta situación!. ¡Y tú y todo el Departamento la conoce perfectamente! Me habéis hecho a vuestra semejanza. Soy como vosotros, visto como vosotros, duermo, como y
digiero del mismo modo y de la misma forma que todos vosotros coméis y digerís, pero no vivo como vivís vosotros! He sido creado como si hubiese sido el mismo Dios quién me hubiese hecho, pero estoy solo. Mi consuelo es este Robot, que es la única compañía que me satisface. Es como yo, aunque deba ser dirigido. Me prometisteis una compañera y no cumplís nunca con vuestra palabra...
- Vamos, Rob, ten paciencia. Te lo prometimos y lo cumpliremos; solamente danos tiempo...
Y cogiendo a Rob del brazo, le hizo levantarse y se lo llevó con él, casi arrastrándole, fuera del bar.-

COSAS QUE PASAN...

La noche era muy oscura, y la intensa lluvia que estaba cayendo en esos momentos, hacía que apenas se pudiera ver a través del parabrisas, a pesar de estar funcionando el limpia en la velocidad más rápida. Conducía despacio. Estaba buscando un hueco entre los coches aparcados en la calle, cuando de pronto le vi asomando su cara por la esquina. Estaba seguro de que era uno de los monos de la banda de Segis, y también de que su intención era que yo le viese. Cuando se cercioró de que efectivamente había sido así, desapareció. Yo no tenía ningunas ganas de mojarme, así que no salí del coche. Lo que hice fue seguir conduciendo, y giré por el callejón para colocarme donde esperaba que el mono apareciese de nuevo.
Como suponía, el mono apareció otra vez, aunque creo que sus movimientos y los míos los había estudiado muy bien y sabía perfectamente, el muy astuto, lo que yo haría al verle la primera vez. Salí entonces del coche rápidamente y le intercepté el paso. ¿Eres un mono de Segis? le pregunté. Y seguí preguntando sin darle tiempo a responder a mi primera pregunta: ¿Qué quieres? ¿qué quiere Segis de mi? ¿dónde está tu jefe, el mono cojo? ¿dónde has dejado a la tribu? Ante aquel aluvión de preguntas, y cayéndonos encima a los dos el agua de la lluvia a chorros, el mono se quedó cortado sin saber responder. Ya lo tenía, pensé. ¡Ya te tengo! dije, eres un mono pervertido y voy a darte tu merecido para que luego puedas explicar a Segis lo que yo hago con los monos que me envía... Balbuceando asustado, me dijo: No soy un mono, es cierto que me envía Segis, pero no soy un mono, soy... una mona.
Aquella revelación cambió totalmente la situación, -más o menos unos 90 grados- pero supe reaccionar: me levanté rápidamente recuperando la verticalidad y rodeé a la mona con mi brazo derecho. Mientras, con la mano izquierda abrí la puerta del coche y ayudé con ternura a la mona a subir al interior de mi vehículo. Toma, dije, sécate. Y con mimo, le di una esponjosa toalla que llevaba para situaciones como ésta. Luego, ofrecí, ceremonioso, para que se lo pusiera, el quimono perfectamente planchado que también llevo siempre preparado debajo de mi asiento para después de estas mismas situaciones.
Conduje de nuevo hacia mi casa, ya tranquilizado. Encontré un bonito hueco y, aunque era algo pequeño, el nuevo giro que había dado la noche consiguió subir mis ánimos, así que pude sin mucha dificultad agrandarlo lo suficiente, mientras la monita me ayudaba jaleándome. Aparqué y subimos a mi apartamento. Allí, cuidé a la mona con esmero. Fue una noche perfecta. La obsequié con una exquisita cena, acompañada de un delicioso vino que guardaba exclusivamente para aquellas excepcionales ocasiones, y que la mona me agradeció con graciosos grititos. Pasamos una velada inolvidable. Todo eso debo agradecérselo a Segis. A veces desconfío, pero no hay duda, Segis es un buen amigo, como no hay otro.-

BAILARINA ELECTRIZANTE

- ¿Qué sabes hacer ? Este es un club de mucha categoría...
- Bailo...
- ¡Uf !, tienes muy buena figura, pero aquí ya hay bastantes bailarinas...
- Como yo, seguro que no.
Y allí, en la misma oficina, inició lo que parecía que iba a ser un paso de danza. Dio un solo paso y un medio giro con su cuerpo, pero no continuó. Se quedó de pronto quieta, esperando. Angus se quedó perplejo. No supo catalogar el increíble efecto que ese solo paso le había causado, pero la sensación de que necesitaba a esa bailarina en su espectáculo era tan fuerte, que le dijo :
- De acuerdo, ¿cuánto quieres ganar?. Te advierto que no puedo pagarte mucho, y además y de momento, si te interesa, estarás a prueba unos días.
No quiero ningún contrato ahora, respondió la bailarina, y en cuanto al dinero, tampoco importa, podemos hablar de eso más adelante.
Por la noche, y con el club todavía a medio llenar, Angus pensó que era un buen momento para presentar a la nueva bailarina, pero se dio cuenta de que en realidad, desconocía con exactitud la clase de danza que la bailarina practicaba. No le importó. Si no era buena, la despediría en seguida, para eso estaba a prueba, aunque interiormente recordó la extraña sensación que había tenido por la mañana, con aquel corto paso de baile que la bailarina apenas inició, y que le había dejado a él, a Angus, hombre ya curtido por los muchos años y las muchas mujeres que sin cesar desfilaban por los camerinos, con una emoción rara y difícil de describir. Fue como recibir una descarga eléctrica en sus nervios y que le hizo sentirse inmediatamente atraído por la bailarina.
Ordenó a la orquesta que iniciara alguna pequeña pieza musical para la introducción. La bailarina salió de entre bastidores y le hizo señas de que no quería que los músicos siguieran tocando. Se acercó y le dijo: Quiero que los músicos estén en silencio cuando yo salga, y luego, ya sabrán ellos solos lo que tienen que hacer.
A pasos cortos y graciosos, la bailarina se adentró hasta el centro del escenario. Inclinó ligeramente la cabeza a modo de saludo dirigido al público, e inició una lenta pero voluptuosa danza. Los músicos estaban quietos, sin tocar, tal y como ella había pedido. Tan pronto como la bailarina empezó a moverse, comenzó a flotar en todo el local una especie de música extraña que no parecía brotar de ningún sitio en especial, pero que al mismo tiempo lo llenaba todo y llegaba hasta el último rincón de la sala. Sin embargo, los músicos seguían quietos y no estaban tocando. La música parecía emanar de la propia bailarina, y a cada movimiento de ella, su música, sus vibraciones, envolvían al público que, poco a poco, fue dejando de hablar, para centrar su atención en el espectáculo. La bailarina efectuó dos giros rápidos y algo electrizante cruzó el aire. Algo electrizante que pareció impactar entre todos los presentes. Todas las damas, sin excepción, se dieron cuenta de que sus sexos se humedecían, notando un raro pero excepcional placer, y los hombres sintieron cómo les crecía su miembro impetuosamente, en una gran erección. La bailarina hizo varios giros más, muy rápidos, y la música que les envolvía a todos, como en un gran concierto de violines dando sus notas más altas, creció en intensidad, traspasando sus cuerpos y haciéndoles vibrar interiormente de un modo como jamás nadie había vibrado así en toda su vida.
El intenso placer que las damas notaban entre sus muslos, les hacía abrir y cerrar las piernas repetidamente, como no queriendo dejar escapar los mil orgasmos que estaban teniendo en esos instantes. Los caballeros, por su parte, notaron todos casi al unísono, y al mismo tiempo que las damas, un gran estallido de placer, un orgasmo tan fuerte que todos, y sin excepción, dejaron escapar un gran chorro de semen. Nadie prestaba atención a nadie. Todo el mundo estaba pendiente únicamente de los movimientos y de la música que emanaba la propia bailarina, y de su propio estallido de placer.
Llegado ese crucial momento, la bailarina se deslizó rápidamente hasta desaparecer entre bastidores.
El público estaba totalmente hipnotizado, desmadejado. todos los presentes, sin excepción, se encontraban tremendamente relajados y enormemente satisfechos, pero sin haber llegado a comprender enteramente lo que había sucedido. Pronto empezaron a mirarse unos a otros, y luego los caballeros a mirarse el pantalón, y las damas a mirar el pantalón de ellos. Al darse cuenta de lo que había ocurrido, y sintiendo una gran vergüenza, comenzaron a alarmarse y a iniciar casi una desbandada.
Atropelladamente empezaron a levantarse huyendo hacia la salida, volcando las sillas y empujando mesas, tropezando entre ellos, empujándose unos a otros....
Angus pensó que era su ruina. También él había estallado de placer, pero ahora veía peligrar su local y su negocio.
De eso hacía ya dos meses. Después de la primera noche, la noticia se extendió como un reguero de pólvora encendida y no había tenido más remedio que ampliar su negocio hasta límites insospechados. La gente pedía reserva de mesa con muchos meses de antelación. Angus, en las mesas, solo servía champán, y por cada botella cobraba el equivalente a varios años de un buen sueldo. A la bailarina le había tenido que ceder la mayor parte del negocio. Era feliz, y cada día esperaba la llegada de la noche, no por el interés de su local, pues ya había conseguido mucho mas dinero del que hubiera podido soñar nunca, sino por sentir él, como un cliente más, aquel electrizante orgasmo del que ya no podría prescindir nunca.-

ANGEL PROFÉTICO

Lo veía en sus sueños. No transcurría una noche sin que viera a aquel ángel que le hacía señas, pero nunca lograba entender lo que el ángel trataba de decirle. Al despertarse por la mañana recordaba perfectamente lo que había soñado, y se preguntaba si todo aquello tendría algún significado. Las señas que el ángel le hacía eran incomprensibles, siempre señalaba hacia abajo indicándole algo con una mano, pero no entendía lo que era. Cuando miraba hacia donde señalaba aquel ser, dando por hecho que era un ángel aunque tampoco tenía la seguridad de que lo fuera, únicamente veía oscuridad. Una noche le pareció que podía ver algo más que en noches anteriores. Aquello que con tanta insistencia y una noche tras otra le era señalado, daba la impresión de ser una especie de pozo conteniendo agua, si es que ese líquido era agua, que tampoco estaba seguro. El agua tenía un color oscuro e indefinido, y cuando quiso fijar sus ojos tratando de ver de qué estaba compuesto exactamente ese líquido, un estremecimiento de asco recorrió todo su cuerpo, dejándole un malestar tan grande que al despertar todavía notaba esa sensación desagradable. Sus sueños ya eran tremendas pesadillas y le resultaban incomprensibles, sobre todo por la repetición de las mismas, ya que soñaba lo mismo una y otra noche.
Pasaron varios meses sin que el ángel volviera a aparecer en sus sueños, y él lo olvidó completamente hasta que una noche el sueño comenzó de nuevo, y de nuevo vio al ángel. Esta vez, mientras el ser le señalaba aquel pozo horrendo, le pareció que hablaba y que trataba de decirle algo. Procuró poner toda su atención en aquellas palabras, ya que siendo un ángel quién las profería, serían sin duda proféticas:
¡Guarro, más que guarro!, decía el ángel, ¡Otra vez volviendo a las andadas! ¡Llegas borracho perdido y no tienes otra cosa mejor que hacer que mearte en la alfombra! Y yo a limpiarla enseguida como una idiota para que no se estropee; que a saber cómo estaría si no la limpiase... ¿Pues sabes que te digo? ¡Qué mañana sin falta te largas de mi casa y que no quiero verte más por aquí, desgraciado!.
Palabras proféticas, sin duda, pues cuando despertó se encontró con la maleta hecha y a la dueña de la pensión que le gritaba. Gritaba tanto que le era difícil entender lo que decía. El caso es que se encontró de patitas en la calle en un santiamén, sin comprender el motivo. Hay que joderse, pensó; resulta que tengo un ángel de la guarda que ya me advertía que me echarían, y yo no le hacía ni puto caso. Y a cuestas con su maleta, fue en busca de otra pensión dónde poder vivir.-