¿Os dais cuenta de que dentro de unos años ninguno de nosotros existiremos? Ni vestigios quedarán de que hayamos nacido. No importa, entonces, lo que hagamos, no importa el bien ni tampoco el mal, nada será perdurable. No os engañéis, no viváis con el temor a la eternidad pues ésta se os dará igual, tanto si sois unos santos como si actuáis como criminales. Vivid pues vuestro propio credo y no escuchéis a nadie. Vivid haciendo todo el mal que deseéis si eso es lo que os apetece.
Amigo que me lees, si para sentirte bien necesitas hacer el mal, no lo dudes, hazlo.
Y ahora, cantad todos conmigo:
Mata, roba, haz el mal
pero no te dejes atrapar
por nadie
Asesina, sé un criminal
y déjate admirar
por alguien
Vive tu vida como te plazca
y navega como el capitán
que su ley en el mar implanta
Aplasta al que se rebele
y no le dejes respirar
Ponle tu bota en la cara
y que aprenda de la vida
cómo hay que navegar
Bebamos amigos
sorbamos la sangre
de los demás
que todo vale
A ver, el coro: sorbamos la sangre de los demás, que todo vale.
Ahora, dos veces seguidas: que todo vale, que todo vale.
Extracto de “El libro de la maldad” de Giusepe Levisco, siglo XVlll. Por este libro, la Iglesia le condenó a la hoguera. Cuando la pira comenzaba a arder, Giusepe hizo señas de arrepentimiento. Un cura se acercó y Giusepe pidió le fuera desatado un brazo para poder santiguarse. Luego, rogó al cura que le desatara el otro brazo antes de arder para siempre, ya que deseaba unir sus manos para entonar una oración. El cura lo hizo deprisa, pues la hoguera comenzaba ya a levantar algunas llamaradas. En el momento que Giusepe tuvo sus dos brazos libres, con una mano atrapó por la pechera al cura, reteniéndolo con fuerza junto a él, y con la otra mano aventó la llamas, mientras gritaba: ¡Mirad cómo acaba el bien! ¡Igual que el mal! Y nadie pudo rescatar al pobre cura al ya haber prendido las llamas en los dos cuerpos. Y cuando pudieron reaccionar y acercarse con varios cubos de agua para intentar apagar las llamas de la hoguera, ya era tarde, pues los dos cuerpos ardían por igual. Los dos, el condendo y el cura, ardían muy juntos como teas encendidas. Y hay quién jura que vio cómo dos ángeles negros aparecieron de pronto entre el humo y se llevaron a Giusepe por los aires. Otros, juran que los ángeles eran blancos y resplandecientes de luz y que a quién se llevaron fue al pobre y caritativo cura. Cuando la hoguera quedó consumida, convertida en pequeños restos, no quedaba rastro de ninguno de ellos dos, ni de Giiusepe ni del cura.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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