Hasta luego, mamá, dije tan pronto como vi que mi madre, apenas terminado de comer, había aferrado su bastón con una mano. Lo mantenía oculto entre su silla y la mesa, pero desde mi posición yo podía ver cómo lo sujetaba. Me había fijado en su expresión inquieta, deseando despedirse pero sin atreverse a hacerlo. Conociéndola, fue entonces cuando sonreí, y con tono ligeramente irónico, le dije: “hasta luego, mamá”.
Los invitados no habían visto que mi madre se levantase ni que tampoco expresase su deseo de irse, y por ese motivo, probablemente, no entendieron a qué venía esa despedida enunciada por mi. Sin duda debieron oírla con extrañeza, pero mi madre me miró y se echó a reír, sabiendo que yo la conocía muy bien. Mis palabras facilitaron su despedida ante nuestros invitados. Mi madre se levantó, y sin mirar a nadie, dirigiéndose a todos y a nadie en particular, dijo simplemente: estoy ya muy vieja, necesito descansar.
Apoyándose en su bastón, y sin volver la vista atrás, mi madre se dirigió, con lentitud y elegancia, hacia su habitación.
Hubo un pequeño silencio entre los invitados a la mesa. A continuación, la charla se animó y nadie pensó más en lo que, por supuesto, no había sido un incidente, sino algo muy natural.
jueves, 4 de febrero de 2010
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