martes, 2 de febrero de 2010

Y EL DÍA LLEGÓ...

Me desperté de repente y no fui capaz de ver nada a mi alrededor. La oscuridad era absoluta. No había estrellas, ni luna, ni tan siquiera un leve resplandor que pudiese ayudar a mis ojos. Palpé como pude el suelo con mis dedos, pues me resultaba imposible mover mis manos y noté la tierra húmeda. De pronto recordé todo. ¡Malditos canallas! ¡Hasta el ataúd se habían ahorrado! Mis exclamaciones las hice únicamente con el pensamiento, pues tenía tanta tierra encima de mi que me resultaba totalmente imposible poder mover los labios. Me dije a mi mismo que, si con el pensamiento podía maldecir, quizá también fuese yo capaz de hacer lo que hombre alguno jamás había intentado, o al menos, lo que nadie había explicado que hubiese conseguido. Me concentré, haciendo un gran esfuerzo, para conseguir ese milagro, el de apartar con el pensamiento la tierra depositada encima de mi cuerpo, y... ¡lo logré! Me quedé atónito, pero ante mi sorpresa, la tierra se apartó hacia los lados, dejando libres mis movimientos. Me pude incorporar y lo hice al instante, con prisa. Entonces fue cuando oí sonar una campanilla y una voz que decía: ¡vamos, holgazanes, que ha llegado el día del Juicio Final! ¡A levantarse todo el mundo para ser juzgados!

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