jueves, 4 de febrero de 2010

UNA SORPRENDENTE MANIFESTACIÓN

Nos levantamos como acostumbrábamos a hacerlo cada mañana, escuchando el inevitable y habitual sonido del despertador que nos había regalado tía Luisa. Yo me encontraba cansado después de la fiesta del día anterior, pero no tenía otro remedio que ir al despacho. Laura, mi mujer, que se había levantado tan pronto había sonado el despertador, me llamó: Luis, el desayuno ya está preparado.
Como todos los días, Laura había dispuesto, en la mesita de la cocina, café para mi y una infusión de no sé qué hierbas raras para ella. Laura era muy aficionada a tomar esas hierbas que sus amigas siempre le aconsejaban. Ella sabía que yo únicamente tomaba café y que aborrecía las hierbas, pero cada mañana, sentados en la mesita de la cocina, me ofrecía su taza. ¿Quieres probarlo? me decía. Yo solía hacer un gesto que ella entendía perfectamente y no volvía a insistir.

Cuando nos disponíamos para ir a nuestros quehaceres, Laura me comentó algo en el último momento que no pude escuchar muy bien, pero creí entender que se refería a un conjunto nuevo que había comprado en aquella boutique que... y aparentando que le había prestado toda mi atención le dije que sí, que le quedaba muy bien y que hasta luego. Nos despedimos como siempre, con indiferencia, pero aparentando un amor y una atracción que no sentíamos, dándonos un beso en la mejilla y deseándonos una buena jornada.

A eso de las once me encaminé al despacho del abogado que llevaba los asuntos de la oficina. Nuestro abogado, hombre servicial y amable, normalmente nos visitaba personalmente, pero ese día le era imposible y yo necesitaba aquellos documentos sin más tardanza. Había recorrido ya un par de calles cuando me encontré con un gran gentío que bajaba vociferando por la Avenida. Muchos de los manifestantes llevaban pancartas que ni me molesté en leer, pero mi atención se fijó en una exquisita mujer de cabellos rubios y que, en medio de toda aquella gente, sobresalía por su elegancia y por sus formas. Sin saber muy bien porqué, me abrí paso como pude y me encontré al lado de ella. Al lado es un decir, pues apenas había llegado a su altura me sentí empujado, zarandeado y apartado de ella. Insistí en un empeño de no quedar atrás, pero los empujones me llevaban en contra de mi voluntad hacia el lado contrario. Cuando por fin de nuevo alcancé a la bonita mujer me fue del todo imposible colocarme a su lado y me conformé con caminar un trecho detrás de ella. Aspiré la fragancia de su perfume y me sentí irremediablemente enamorado. No pude resistir la tentación y, amparándome entre la multitud, rodeé con mis brazos su cintura. Después de mi atrevimiento, y como no rechazó mi abrazo, subí mis manos y las coloqué en lo que intuí que serían unos hermosos senos. Creí estar en la gloria, cuando entonces oí la voz de la mujer, que sin volverse para mirarme, me dijo: Luis, a ver si te estás quieto. Aquí delante de todo el mundo, no. Y coge una Pancarta como te he pedido esta mañana.-

No hay comentarios: