martes, 2 de febrero de 2010

EL MEJOR GUIÓN

Mario, después de esos sucesos vividos tan de cerca, abandonó el planeta y no supo más de ese mundo que se encontraba tan avanzado en la investigación y práctica de la genética. Vivió muy a gusto durante el tiempo que permaneció en él y allí se hubiera quedado para siempre. Era tan parecido al querido planeta Tierra que él recordaba de su infancia que le parecía estar en casa, pero su deber le obligaba a regresar a Humano y dar la grata noticia de que existía ese mundo, de que era un mundo avanzado y tan acogedor que todos deberían trasladarse a él para poder vivir felices. Sin embargo, en su camino por las estrellas encontró otro planeta y lo visitó antes de volver a Humano.

No se quedó esta vez en el nuevo planeta más que unos días, los justos para conocer que no era un mundo que pudiese convenirle. Al parecer había sido un planeta muy parecido al anterior, con gentes acogedoras y laboriosas, pero algo ocurrió que transformó sus vidas para siempre. Las ciudades estaban descuidadas y las gentes famélicas. A punto estuvo él mismo de sucumbir a los cantos de sirena de ese mundo, pero reaccionó a tiempo y huyó de él antes de que su vida se convirtiese en algo parecido a un sueño.

Ocurría que los cines funcionaban día y noche, y los habitantes acudían a las salas de proyección para ver la misma película incansablemente, una y otra vez. Preguntó qué ocurría sin obtener respuestas. Al fin se enteró de lo que sucedía, cuando pudo visitar la redacción de un gran periódico. Gracias a poder traducirlo por medio de su inseparable y diminuto ordenador, en el que introducía el diccionario completo del Planeta que visitaba, leyó en periódicos atrasados lo que había supuesto la gran revelación del siglo en ese mundo: “la película interminable”. Un director de cine muy famoso había creado una película que era como una droga para todo aquél que la viese, siendo ese el comienzo de lo que quizá podía llegar a ser, lamentablemente, el fin de su civilización.

La película hacía vivir al espectador lo que le hubiera gustado a éste vivir en la realidad. Se habían construido miles de cines que a todas horas se encontraban repletos de espectadores. La gente abandonaba sus trabajos para ver la película y poder vivir, como protagonistas, lo que veían en la pantalla.

El director de la película había explicado, en una rueda de prensa y con todo lujo de detalles, cómo había tenido lugar la creación de su “película definitiva”. Mario leyó en el diario la entrevista completa con verdadero interés:

Joe Spielberg III se quedó sorprendido al darse cuenta de que él mismo acababa de aceptar, en su inexpugnable despacho y con facilidad pasmosa, la visita de un desconocido. Su agenda de citas se encontraba tan repleta que ni el mismísimo Presidente de la Compañía podía hablar con él, a no ser que fuese a través del teléfono o con motivo de encontrarse en alguna de las frecuentes reuniones que tenían programadas; y nadie, si no solicitaba una entrevista con mucho tiempo de antelación podía lograrlo. De cualquier modo, su secretaria personal solía cribar muy bien esas citas, de forma que solamente asuntos verdaderamente importantes llegasen a sus manos para conseguir importunarle. Spielberg pensó que había tenido un descuido, pero ahora ya había aceptado la cita y no podía faltar a su palabra. Recibiría a... ¿cuál era el nombre? Ni siquiera había reparado en ello. Le escucharía amable y aparentemente atento durante unos segundos. Después, tan amablemente como le hubiera recibido y escuchado, le despediría.
Sí —dijo por el interfono a su secretaria— hágalo pasar.

—Buenos días, Joe. ¿Me permite que le llame así?

El hombre que apareció ante Joe Spielberg, cuando Romina, la secretaria, abrió la puerta del suntuoso despacho, era alto, vestía con elegancia y su aspecto era atrayente. El hombre avanzó hasta situarse ante uno de los dos sillones colocados delante del escritorio desde el que Spielberg, educadamente y en pie, le señalaba con un gesto amable para que se sentase. Spielberg, al oír su nombre de pila, hizo un gesto displicente, dando a entender que no le importaba la confianza del visitante al llamarle así. En realidad, pensó que ese hombre desconocido le agradaba. Sin saber el motivo se sintió a gusto, y a su gesto añadió unas palabras sin pensarlas:
—Naturalmente que puede hacerlo, amigo, llámeme así, Joe, ése es mi nombre. Siéntese, por favor. ¿Cómo ha dicho que se llama usted?

—Llámeme “El guionista”, Joe. Es lo que soy, y mi guión es el motivo de estar aquí.

—Claro, usted es el guionista, no sé por qué se lo he preguntado, lo lleva impreso en su rostro.

Spielberg se dio cuenta de que estaba hablando al desconocido de un modo inusual, como si fuera una lección aprendida y que ahora la estuviese recitando, pues al oír sus propias palabras pensó que carecían de lógica. Escuchó lo que el hombre contestaba.

—Sabía que, aunque usted no me conozca ni me haya visto antes, se daría cuenta en seguida de quién soy. He venido para traerle mi guión.

Entonces, el guionista abrió el portafolios que llevaba, sacó de su interior un grueso legajo y se lo entregó a Spielberg; éste lo tomó en sus manos y le echó apenas un vistazo. Luego, se quedó mirando fijamente a los ojos del guionista.

—¿Cómo sabía usted que yo lo recibiría? —preguntó, curioso, Spielberg— Me tiene intrigado porque no hay mucha gente que lo consiga. Por lo general, para que yo acepte un guión debe pasar antes por muchas manos y haber sido filtrado en una larga criba de calidad.

—Ya lo sé, Joe, pero esta vez es diferente, contestó el guionista. Antes de venir aquí me entretuve en escribir el guión de esta visita y, siendo así, nuestra entrevista no podía transcurrir de otro modo. Mi presencia aquí está desarrollándose en los términos exactos de como lo escribí. Verá, lo que le voy a entregar no es un guión más, es “EL GUIÓN”. Y empieza exactamente con mi visita. Su fama —continuó diciendo el guionista— es envidiada por todos sus competidores, usted lo sabe, pero también conoce que toda fama es efímera. Cuando hayan transcurrido unos años después de su muerte, que es obvio que le llegará algún día, nuevos directores y nuevas técnicas imperarán en el mundo del cine. La gente le irán olvidando a usted y a sus magníficas películas. Con este guión, mi guión hasta hace unos instantes y ahora suyo para que lo desarrolle, usted será famoso para siempre. Seguirá siendo famoso por muchos años que transcurran. Solamente le exijo una cosa, que no cambie nada en absoluto; debe respetar el guión hasta en sus mínimos detalles, y si lo hace así, esta película será la mejor película de su carrera. El mundo entero se lo agradecerá y le tendrá presente para siempre, y su fama, siendo ahora mucha, aumentará hasta límites insospechados a partir del estreno.

Joe Spielberg III, sin saber los motivos que le impelían a ello, aceptó las condiciones impuestas por el guionista y rodó la película, que le pareció magnífica una vez acabada. Poco antes del estreno recibió la visita del guionista, a quién no había vuelto a ver desde aquella primera visita suya, cuando lo conoció en su despacho,.

—¡Pase, pase, amigo mío! No sabe bien cuánto le he echado de menos.

—Lo imagino, Joe. Sé que tendrá muchas preguntas para hacerme, pero no he venido antes porque mi presencia no era necesaria si, tal y como quedamos, seguía las indicaciones del guión al pie de la letra.

—¡Y eso es lo que he hecho, guionista!. Sin embargo...

Joe dudaba, al dirigirse al misterioso guionista, en explicarle todas sus dudas. No era normal que Spielberg dudase ante nada, pero la situación era extraña. Era extraño que hubiese recibido, meses atrás, al misterioso guionista, y más extraño que aceptase rodar y dirigir aquella película. Sin embargo, la había rodado respetando hasta los más mínimos detalles y ya estaba terminada. El guionista le había dicho que en los créditos debían figurar los nombres de todos lo que interviniesen en el rodaje, menos el nombre propio del guionista. ¿Qué debo poner, entonces? le había preguntado Spielberg. Guionista, simplemente “guionista”, le había contestado el cada vez más misterioso personaje.

Joe no terminaba de comprender las intenciones del guionista porque la película era en verdad maravillosa. Nadie en su sano juicio desdeñaría la oportunidad de que el público conociese el nombre del creador de la idea y poder recibir, de ese modo, unos justos honores.

—Dígame todo lo que le preocupa, Joe —le dijo el guionista—

—Verá, aún desconozco los motivos por los que acepté rodar esta película. Antes de rodarla tenía muchas dudas, pero eso no me preocupa ya. La película es la mejor que se haya hecho nunca desde que el cine es cine, eso es lo que dicen todos lo que la han visto. Yo estoy completamente de acuerdo, sé que cosechará un triunfo apoteósico, pero...

—¿Pero?

—Pues que todos los que la hemos visionado una vez terminada, y que debo decirle que nos ha encantado... no nos ponemos de acuerdo.

—¿Ponerse de acuerdo? ¿en qué deben ponerse de acuerdo?

—No nos ponemos de acuerdo en nada. Ni yo, que la he dirigido, comprendo cómo es posible que pueda parecerme una película distinta cada vez que la veo. Y a todos les ocurre igual, a mis ayudantes, a los actores, a todo el que la ve. Es la misma película, de sobras lo sé, pero cada vez que la vemos nos parece diferente. La historia cambia, y los personajes, que son los mismos, actúan de forma distinta cada vez. De su triunfo en taquilla nadie duda, pero es como si, al verla de nuevo proyectada, viésemos cada vez, y cada uno de nosotros, una versión diferente. Cambia todo, cambia el decorado, los actores, la trama, cambian las emociones que transmite y, por supuesto el final. Y lo que es más sorprendente, al comentarla después de una proyección, nadie logramos ponernos de acuerdo en lo que hemos visto, pues cada uno de nosotros ha asistido a la proyección de... una película diferente. Y no lo comprendo, guionista, nadie lo comprende ni somos capaces de encontrar una explicación a este fenómeno.

—Bien, Joe, ya le dije, cuando le entregué el guión, que no era el de una historia cualquiera, ¿recuerda?. Le dije, también, que no era un simple guión, y ahora que la película está terminada tampoco es una película más. Es: LA PELÍCULA. Y cada vez que alguien la vea, no verá nunca la película que anteriormente vio, nunca verá la misma película. Esta película es, o se le podría llamar “la película de la vida”, y como la vida misma, para nadie será nunca igual, aunque fuera posible que ese alguien determinado viviera muchas veces una vida. Cada vez que se vea la película cambiarán matices, cambiarán las escenas y por tanto los diálogos. Habrá en ella encuentros diferentes e inesperados. Cada espectador, dependiendo de su estado de ánimo en ese momento, verá cómo la trama toma giros insospechados. Incluso el final será siempre distinto. El guión, Joe, sigue una trama general, un tanto ambigua quizá, pero que toma distinto cuerpo según sea quién la vea. Siempre ocurrirá de ese modo, siempre. Por eso es “LA PELÍCULA” y jamás será superada por otra. Con esa intención la escribí. Por más años que transcurran, siempre será como si la acabasen de estrenar. No es una película más. Es, y así debe entenderlo... ¡la película eterna! Y tantas veces como se vea, otras tantas se verá diferente. Esta película conseguirá que su fama sea imperecedera, y nadie, óigame bien, nadie, cuando la haya visto, deseará ver otra. Por ese motivo la verán mil veces, o aún más, un millón de veces, una vez tras otra. Todos se verán en ella reflejados, verán en ella sus vidas, y dependiendo de su estado de ánimo podrán ir cambiándola en sus mentes. Podrán ser los héroes o los villanos, según escojan, y la película tendrá miles de sucesos distintos y distintos desenlaces. Las vidas cambian con el tiempo y también lo hará la película. Los espectadores siempre desearán verla de nuevo porque desearán ver variar la versión que escogieron en sus mentes, sin darse ellos cuenta, la última vez que la vieron. Y aún, sin ser conscientes de ello, sabrán que siempre podrán mejorarla en su imaginación, tener innumerables sorpresas agradables y verlas reflejadas en la pantalla. Nadie está contento con sus vidas reales, y con su película, Joe, con “LA PELÍCULA” serán felices para siempre.

El guionista terminó de hablar, y sin esperar contestación ni despedirse de Spielberg, que le había escuchado atentamente y atónito por lo que oía, se dirigió hacia la puerta de salida del despacho y se marchó, cerrando muy suavemente la puerta tras él.

Spielberg, tras la marcha del guionista se quedó unos breves segundos pensativo. El personaje era realmente misterioso y misteriosas sus intenciones. También lo era todo lo que sucedía con la película. Spielberg dudó durante algunas décimas de segundo, pensando si esa película no llegaría, en realidad, y si todo sucedía como había dicho el guionista, a causar más mal que bien. Esos pensamientos fueron simplemente como una ráfaga que cruzaron por su mente, y sin llegar a comprender su verdadero alcance, los desechó al instante. Spielberg sabía que la película sería un verdadero éxito, y él, el director de esa maravilla, y como hombre resolutivo prontamente reaccionó. Sin utilizar el interfono llamó a gritos a su secretaria: ¡Romina! ¡avisa a Distribución! ¡estamos listos para el estreno! ¡vamos a presentar la película al público!

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