En la cueva, todos andaban revolucionados. Aquél era su mundo, y ningún extraño había podido acceder jamás hasta ellos. Vivían así voluntariamente desde hacía muchas generaciones. Los humanos los hubieran llamado gnomos y quizá lo fueran. Todos medían entre 35 y 45 cm..
La revolución llegó con una alpinista que nadie sabe cómo, en un deslizamiento de tierras, apareció, cayendo de pronto en uno de los túneles interiores. Estaba desvanecida, y todos contemplaron a aquella muchacha sin saber qué decidir. No parecía tener nada grave, solo un simple desvanecimiento al caer deslizándose, y por el golpe final que al parecer, se había dado contra el suelo. No podían permitirse ser descubiertos por aquella humana, pero tampoco podían dejarla encerrada para siempre, allí dentro.
Mientras la mujer estaba sin sentido, y una vez comprobaron que no tenía ninguna lesión, decidieron trasladarla fuera y lejos de sus cuevas. Antes de eso, admiraron las grandes, para ellos, dimensiones de la mujer. Nunca habían tenido una oportunidad como ésa. Con osadía, la desvistieron parcialmente, y quedaron boquiabiertos por los grandes y preciosos pechos de la mujer y de los fuertes muslos. Observaron su pubis, y también lo que había más abajo. Grandes ¡Oh! salieron de todas las gargantas. La mujer era muy bella, y todos quedaron enamorados al instante, pues aunque para ellos era un gigante, sabían reconocer la belleza. Todos, incluso las mujeres, estaban impresionados. Como entre ellos no había lazos especiales para el amor, ya que convivían todos con todos, tomaron una decisión en la que unánimemente se pusieron de acuerdo. Hicieron beber a la mujer grande un brebaje, que la dejaría durante unas horas sin voluntad y... Luego la subirían al exterior, en algún paraje donde pudiese ser encontrada fácilmente por los de su propia raza.
Cuando Paula se despertó al cabo de algunas horas, lo hizo en un hospital. No recordaba nada, nada de su caída, ni nada de lo que le había ocurrido en las horas siguientes. Le explicaron dónde la encontraron, y que luego la habían trasladado hasta ese hospital, donde no apreciaron ninguna herida, solo síntomas de cansancio.
Paula, ya en su casa, reanudó su vida de siempre, pero todas las noches tenía el mismo sueño que le electrizaba, y por la mañana se despertaba calenturienta y deseosa de amor. Siempre soñaba lo mismo. Unos seres diminutos le rodeaban, y ella no podía moverse. Había mujeres y hombres. Le tocaban y le acariciaban los pechos. Unas mujeres le besaban los pezones y otras acariciaban sus muslos, y los pequeños hombres se turnaban para hacerle el amor. Muchos pequeños hombres le hicieron el amor, dándole un placer que no terminaba nunca. Cada noche tenía los mismos sueños, y llegó un momento en que deseó pudieran ser reales, tanto le gustaba ser poseída de ese modo tan especial y extraño, y que le causaba tan enorme placer.
Pasaron unos meses y un día, al salir a la calle, unos muchachos juerguistas que por casualidad pasaban por allí, entre bromas, le dieron la noticia : Estaba embarazada. ¿Qué será, niño o niña? le preguntaron. Paula se miró, y enseguida vio que era cierto. Había pensado que debía empezar a hacer régimen, sin darse cuenta de lo que en realidad le sucedía
Al cabo de seis meses, Paula dio a luz a nueve bebés tan pequeños, que los médicos quedaron mudos de asombro. Paula miró a los bebés con inmenso cariño, y supo que no necesitaban de ninguna incubadora. Solo sabía que eran suyos por derecho propio, y que los cuidaría con todo su amor.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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