Iba tan escotada, que los tobillos podían contemplarse mejor por el escote que mirando directamente hacia sus pies. Las pezuñas eran de importación, eso saltaba a la vista, y no hacía falta ser ningún lince para darse cuenta de que la mujer destilaba por todos sus poros una clase especial; pertenecía a la clase dominante, y esa clase de gente era, desde hacía muchos años, la gente que marcaban nuestros destinos.
La clase dominante disponían de grandes fortunas y solamente ellos podían permitirse caprichos que los demás, pobres mortales, únicamente podíamos contemplar a través de los escaparates de las más lujosas tiendas, creadas especialmente para esos seres tan especiales.
La mujer dio unos breves pasos y luego me miró largamente. Aquella mirada la recordaré siempre, me atravesó por completo, y fue entonces cuando me di cuenta de que necesitaba una pronta ayuda. ¡Qué estúpido había sido! Como si no supiese que debía haberme evitado dejarme subyugar. Pero ya no tenía remedio, por lo que me dirigí al único lugar donde pensé que quizá podrían ayudarme. Cuando el médico de guardia me atendió, le expliqué con detalles todo lo sucedido.
- Y esto, doctor, es lo que me ha ocurrido. He venido en cuando me he dado cuenta de que necesitaba ayuda.
- Vale, pues estás apañado, poco podemos hacer por ti en el hospital, así
que no creo que dures mucho, es decir, que te quedan pocas horas de vida en tu estado actual. ¿Es que no sabes que debías haberte apartado de su camino en cuanto te diste cuenta de quién era? En cuanto advertiste sus pezuñas debiste pensar en no mirarla a los ojos.
- Si, doctor, lo sé, pero me quedé tan embelesado...
- Claro, como todos, pero si no te hubieras quedado allí, quieto como un
pasmarote, su mirada no te habría influenciado. Parece mentira, pero esos
seres acabarán dominándonos a todos, simplemente con mirarnos. ¡Y mira que lo sabemos! Pero nada, siempre caemos... Ya te digo,
encomienda tu alma, que no hay nada que podamos hacer por ti. Y si quieres reclamar, pide los impresos a la enfermera, pero para lo que te van
a servir... Esos, siempre se pasan el cupo por... Yo, en tu lugar, dormiría, y así, cuando esta noche te hayas convertido, estarás descansado y podrás acostumbrarte más fácilmente a tus pezuñas. Por otro lado... supongo que ya sabrás que una vez te hayas transformado, esos seres te ayudarán. Nunca serás como ellos, pero podrás vivir a su servicio y recibir algunas migajas de su lujosa vida. No vivirás tan mal, pero habrás perdido tu libre albedrío. Lo siento, porque ya vamos quedando muy pocos...
- Si, doctor, lo sé, y es terrible, ¿verdad? Dejaré de ser... yo mismo.
- Si, eso ya es inevitable.
- De acuerdo, doctor. Ahora tengo mucho sueño, me han entrado unos deseos enormes de dormir y se me cierran los ojos.
- Bien, pues duerme, y cuando esta noche te despiertes, procura salir
despacio y sin hacer ruido, y sobre todo, no se te ocurra mirar a nadie, que
aquí sabemos muy bien cómo trataros. Como cualquiera de nosotros note una ligera insinuación de que intentas mirarnos, ya sabes de qué modo, de la rociada con éter no te libra nadie, y también sabes lo que eso significa: tu desaparición inmediata y también la nuestra. A nadie nos beneficiará, pero no podemos permitir que nos subyugues.
- Vale, doctor, lo tendré en cuenta.
Y cuando el doctor ya estaba a punto de salir de la habitación, pareció recordar algo. El doctor pensaba en todos los detalles. Era muy pulcro y le gustaba su profesión. Se volvió hacia la cama y dijo: ¡ah! y cuando te despiertes no vayas a ponerte los zapatos: te dañarían las pezuñas. Ya sabes que en adelante deberás andar siempre descalzo, y, de pronto, se le ocurrió algo y añadió- ¿puedo llevármelos? Y ante el gesto de asentimiento del enfermo, se agachó, recogiendo los zapatos y saliendo de la habitación, mientras pensaba que esos zapatos no le venían nada mal.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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