jueves, 4 de febrero de 2010

SUEÑOS MUY REALES

Estoy aterrado. Lo que comenzó como un juego de mi mente y que yo creí sería divertido, ha resultado ser una realidad abrumadoramente cruel. No sé exactamente cómo diablos he logrado encontrarme en las mismas y exactas situaciones que ya viví hace muchos años, no sé cómo lo hago, pero cuando me acomodo en este sillón tan confortable y consiento que mis pensamientos y mis recuerdos fluyan libremente, al dejarme arrastrar por ellos vuelvo a vivir con tremenda exactitud lo que ya viví años atrás.
Al principio me parecían simples ensoñaciones hasta que, un día, al despertar, encontré en mis piernas las marcas rojizas y sangrantes de los correazos propinados por mi padre: los recuerdos me habían trasladado a mi infancia y había vivido de nuevo aquella escena que nunca olvidé, la del día que me enfrenté a él, y mi padre, furioso y borracho por el vino y por la ira, marcó mi cuerpo a golpes y a correazos. Resulta curioso porque, ahora, mientras él me pegaba, yo sabía que lo estaba soñando, que solamente eran recuerdos, y mientras revivía esos momentos me parecía increíble que pudiera mi imaginación rememorar tantos detalles, e incluso sentir en mis carnes el dolor lacerante que me causaba la correa que mi padre utilizaba con saña.
Mi padre me pegaba y yo revivía aquella situación sin poderla remediar, pero al mismo tiempo, en mi interior no dejaba de pensar en lo que me hubiera gustado decirle: papá, no sirve para nada que me pegues, ya ves, han pasado muchos años y nunca aprendí algo bueno por haberme pegado tanto, ahora tú estás muerto y ni siquiera por respeto a tu memoria puedo darte la razón. Pero me sentía incapaz de decírselo, y él me pegaba sin cesar y yo traba de huir de sus golpes. Y era como si estuviese viviendo dos vidas al mismo tiempo, o como si dentro de mi existiesen dos mentes; una era mi mente de niño que sufría y la otra mente es la que ahora poseo, actuando de observadora. Cuando desperté de mi ensoñación, me encontré dolorido. Me dolían las piernas y contemplé con asombro que las tenía completamente señaladas, marcadas por la correa de mi padre. Me levanté del sillón en el que había permanecido sentado y me dirigí al botiquín; impregné un trozo de algodón con agua oxigenada y me curé las heridas sin poder encontrar ninguna explicación a lo que había ocurrido. Yo mismo no podía creerlo pero las heridas eran muy reales. Aquello fue el principio de una larga cadena de recuerdos y sucesos inexplicables.
Tengo tantos recuerdos... algunos de los que he rememorado no llego a comprenderlos, al menos no comprendo la importancia que pueda tener poder revivirlos al cabo de tantos años; como el de aquella mañana fría de invierno cuando, al dirigirme a la escuela, vi a un mendigo que me inspiró lástima y le entregué un bocadillo que guardaba, envuelto en papel, y que mi madre me había preparado. El mendigo se sorprendió y me entregó a cambio... ¡un botón!. El mendigo estaba aterido por el frío y tenía la mano extendida pidiendo una limosna. Al ofrecerle el bocadillo, en un primer momento no se atrevió a cogerlo, pero terminó aceptándolo con una sonrisa. En seguida rebuscó en sus bolsillos, sacó algo de uno de ellos e insistió para que yo lo cogiese. Y yo lo cogí, y al mirar lo que el mendigo me daba vi que era un botón. Me lo entregó como si en lugar de un botón fuese un tesoro; y quizá para él lo era, o pensó que para mi, un niño, ciertamente lo sería. Viví de nuevo aquella escena, respirando y notando el aire frío de la mañana y el tacto, también frío, de aquel botón, y mi mente deseaba decirle al mendigo: me acuerdo de ti, pero eres únicamente un recuerdo, no eres real. Al despertar en mi sillón me di cuenta de que mantenía una de mis manos fuertemente cerrada, ocultando algo dentro de ella y, al abrirla, ¡vi que en mi mano tenía el botón que el pobre me había entregado!
Fue el principio de algo que ahora no tengo otro remedio que aceptar. Llegaron otros muchos recuerdos después de aquellos y, siempre, al despertar, encontré pruebas reales de haberlos vivido de nuevo; pero nada de eso importaba a nadie y nunca me atreví a contarlo, tampoco lo hice porque no creo que me hubieran creído. Luego, empezó lo más terrible y que me ha sumido en un pánico atroz, pues comencé a vivir, como en un imposible, los terroríficos sueños lejanos de mi infancia. Y al rememorarlos los reconocí, supe que eran mis sueños, todos los malos, los peores sueños que creía tener dominados y ya olvidados. Y soñé de nuevo que ahora, al igual que entonces, yo era un viajero del espacio infinito recorriendo mundos ignorados.
En éste último sueño me hicieron prisionero unos seres extraños pertenecientes a un lejano mundo. Vagamente veo cómo introducen un objeto en mi pecho. Me mantienen echado en una camilla; no me hacen daño pero tengo miedo. Les oigo hablar; me gustaría poder entenderles pero no termino de conseguirlo. Los veo reír diabólicamente. Ahora logro entender algo. Están diciendo que gracias a mi han encontrado la clave... Y al llegar aquí, no puedo recordar más que palabras incompletas y sin sentido alguno. De nuevo entiendo algo más: hablan de que una vez haya regresado yo a la Tierra, y a través de mis sueños, podrán cumplir por fin lo que desde hace tiempo deseaban. Y con las manos hacen gestos... extienden los brazos y abren las manos de un modo rápido, al tiempo que dicen: ¡pum!
De todas mis ensoñaciones, ésta es la que más me importa, ésta es la más terrible de todas. Ya me encuentro totalmente despierto; desconozco el motivo pero me encuentro tan aterrado que no me atrevo a moverme y no sé qué hacer. Dentro de mi oigo un débil sonido que va creciendo y que también hace temblar mi pecho. Ahora, todo mi cuerpo está temblando, y aunque trato de evitarlo me resulta imposible porque no me siento dueño de mis actos. Si pudiera pedir ayuda... A cada segundo que transcurre, noto y oigo este ruido con mayor intensidad. El ruido y mi temblor han aumentado tanto que están dominando mis sentidos, me martillean el cerebro y me nublan la visión. Recuerdo, de pronto, algo que dijeron, palabras terribles que quisiera poder olvidar: tú eres el medio para poder llegar hasta vosotros, y cuando el dispositivo estalle... ¡feliz Navidaaad!. Y lo decían riendo, mientras me saludaban con las manos en un gesto que entendí era la despedida final.
Debería llamar, avisar a alguien, pero no puedo dominar mis movimientos; mis temblores aumentan sin cesar como si siguiesen el ritmo de este sonido que me invade y que, por momentos, crece dentro de mi. Y mientras permanezco en mi sillón, me parece advertir que este sonido, este retumbar infernal, es algo similar a un rápido: tictac, tictac. Tictac, TICTAC....

1 comentario:

José Moya dijo...

Hola! Acabo de encontrar tu página al buscar quién era el autor de un relato en la página de Diaspar... Creía que lo encontraría en es.rec.ficcion.misc, pero tu blog salió antes...

Recuerdos de un antiguo miembro de aquel grupo!
Me apunto tu página para leerte!