R´as Al Gul caminaba a través de la estepa helada en busca del oso que, si lograba cazar, podría ser el único alimento que él y su mujer tuviesen durante los próximos meses. La pesca no se había dado bien y su esperanza estaba en esas huellas de oso marcadas en la nieve. Estaba llegado el deshielo y podía deslizarse con sus raquetas confeccionadas de piel, teniendo buen cuidado de no pisar la nieve blanda que podía llegar a ser una trampa mortal. Seguía tras las huellas, sabiendo que si no se apartaba de ellas el camino sería seguro, pues si el suelo había resistido el peso del oso, sin duda resistiría el suyo propio. Pensó en su gorda mujer que esperaba en el iglú, confiada en que él volvería con buena y fresca carne, y también pensó en que esa mujer había hecho de él un esclavo que solo servía para alimentarla. También pensó en el invierno que ahora quedaba atrás y en los largos días que él había pasado esperándola, mientras ella se solazaba con... Pero eso no deseaba seguir pensándolo pues le producía un gran dolor, un profundo dolor que atravesaba su pecho y le llenaba de tristeza.
De pronto, a lo lejos, vio al oso, al Gran Oso olfateando el aire con su enorme hocico. La vista de los osos no era lo suficientemente buena como para que pudiera verle a él a esa distancia, pero sí lo era su olfato. No había duda de que le había olido, y ahora, el oso sabía que estaba siendo perseguido. Se fue acercando extremando las precauciones y, a medida que se aproximaba, se dio cuenta de que algo extraño le sucedía al animal. El
oso estaba de pie pero se encontraba hundido casi hasta los hombros en la nieve. Así que los osos también caéis en trampas, se dijo. El animal, hundido en un agujero que su propio peso había producido y sin poderse mover, indefenso, levantó su poderosa cabeza al tiempo que lanzaba al aire un gruñido ronco de desesperación. R´as preparó parsimoniosamente y con gran cuidado su arco; no tenía prisa, el oso no se le escaparía.
Tensó al máximo la cuerda y apuntó detenidamente; lanzaría la flecha lo más certeramente posible, a poder ser la clavaría en la parte alta del pecho del oso, casi en su garganta. Instantes antes de lanzar la flecha, el pensamiento de R´as voló una vez más hacia su mujer. La vio en la puerta del Iglú, celebrando gozosa su regreso. Celebraría con grandes aspavientos la buena caza conseguida pero luego retozaría con otro, mientras él se consumiría esperándola durante muchas horas. Su mujer volvería más tarde, satisfecha y mirándole con desprecio. Y él, R´as, ¿debía preocuparse para que a ella no le faltase alimento? Comparó su propia desesperación con la que el oso tenía en esos momentos y, lentamente, bajó el arco; se sintió tan unido al oso en su soledad que decidió no acabar con su vida. Tampoco volvería a su poblado donde era el hazmerreír de todos. Recordaba otro poblado que había conocido años atrás y donde siempre era bien recibido. Allí iniciaría una nueva vida.
Echó otra mirada al pobre oso atrapado por la nieve y en un impulso se acercó adonde éste se encontraba, aunque no tanto como para que el oso pudiera atraparle con sus garras. Observó que si ahondaba en el hielo con su pequeña pala por la parte baja de la nieve, por detrás del animal, podría liberarlo. Se dispuso a ello y, trabajando duramente, cavó lo suficiente para que el animal, si forcejeaba, lograse liberarse por si solo, pero no antes de que él se encontrase lejos de ahí.
No terminaba de comprender por qué había ayudado al oso, en lugar de cazarlo. Seguramente vio reflejada en el oso la soledad y la impotencia que él siempre llevaba dentro y salvar al oso había sido como salvarse a si mismo. Desde lejos, echó una última mirada al oso que ya no permanecía inmóvil, sino que parecía estar saliendo de la trampa y se alejó contento por las decisiones tomadas aquél día. También él, R´as, salía de la trampa en la que durante tanto tiempo había vivido inmerso.-
jueves, 4 de febrero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario