—¡Hay demasiados cabos sueltos! bramó el Coronel, golpeando furioso la mesa con la mano.
—Mi Coronel, creo que yo sé donde está el problema, —dijo Balú, dirigiéndose a su superior y hablando con voz muy baja, temeroso de aumentar más la cólera del viejo militar.
—Bien, Teniente Balú. Si usted sabe dónde tenemos el problema ¿por qué no ha dicho nada hasta ahora? y mejor aún ¿por qué no lo ha solucionado?
—Verá, mi Coronel, pensé que era algo sin importancia, pero como ahora parece que no es así...
—¡Claro que no es así! ¡Claro que tiene importancia! ¿Se da cuenta de que todos los soldados ahora son cabos? ¿Se da cuenta de que en este batallón ya no tenemos soldados rasos? ¿Quién ha logrado que se cometa tamaño disparate? ¡Si lo sabe, explíquese, pronto!
—Pues el caso es que alguien ha estado vendiendo galones de cabo. Todo legal, por supuesto. Los han estado vendiendo con su correspondiente certificado, expedido por el nuevo Gobierno, y los soldados los han ido comprando. Al principio fueron unos pocos, pero, luego, ningún soldado ha querido quedarse sin sus galones. Ahora, efectivamente, me parece que ya todos son cabos... ya no hay simples soldados.
—¿Sabe, teniente, lo que va a terminar ocurriendo por culpa de este
Gobierno, que por falta de recursos y para financiarse es capaz de hacer estas cosas?
—No lo sé, mi Coronel.
—Pues que pronto empezarán a vender estrellas de Teniente, y también
de Coronel. Hasta de General son capaces de poner a la venta, y los soldados con recursos las comprarán. Y, dígame, teniente...
—¿Si, mi Coronel?
—¿A quién, entonces, cree que podremos mandar usted y yo? ¿Se da
cuenta del verdadero alcance de este disparate? Ande, piense un poco y
dígame, si se cree capaz de hacerlo, quién quedará por debajo de nuestro escalafón para que nosotros podamos mandar algo...
—No había caído en eso, mi Coronel.
—¡No había caído, no había caído! ¿Y si el cabo Gutiérrez se compra
estrellas de comandante y le obliga a usted, que es teniente, a cuadrarse bajo sus órdenes? ¿eh? Vamos, dése prisa y compruebe si ya se están vendiendo estrellas de alto rango. Compre todas las estrellas que pueda, a ver si es posible que durante un tiempo podamos ser Generales... Yo no sé, Teniente Balú, pero a este ejército le veo muy poco futuro.
—¿Está usted seguro, mi Coronel?
—Si, Teniente, si. ¡Qué tiempos nos toca vivir! Ande, ande, vaya a ver si
encuentra esas estrellas, no sea que luego tengamos que ir a la reventa. ¡Ah! y delante de mi, no se le ocurra ponérselas...
—¡OH! No, no, mi Coronel, digo mi General! ¡Ni se me había ocurrido!.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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