Robur se decidió a dar el paso. No podía dejar transcurrir más tiempo sin plantear el problema: era su responsabilidad y estaba en juego el futuro de los habitantes de La Tierra.
Se dirigió apresurado al edificio en el que vivía Único H. S. y entró sin llamar. Sabía que el viejo científico no se cuidaba de cerrar las puertas pero que tampoco admitía a extraños, aunque en esta ocasión esperaba que a él sí le atendiese.
Se adentró por un largo pasillo hasta encontrarse con una puerta cerrada. Llamó, golpeando la puerta suavemente con el puño, y una lejana voz respondió, diciendo desde el interior de la habitación: ¿quién me está molestando?
—Único H. S., debo hablar con usted urgentemente —dijo Robur
—No me interesa lo que vengas a decirme —se oyó que decía la voz
—Escúcheme y luego juzgue si es importante, o no, lo que debo comunicarle con urgencia —contestó Robur, impaciente y en tono angustioso.
—Está bien, entra —dijo la voz, al tiempo que se oía correr un pestillo en la puerta, pestillo comandado, sin duda, a distancia.
Una vez abierta la entrada, Robur se adentró unos pasos, mientras la voz decía:
—No sé todavía quién eres ni porqué debo atenderte. Habla rápido, que no me interesa perder el tiempo con nadie. Acércate, pero ve diciéndome lo que quieres y explícame esa grave urgencia. ¿Acaso hay fuego?
Robur casi se atragantó al hablar, nervioso, mientras se dirigía al fondo de la estancia, ya que le pareció que la voz de Único H. S. salía de allí.
—Maestro —dijo mientras caminaba —debe perdonar mi intrusismo, pero mi raza le necesita, y quizá sea usted el único que puede salvarnos. Soy Robur, el Gobernador —añadió, con la esperanza de ser reconocido-
—Ah, Robur... Bien, dime qué quieres o cual es el problema.
ÚNICO H. S. se encontraba sentado en un vetusto sillón, rodeado de probetas y cacharros anticuados. Toda la habitación parecía un laboratorio en escombros, eso es lo que pensó Robur.
—Estimado ÚNICO, usted es nuestra última esperanza —le dijo Robur. —
Nuestra raza se extingue, ya no logramos reproducirnos.
—¿Y qué puedo hacer yo, pobre de mi? Además, poco me interesa lo que me dices. ¿Qué puede importarme que tú y los tuyos, unos simples robots, os extingáis, si mi propia raza ya no existe, y aún siendo yo el único ser que misteriosamente no sucumbió ante el implacable virus que azotó a los humanos, mis congéneres, jamás podré tener ya descendencia, porque desde hace muchos años no existe en La Tierra una mujer con la que poder tener hijos? Tú mismo me llamas ÚNICO H. S. ¿sabes acaso lo que significa mi nombre? Te lo aclararé: “ÚNICO HUMANO SUPERVIVIENTE”
ÚNICO parecía regodearse ante su desgracia. Se complacía en ella y no paraba de hablar. Robur pensó que ese viejo había estado muy necesitado de compañía durante años, una compañía que ningún robot le había dado por considerarle un ser anacrónico, ajeno a la sociedad robótica.
—Y te aclararé algo más —seguía diciendo ÚNICO H. S. —Además de no importarme en absoluto lo que os ocurra, nada puedo hacer sin mi equipo de colaboradores. Yo solo no puedo hacer nada. Hace muchos años que vegeto aquí, y sé que si vivo es gracias a que vosotros me proporcionáis alimentos, pero no esperéis que os lo agradezca, estoy amargado viviendo así y preferiría no existir. Yo formé parte del equipo que os creó, lo recuerdo bien, y supongo que por ese motivo me cuidáis. De eso hace ya treinta años. Yo era joven entonces, pero ahora... ya tengo 63 años... Recuerdo bien que vosotros, al principio, erais de metal, así es como os creamos. Luego, fuimos haciendo cambios sustanciosos en vuestros cuerpos, utilizando materiales sintéticos. Más tarde, y gracias a la genética, os convertimos casi en humanos, y poco a poco os convertimos en seres que para vivir necesitaban sangre, logrando que esa sangre corriese por vuestra venas artificiales. Ahora tenéis pulmones y un corazón que late, y todos los órganos de vuestros cuerpos son casi idénticos a los míos. Os hicimos a nuestra semejanza, y en todo sois iguales a como éramos los humanos... excepto en poder reproduciros del mismo modo. No os reproducís en pareja, lo que es lógico, ya que sois simplemente robots, pero hasta ahora lo habéis hecho por medio de embriones que colocáis en máquinas nodrizas ¿Qué es lo que os ha ocurrido? ¿Qué es lo que ha fallado? ¿Y qué puedo hacer yo, sin equipo y sin ayuda alguna? Por otro lado, vosotros alcanzasteis tal perfección que llegó un momento que ya no nos necesitasteis...
—Puede hacer mucho, o al menos, intentarlo, ÚNICO —Robur hablaba ahora con una profunda convicción y su voz era grave. — Desconocemos lo que haya podido suceder, ni los motivos para ello, pero las máquinas nodrizas no logran desarrollar y dar vida a nuestro embriones como hasta ahora ocurría, y por ello hemos llegado a una triste conclusión: la de que, como máquinas que somos, estamos condenados a ser perecederos. Es el desgaste de los materiales. Nuestro ciclo de reproducción ha llegado a su fin por puro desgaste, por decadencia natural, como se desgasta toda máquina por perfecta que sea. Nuestros mejores químicos y nuestros mejores ingenieros no encuentran motivos para que esto ocurra, pero sin duda está sucediendo. A pesar de todo, creemos que podemos evitarlo, creemos que podemos volver a nuestro primer ciclo con su ayuda. La chispa de vida que los humanos nos dieron se ha agotado y queremos revitalizarla. Hace años que no tenemos descendencia, pero se nos ha ocurrido una posible solución.
—¿Una solución? ¿Qué solución? Contestó ÚNICO, el humano superviviente, con un gesto de escepticismo en su rostro, cuando terminó de escuchar la imparable verborrea de Robur.
—Usted, ÚNICO H.S. Usted es la solución perfecta. Usted nos puede dar de nuevo la vida, procreando hijos que nacerán de la unión de un ser humano con la de una mujer robot. Su edad no importa, ÚNICO, siempre que contenga dentro de usted la semilla de la vida. Si acepta, pondremos a su disposición las más bellas mujeres robots que jamás haya podido soñar y, en ese harén, usted será el rey.
ÚNICO se quedó asombrado al escuchar lo que decía el robot. ¡Él, el último ser humano que quedaba en La Tierra, sin esperanzas de tener descendencia, podría dar vida a una nueva raza! Jamás se habían unido antes un humano y un robot. Quizá sí pudiera dar muy buen resultado esa unión. Quizá sería el principio de una raza superior...
Y Único H.S. sin que en esta ocasión la voz lograse salir de su ahora enmudecida garganta, asintió con su cabeza una y otra vez a las palabras de Robur, mientras se aferraba a su brazo y salían juntos a la calle.
martes, 2 de febrero de 2010
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