Tengo una gata y también una manía. Desde hace mucho tiempo creo que mi gata no es lo que parece. Estoy convencido de que bajo su personalidad de gata oculta la de un ser especial. Lo pienso porque siempre con su mirada es capaz de transmitirme sus más mínimos deseos, y si yo dudo ante lo que me pide y me quedo dubitativo, entrecierra sus ojos y mueve sus pestañas coquetamente, con languidez, como diciéndome: Si tú no me lo das, ¿quién lo hará? Siempre acaba convenciéndome, la muy lagarta. Conoce mis pensamientos y sabe los movimientos que voy a hacer antes de que yo mismo lo sepa. Su nombre es Kimshasha, aunque yo la llamo Kimsa, y su raza es Común Europea. Parece un pequeño tigre.
Llevo varias noches que no puedo pegar ojo por culpa de Kimsa. En lo mejor de mi sueño sube silenciosamente a mi cama y se acurruca entre mis brazos, colocando su pequeña cabecita en mi hombro. Entonces, empieza a ronronear suavemente, como si me cantase una nana con mucha dulzura, por lo bajito, única y exclusivamente para mi, y cuando eso ocurre, ya no puedo seguir durmiendo.
Tiene ahora cinco años y nunca me había hecho antes algo parecido. Por su edad ya va para solterona, y es posible que haya decidido evitarlo, haciéndome arrumacos y tratando de conquistarme.
Yo no creo en cuentos de niños ni en cuentos de hadas, nadie que esté en su sano juicio puede creer en ellos. Sin embargo, se me ocurre que esta gata, tan ladina y tan coqueta, bien pudiera ser una princesa encantada. Dicen que en las leyendas que conocemos de siempre, existe algo de verdad.
Fue esta noche pasada, cuando al notar de nuevo su cálido cuerpo junto al mío, apoyada su cabecita en mi hombro una vez más, rozando y haciéndome cosquillas en la mejilla con sus bigotes de pequeña tigresa, y ronroneándome dulcemente al oído, no pude resistirme. Me sentí como un niño y deseé ser un príncipe, como el príncipe del cuento que da un beso a la ranita encantada, y entonces, esa ranita, con el beso, recobra su forma natural, convirtiéndose en una linda princesa. Quizá ocurriese, quizá mi gata fuese una princesita. No perdía nada por probar. Ladeé e incliné mi cabeza y le di a mi gata un pequeño y suave beso en sus morritos.
Y lo que ocurrió fue que, Kimsa, mi princesa, al notar mi beso apretó aún más su cabecita junto a la mía y ronroneó con más fuerza que nunca.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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