Durante toda mi vida había anhelado poder regresar a la Tierra. Cuando la abandoné tenía solamente siete años; ahora tengo cuarenta y ocho. Y ni un solo día dejé de pensar en ello, en mi regreso.
Recuerdo el viaje con mis padres, a bordo de una gran nave a través del espacio: somos pioneros, me decían muy contentos. Y recuerdo haber contemplado a través de los inmensos ventanales de la nave a nuestro Planeta, intensamente azul, flotando en el vacío y cada vez más pequeño, más lejano, hasta que se perdió en la distancia, en el infinito del Cosmos, o no perdimos nosotros y dejé de verlo. Luego, nos dormimos. Eso no lo recuerdo, lo sé porque conozco los detalles de nuestro viaje por haberlos leído innumerables veces en los libros de historia. Solamente rememoro haber despertado después de un largo sueño, y oír como gritaban todos en la nave, alborozadamente; y cuando miré por los ventanales, después de la larga hibernación que también luego supe que había durado años, vi un Planeta gris que en nada se parecía al que habíamos abandonado. Y sentí pena porque, ese Planeta al que nos dirigíamos, no era tan bello ni tan espectacularmente lleno de colorido como nuestra querida Tierra, ya tan lejana. Pero nuestra llegada marcó un hito en la historia de la civilización del Planeta que nos acogió; lo bautizaron de común acuerdo con el nombre de “Humano”.
Durante meses fueron arribando a Humano muchas otras naves parecidas a la nuestra, al principio tal y como estaba previsto hasta que, sin poder conocer los motivos, dejaron de llegar todas las que esperábamos; eso alteró los planes de nuestra Colonia, haciéndonos más difíciles los comienzos en el Planeta gris.
Crecí, estudié y trabajé duramente. Me casé... y no tuve descendencia, ninguno de nosotros la tuvo, ningún humano. Mis padres murieron y también mi mujer. Nada me ataba ya a Humano y seguía sintiendo una gran nostalgia por la Tierra. Deseaba morir en el lugar donde nací y anhelaba poder regresar al Planeta azul antes de hacerme demasiado viejo, antes de que los achaques causados por los años me hicieran desistir de efectuar un viaje tan largo a través de las estrellas.
Nuestra tecnología, gracias a las últimas naves que llegaron de la Tierra, había avanzado lo suficiente como para que no fuesen necesarias naves gigantescas para surcar el espacio. La comunidad me facilitó una pequeña nave, suficientemente maniobrable para poder manejarla yo solo. Todos me ayudaron en los preparativos, ellos también correrían esa ventura mía desde sus pensamientos, y me dijeron que quizá, de ese modo, la Tierra, que les había olvidado, volvería a contar con ellos.
Cuando después de muchos años de viajar hibernado por el espacio al fin llegué a contemplar nuevamente desde lejos mi Planeta, tantos largos años añorado, la emoción que me embargaba fue aumentando hasta que rompí en sollozos al aproximarme a él.
El Planeta azul era más azul que nunca y tan bello como yo lo recordaba desde niño. Y cuando entré en su atmósfera, el azul continuaba siendo intenso, tan intenso como el color del mar que lo anegaba por completo.
Sobrevolé ese mar durante incontables horas, buscando angustiosamente, intentando hallar aunque fuese solamente un metro cuadrado de terreno seco pero sin lograr encontrarlo, mientras mis ojos, antes llorosos por la emoción del regreso, derramaban ahora incontenibles lágrimas de dolor ante
el uniformado color azul, ese color amado que durante tantos años había yo añorado y que ahora examinaba con odio por dominar totalmente a mi querida Tierra.
Puse finalmente rumbo a las estrellas lejanas de donde había venido y abandoné la Tierra, mientras reía histérica y amargamente por la paradoja de su nombre y al comprobar que mi largo viaje de regreso había resultado inútil, que mi origen y mi pasado eran ya algo remoto y que únicamente podría, en adelante y mientras viviese, rememorarlo como si fuese un sueño que nunca existió más que en mi mente.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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