Hoy he pensado que os gustaría conocer la historia de una maquinita que tengo en mi poder y que fabrica relatos, bueno, en realidad debería decir que fabricaba, porque ahora está estropeada. No sé como arreglarla. Hace tiempo ya me ocurrió lo mismo y un día... pero mejor será que os cuente todo desde el principio.
Paseando una mañana por el Puerto, vi a un viejo chino que portaba una caja de cartón, intentando venderla a quién se la quisiese comprar. Me llamó la atención porque en el puerto, aparte de españoles y marroquíes, la mayoría de vendedores son hindúes. Nunca había visto a ningún chino por allí, pero sin duda aquel viejecillo lo era. Nadie le hacía el menor caso y me quedé un rato observándole. Era muy ceremonioso y apenas empezaba a hablar, lastimosamente todo el mundo le dejaba con la palabra en la boca, sin terminar de escucharle. Me dio algo de pena ver el trato que estaba recibiendo por la gente y me acerqué a él. Enseguida se inclinó ante mi, saludándome, y empezó a decirme tantas cosas y tan rápidamente, que a duras penas entendía yo nada; no me extrañó que nadie terminase de escucharle. Le pregunté si quería vender la caja y noté cómo sus ojillos brillaron. Pobre viejo, pensé, y decidí comprar lo que el hombre vendía, fuese lo que fuese aquella caja y siempre que no pidiese demasiado por ella, pues lo cierto es que yo no llevaba mucho dinero encima. Le escuché con atención y me di cuenta de que en realidad hablaba muy correctamente nuestro idioma. Me dijo que necesitaba volver a su País, que él ya era viejo y no deseaba llegar a morir lejos de su Patria, que precisaba dinero para el viaje y ya solo le quedaba por vender esa cajita. Le pregunté cuanto quería por ella, pues estaba seguro de que no tendría yo en mis bolsillos más allá de unas seis mil pesetas, y pensé que si pedía más, lo único que podría hacer era regalarle el dinero puesto que ya había decidido ayudarle. Al hacerle la pregunta entrecerró los ojos y mirándome astutamente, me dijo: ¿Quieres comprarla sin saber lo que compras? ¿No tienes curiosidad por saber lo que contiene la caja? Le aseguré que sí, que tenía mucha curiosidad. ¿Qué contiene la caja? inquirí. Y entonces, el viejecillo la abrió. Dentro había otra caja de metal blanco con muchos dibujos y adornos, y en uno de sus lados, una especie de palanca. ¿Qué es? pregunté. La explicación que el viejo me ofreció fue simple, una maquinita de escribir cuentos o relatos, me dijo sin más, aunque luego añadió que él la había arreglado para nuestro idioma, pero que como no lo dominaba demasiado, quizá la máquina hiciese alguna falta de ortografía, pero, continuó, los cuentos son excelentes y muy originales. Siguió explicándome que yo debía elegir entre cuentos o relatos; las dos cosas, no. El podía cambiar los parámetros, pero que hacerlo yo sería muy complicado, así que debía decidirme y él la dejaría preparada para lo que yo escogiese. Divertido, siguiéndole el juego, escogí que escribiese relatos porque me pareció, le dije, más propio para mi, más adulto. También me explicó que la maquinita había tenido, en tiempos, una especie de soporte para colocar pequeñas bobinas de papel, pero el soporte se había roto y eso no podía arreglarse. Así que, continuó diciendo el chino, Vd. deberá introducir una hoja de papel cada vez que quiera utilizarla y eso será todo lo que ocupe el relato que la maquina escribirá. O sea, que lo que entendí fue que al no caber más de un folio, los relatos no ocuparían más que ese folio y no servía poner después otro, pues poniendo un folio nuevo, saldría un relato nuevo. Está bien, dije, continuando con el juego ¿Y la tinta? No lleva tinta, contestó.
Finalmente, cada vez más divertido con las maravillas que me contaba el viejo, le entregué mis seis mil pesetas que él aceptó encantado. No me creí nada de lo que había escuchado, pero estaba contento. Había hecho una buena obra y la maquinita era una preciosidad para tenerla como decoración en mi casa.
Cuando llegué, lo primero que hice fue introducir un folio en la máquina y darle un pequeño impulso a la manivela, como me había enseñado el chino. Ya digo que no me había creído nada, pero por curiosidad... y quedé asombrado cuando el folio salió con un relato impreso. Salió de la máquina como por arte de magia. Ese relato lo envié enseguida a la Editorial y, después de ése, hubo una larga serie que fui enviando. Un mal día, aunque hice lo que solía, introducir el folio y darle a la manivela, el folio no salió. Me volví loco dando vueltas a la caja por todos lados. Lo toqué todo, pero nada salió de ahí. Estuve mucho tiempo apretando con mis dedos los dibujos y las hendiduras que tenía la caja, buscando algún resorte secreto y tratando de hacer funcionar de ese modo el aparato, pero, al final, y después de muchos días y de muchas horas de intentos vanos, me rendí y la coloqué en una estantería para que durmiera el sueño de los justos; no hubo modo, siquiera, de poder abrir la caja. De esto, hace ya unos cinco o seis meses. El caso es que hará un par de semanas, mi mujer movió la cajita para poder alcanzar algo que estaba al lado y la dejó fuera de su estante. Cuando fui yo a colocarla en su sitio, me dio por mover una vez más la manivela ¡y salió otro relato! He ido colocando folios y más folios y los relatos que me da la máquina son los que he ido mandando durante estos días para su publicación, pues el viejo chino tenía razón en que los relatos son realmente excelentes.
La he ido tratando con mucho cuidado, con especial cariño, para que no se quedase otra vez sin funcionar. Me gustaría saber qué es lo que tocó mi mujer para que de nuevo funcionase. Dice que no tocó ninguna cosa especial, y yo, por más vueltas que doy a la máquina sigo sin ver nada, y ese es el problema, porque esta mañana se ha estropeado otra vez, o es posible que yo haya tocado algo sin saberlo, y es que, esa máquina tiene tantos dibujos... unos sobresalen y otros están hundidos, como grabados. Me he pasado todo el día tocando los dibujos, como la vez anterior, pero no he logrado que vuelva a funcionar.
He pensado que debía explicarlo. Aunque hasta ahora lo guardaba como un gran secreto, es posible que alguien tenga otra máquina igual o parecida, y pueda darme instrucciones para que mi maquinita siga escribiendo relatos.
Mientras sigo buscando la manera de que funcione, y como la maquinita solo escribía relatos, he aprovechado para escribir yo este cuento. Por supuesto que es un cuento con todas las de la ley, supongo que nadie lo negará. Es el cuento por excelencia. Es... un cuento chino.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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