Estoy más que harto de tanto inútil como hay suelto por ahí. Harto de todo; tanto que, al salir del ascensor y casi tropezar con un cubo que habían dejado en lugar inapropiado los que limpian la escalera, (otra vez los inútiles dejaban constancia de su inutilidad) tuve un arranque de cólera y le pegué una patada. Mandé el cubo a volar por los aires, que era exactamente lo que yo había pretendido cuando le pegué la patada, aunque no había advertido que el cubo estaba lleno de agua. Lamentablemente, el agua se derramó inundando completamente el portal, y en cuanto al cubo, que ya he dicho que se fue volando, coincidió justamente con el pie de mi vecino Fernández cuando éste entraba en ese momento en el portal. Hay que ver las cosas que siempre me ocurren cuando salgo de casa, aunque en esta ocasión únicamente fue un intento de salir.
Lo cierto es que no sé si fue el cubo el que se puso debajo del pie de Fernández, o fue Fernández quién intentó parar con un pie lo que se le venía encima. El caso es que metió el pie dentro del cubo, aunque no me parece que lo hiciese a propósito, pues yo observé que se quedó quieto y alelado, con un pie levantado mientras veía llegar el cubo, así que creo que es otro inútil más que no supo ni apartarse a tiempo. El caso es que, de pronto, vi venir vertiginosamente a Fernández con su pie metido dentro del cubo, resbalando por todo el portal y echándoseme encima con los brazos extendidos, tratando de recuperar el equilibrio y gritando mucho, aunque no se entendía nada de lo que decía. Al mismo tiempo, con el rabillo del ojo pude ver cómo se abría la puerta del otro ascensor, el pequeño, el que se encuentra al otro lado del portal y que no baja hasta el garaje, por lo que apenas lo uso. De ese ascensor salió una señora a la que no tenía el gusto ni el disgusto de conocer. Salió muy deprisa y, al pisar el mármol del suelo, pegó tal resbalón por culpa del agua derramada que cayó de espaldas, y al igual que una bala humana de esas que lanzan por los aires con un cañón en los circos, se abalanzó sobre mi, pero esta bala humana salida del ascensor no lo hizo por las alturas, pues se deslizó con el culo por el suelo a gran velocidad, con las faldas levantadas y con las piernas pataleando al aire. Mantenía una postura tan ridícula, y se me acercaba tan rápidamente, que me pareció estar viviendo una aventura de cómic.
Siempre he tenido buenos reflejos, por lo que doy gracias (aunque desconozco si debo dárselas a mi padre, a mi madre, o a los genes que yo mismo he hecho crecer a lo largo de mi vida, cuidándolos y mimándolos como algo personal) a la decisión que tomé mentalmente para librarme del encontronazo con Fernández y con la señora, que se me echaban encima.
La decisión la puse inmediatamente en práctica, introduciéndome al instante en el mismo ascensor en el que yo había bajado unos momentos antes y que, gracias a Dios, nadie había solicitado todavía. Apenas me dio tiempo de entrar y pulsar el botón de mi piso. Por el cristal, y al mismo tiempo que comenzaba a ascender la cabina, pude ver chocar a las dos balas humanas que llegaban desde ángulos distintos; Fernández, llegando desde la entrada de la calle, y la señora, desde el pasillo del ascensor. Supongo que los dos tuvieron una enorme sorpresa cuando se encontraron de repente uno encima del otro y a tan gran velocidad. El cubo que Fernández se había apropiado con el pie al más puro estilo "Maradona" dio contra la cara de la señora y se oyó un ¡Plof! que me puso la carne de gallina flameada. Pero no acabó ahí la cosa. Casi al mismo tiempo, los pies de la señora, que llevaba levantados como a un metro de altura y que parecían imparables por la gran velocidad que había adquirido su culo al patinar por el agua del suelo, dieron contra el pecho de Fernández, quién fue elevado a la categoría de "Fernández vuela por las alturas del gran portal".
Mi vecino subió por los aires más rápido que yo, pero aún tuve tiempo de esbozar hacia él, con mi cabeza, un amable y respetuoso saludo cuando pasó volando, muy erguido, por delante de la puerta acristalada del ascensor. No esperé a verle bajar a pesar de estar convencido de que eso es lo que Fernández haría, más tarde o más temprano; me pareció una tontería tener que saludarle otra vez, si ya le acababa de saludar un segundo antes, y me volví hacia el espejo del ascensor como si todo lo que yo había estado viendo hasta ese momento, fuese lo más natural del mundo. Me ajusté con indiferencia, ante el espejo, el nudo de la corbata, porque que no me gusta que la gente se azore ante mi presencia. Cuando llegué a mi rellano entré en el apartamento y me dije, por millonésima vez, que el mundo está lleno de inútiles.
Llevo dos días sin salir de casa. Y es que, la verdad, con tanto inútil peligroso suelto, hay que pensarlo mucho para tomar la decisión de salir.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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