jueves, 4 de febrero de 2010

OTROS SERES

Nadie supo de dónde salían aquellos seres. Aparecieron de pronto, sobrevolando por encima de la gente. Su número era incalculable. Parecían medir apenas treinta o cuarenta centímetros, aunque sus cabezas eran enormes y desproporcionadas al resto de su cuerpo y sus caras eran como caretas grotescas e uniformes, todas con el mismo gesto inexpresivo.
Desde la ventana de mi habitación observé con más atención, y espantado, el fenómeno. Creí al principio que estaba soñando pero advertí que lo que veía era una realidad espantosa, más espantosa que una pesadilla. Los pequeños seres voladores, que parecían poder desplazarse por los aires gracias a las capas anchas que portaban, se colocaban encima de la cabeza de los hombres y mujeres que, al parecer, no se percataban de su presencia. En apenas dos minutos, todos esas personas se vieron envueltos por las capas de esos seres extraños. Volando, los seres se colocaban encima de sus cabezas y las envolvían completamente con su capa. Durante unos segundos no pudo verse más que a las personas cubiertas con las capas negras para, a continuación, vérselas de nuevo totalmente normales, como si nada hubiese sucedido. Y los seres voladores habían desaparecido.
Yo estaba atónito por haber contemplado, totalmente despierto, lo que me pareció una visión espeluznante, quizá fruto de mi mente desequilibrada por las pocas horas de sueño conseguido la noche anterior. Me froté los ojos y maquinalmente me dirigí hacia la cocina. Pensaba prepararme un café bien cargado cuando, en ese momento, sonó el timbre de la puerta. Abrí, y mi cuerpo entero recibió algo parecido a una descarga eléctrica. En la entrada, y delante de mi, estaba un ser idéntico a los que había visto en la calle momentos antes, flotando en el aire.
No me sentí capaz de reaccionar, me encontraba paralizado y lleno de terror. Y me di cuenta de que “esa cosa” me estaba hablando, aún sin que hubiese abierto su boca, porque oí nítidamente su voz dentro de mi cerebro: hay algunos como tú -me dijo- De momento no podemos nada contra ti, pero tú tampoco puedes hacer nada contra nosotros. Queremos que sepas que no dejaremos de vigilarte hasta que encontremos el modo de adueñarnos de tus actos. Ahora, todo en este planeta nos pertenece y nos alimentaremos de vosotros hasta que os extingáis. Nuestro consejo es que cedas a nuestra voluntad si no quieres enloquecer de terror. Si te entregas voluntariamente, no sufrirás. Mi cerebro contestaba una y otra vez: ¡vete, vete!. Está bien -siguió diciéndome mentalmente ese ser- al final, tendrás que ceder, pero no antes de que hayas enloquecido de pavor. Y apenas me hubo transmitido ese mensaje, su imagen desapareció de mi vista.
No me atrevo a salir. Han transcurrido tres días desde entonces y no dejo de temblar. El terror me domina. Desde mi ventana, veo las calles vacías. Nadie responde al teléfono, parece que esté solo en este mundo. Y creo que el ser extraño tenía razón, que estoy enloqueciendo poco a poco. Y aunque todavía soy capaz de escribir estas líneas, no sé si me servirán para algo.-

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