Juanito era un hombre de suerte, le decían siempre. Los últimos años de su vida los pasó visitando las salas de las clínicas de la Seguridad social. Como ya le conocían de tanto tiempo, no necesitaba número y le hacían pasar en seguida. ¡Ha llegado el rodajas! se transmitían las enfermeras unas a otras. Y le hacían pasar por delante de todos.
Juanito conocía muy bien el camino de los quirófanos. Él mismo se echaba en la camilla y se colocaba la anestesia sin necesidad de ayuda: hoy no me pondré mucha, doctor, que después he quedado con un amigo para jugar al mus. Es usted como de casa, Juanito, acostumbraba a decirle el médico, sírvase como guste. Hasta que un día, ése mismo médico le dijo: Juanito, hoy deberé ponerle yo la anestesia, porque no creo que pueda hacerlo usted solo sin ayuda. Pues sí doctor, respondió Juanito, difícil sería ponérmela yo mismo. Y es que a Juanito ya no le quedaban brazos. En realidad, a Juanito le quedaba muy poco de sí mismo.
Todo comenzó cuando se le declaró un feo mal en un pie y los médicos no tuvieron más remedio que extirparle los dedos. Luego, el mal continuó y le cortaron por encima del tobillo. Más tarde le cortaron por encima de la rodilla y también la otra pierna al completo. Y así, con el paso de los meses primero, y después con los años, fueron cortándole poco a poco el resto que le quedaba en su única pierna, y después continuaron con los brazos. Le cortaron todo, hasta quedarle únicamente el torso y la cabeza. Tantas y continuas operaciones, hicieron que el personal médico le cogiera afecto y acabaran llamándole “el rodajas”.
Un día, Juanito se sintió triste y se lo dijo a una enfermera. ¡Pero, Juanito, no se queje usted, hombre de Dios! le respondió ésta, con ánimo, sin duda, de levantarle la moral. Mire -continuó diciéndole la enfermera- ¿cuántas personas no habrán tenido la suerte que usted ha tenido? Lleva años viniendo por aquí, y cuántos hubieran querido eso; hay gente que se muere a la primera ¿no lo sabía?. Si, si, respondió Juanito, pero es que ahora... como me han dicho que me van a rebanar el cuello...
¡Nada, eso no es nada, hombre! -le dijo la buena mujer- solo un cachito hasta la barbilla y le quedará la cabecita completa; podrá seguir mirando el mundo fijamente y le tendremos aquí siempre con nosotros, porque supongo que se lo habrán dicho, que le pondremos en un frasco y ya no tendrá que hacer tantos viajes como ahora.
A Juanito “el rodajas” se le iluminaron los ojos, y por primera vez en mucho tiempo se sintió feliz.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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