Os voy a contar un sueño. Pensaréis que también vosotros soñáis y que no os podré contar nada nuevo, nada distinto o diferente a otros sueños. Quizá tenéis razón. Enseguida lo sabréis, mi sueño es muy corto.
Soñé que mi existencia se desarrollaba en algún lugar desconocido y lejano. Al principio no lo advertí, pero en cuanto salí de mi casa y pisé la calle, descubrí que yo no podía estar en ningún sitio conocido antes por mi. Las calles, los edificios, todo parecía igual. Pero me di cuenta de que me encontraba en un sitio insólito después de haber visto a la gente y advertí, con asombro, que ese lugar no podía pertenecer a nada que yo conociese.
Vi a hombres y a mujeres. Hombres y mujeres de toda clase; iguales pero diferentes unos de otros, como ocurre en todos los países de la Tierra. Unos eran bajos, otros eran altos, otros, calvos, gordos, delgados, bien vestidos o no y, las mujeres, algunas eran bonitas, coquetas y elegantes. Una eran jóvenes, otras eran mayores, algunas eran gordas, otras, delgadas... Pero cuando vi a... ahora sí que me resulta difícil explicar lo que vi, y sin duda que es un sueño, sin duda. Vi a unos seres... que no pude adivinar lo que eran; a esos seres no pude reconocerlos, aunque quedé impactado por su gran belleza. Parecían seres humanos, si, pero de una belleza inigualable, una belleza radiante. No eran ni hombres ni mujeres. Y su rostros, eran... qué difícil es explicarlo, sus rostros poseían unos rasgos que contenían en si mismos la belleza de la mujer más hermosa y exquisitamente femenina, mezclados con los rasgos del más varonil y apuesto hombre que yo jamás haya conocido. Según avanzaban yo les iba mirando y, tan pronto se me aparecían como diosas, vestales de algún divino templo, como arrogantes y aguerridos seres masculinos. En ese momento, sí que me pareció estar soñando. Quedé extasiado, fascinado ante aquellas criaturas surgidas de algún paraíso y que caminaban despacio, majestuosamente, con un maravilloso halo de luz brillante que les rodeaba por completo, y quedé asombrado porque, esos seres, pensé, no parecían de este mundo, no parecía posible que pudiesen existir. Observé con atención su felicidad, la felicidad que desprendían, contagiosa, y que lograron despertar en mi una emoción, unos sentimientos de amor tan intensos, que me sentí profundamente turbado. Esas maravillosas criaturas eran tan atrayentes, que durante mucho rato estuve viendo como paseaban por delante de lugar en el que yo me encontraba sin atreverme apenas a respirar para no estorbarles. Observé que el resto de la gente se apartaba ante su paso, respetuosa, y que también les admiraban.
Cuando reaccioné, vi que a mi lado se encontraba una señora de mediana edad que permanecía allí, inmóvil, igual que yo, contemplando a esos seres de ensueño que, al pasar cerca de nosotros, nos inundaban de tan gran emotividad. Señora, le pregunté, ¿quiénes son esos seres resplandecientes? La señora me miró, muy extrañada, y me contestó: ¿no lo sabes?, siendo joven, como eres, deberías saberlo... pero quizá no te ha llegado todavía el momento o quizá nadie te lo haya explicado. Esos seres son los que se aman, los que se han encontrado, se han reconocido y han unido sus almas y su espíritu y disfrutan con su bello amor. Esos seres son ahora uno solo, un solo ser, son privilegiados y no hay otros como ellos, son... los enamorados.
Y entonces fue cuando me desperté. Y he querido explicaros mi sueño, un sueño que he vivido tan intensamente, que me ha parecido tan real, que quizá he soñado, si, pero que no me ha parecido un sueño terrenal.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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