jueves, 4 de febrero de 2010

VIAJANDO HACIA LO DESCONOCIDO Y LA JUSTICIA DE LA ESFERA

CAPÍTULO lº


Desnúdate, Marcos -le habían dicho- y quítate también la ropa interior y el calzado. Marcos obedeció, y cuando ya se había desprendido de toda la ropa, de sus zapatillas grises y de los calcetines, le empujaron suavemente hacia el interior de la gran cámara y cerraron la puerta tras él.
Se encontró desnudo e indefenso, pero las reglas eran estrictas y no podía hacer otra cosa más que aceptarlas. El juego de la esfera, tanto si le agradaba como si no, había comenzado.
Notó de inmediato que la superficie que pisaba era suave y mullida, casi esponjosa, pero su atención se centró totalmente en lo que comenzó a aparecer ante él, surgiendo de la nada, en el centro de la cámara. Sabía perfectamente de qué se trataba pero nunca lo había visto anteriormente. Al principio, el objeto era algo imperceptible, casi transparente y poco definido, pero pronto comenzó a brillar y a aumentar de tamaño hasta convertirse en una esfera perfecta.
La esfera estaba formada por infinidad de incandescentes aros entrecruzados, dando la impresión que de un momento a otro, y debido a la alta temperatura que, al parecer, debían contener en sus núcleos, llegarían a fundirse. Marcos retrocedió prudentemente, apoyándose en una de las paredes de la cámara, observando la transformación del objeto que crecía ante sus ojos: los aros se expandieron, la esfera creció aun más, y del interior comenzaron a brotar diminutas burbujas de fuego que desprendían fuertes chispas y estallaban, extendiéndose por el recinto, tan pronto como aparecían en la superficie de la esfera ; algunas casi rozaron los pies de Marcos, quién, sin poderlo remediar, sintió un escalofrío de terror.
En el centro de la esfera, varios triángulos, también incandescentes, se mantenían en constante movimiento, girando sobre sí mismos y chocando sin cesar contra las paredes interiores como si quisieran escapar al exterior, pero en décimas de segundo, en un proceso continuo, desaparecían con grandes destellos, siendo sustituidos al instante por otros nuevos.
El tamaño de la esfera había aumentado considerablemente y, dentro de ella, continuaba acelerándose el proceso. Los elementos que en su interior iban apareciendo y destruyéndose constantemente entre fuertes y brillantes estallidos de luz, se entremezclaban ahora con unos pequeños filamentos que aparecieron de pronto y que llegaron a atestar el interior de la esfera, ocupándola casi por completo. Había miles de ellos. Esos filamentos se retorcían y agitaban incesantemente como si fueran gusanos, ofreciendo vivaces fluctuaciones de luz muy potente con distintas tonalidades de color. Primero aparecían de color azul, cambiando luego al rojo y más tarde al cereza, pasando después a tener un intenso y brillante color anaranjado. Muchos de esos filamentos escapaban de la esfera junto a algunas burbujas, estallando como ellas en el exterior. En el núcleo de la esfera podía verse perfectamente lo que parecía ser una pequeña bobina de reluciente metal plateado, sin nada que la sustentase, flotando y girando lentamente sobre sí misma.
Marcos contempló ese infierno, sabiendo que el fenómeno de la esfera era pura energía. En realidad, toda esa energía podía percibirse perfectamente por el calor y la iridiscencia que la esfera emanaba, una iridiscencia tan intensa que se sintió deslumbrado y, aunque lo intentó, no pudo fijar la vista directamente en ella. Lo cierto es que la esfera había sido creada, por medio de una avanzada tecnología, a semejanza de un mundo naciente, un mundo en los albores de su formación, colmado de desatadas y furiosas tempestades.
Con anterioridad a su entrada al recinto, se le había informado de que podría disponer de dos minutos para preparar su estrategia, que ese era el tiempo que la esfera tardaría en desarrollar su potencial. Luego, la esfera se pondría en movimiento y rodaría sin cesar por la cámara. El juego duraría tanto tiempo como él fuese capaz de eludir su contacto. Si no quería perder en el juego, debería evitar que la esfera le alcanzase, que le rozase siquiera. Marcos pensó que muy pocas estrategias podría él desarrollar y que quizá no lograse resistir siquiera unos minutos. Finalmente, decidió que no se dejaría vencer con facilidad, aunque lo cierto era que no veía el modo de conseguirlo; era un reto, pero un reto desigual, el desafío de un poderoso ingenio contra un simple mortal, y Marcos sabía que él acabaría sucumbiendo sin remedio. Era imposible que, más tarde o más temprano, la esfera no acabase impactando y, en ese caso, venciendo, contra cualquiera que se encontrase en la cámara desafiando su poder, pues ese ingenio maldito, esa esfera justiciera, había sido creada para resultar siempre vencedora. Marcos se dijo que trataría de mantener el juego durante más tiempo del que nadie lo hubiese conseguido antes y poder ser, de ese modo, recordado por su proeza.
Mientras la incandescente esfera terminaba de completar su espectacular transformación, Marcos escudriñó con prisa el interior del recinto, calculando las posibilidades de que dispondría para poder resistir con mayor éxito. Vio que el lugar era rectangular, que tendría aproximadamente quince metros de largo por diez de anchura y una altura de seis hasta el techo, que desde este salía una luz que iluminaba la cámara perfectamente, y que las paredes estaban recubiertas del mismo material que el del suelo. La cámara estaba vacía, a excepción de la esfera y de él mismo. Observó entonces, con atención, unos puntales que se encontraban incrustados a distintas alturas a lo largo de las paredes. Las distancias desde el suelo a esos resaltes oscilaban entre treinta y cincuenta centímetros, estaban muy separados entre sí y cada uno de ellos apenas sobresalía cuatro centímetros de la pared. El ancho de cada puntal sería, posiblemente, de unos siete centímetros, insuficiente tamaño para subirse en ellos y poder trepar hacia lo alto. Ni siquiera podrían servirle para poder descansar, pero sí parecían ser unos apoyos muy apropiados y suficientemente robustos, si convenía, como para poder servirse de alguno. Lo comprobó con sus manos. Podría trepar o brincar a algún puntal, sostenerse ahí durante algunos instantes sobre la punta de un pie, y gracias a eso lograr tomar el impulso necesario para esquivar a la esfera, saltando por encima de ella en los momentos en los que se sintiese acorralado. Interrumpió sus cálculos cuando, de la esfera, surgieron unos extraños sonidos.
La esfera, al parecer, ya había finalizado su transformación; comenzaba a rodar y producía un ruido sordo al desplazarse por el suelo, despidiendo grandes chispas alrededor de ella y fuertes chasquidos que resultaban inquietantes. Mientras rodaba, palpitaba acompasadamente como si respirase, al igual que si fuese un extraño animal preparándose para atacar. Marcos se estremeció y calculó que la altura de la esfera, su diámetro, debía ser alrededor de un metro, tamaño más que suficiente para que tuviese una presencia imponente, y sin duda también para poder arrollar a cualquier persona con facilidad. Vio la reducida velocidad de su movimiento, se asombró de que avanzase tan lentamente y se dijo, entonces, que si esa era toda la rapidez que la esfera podía alcanzar, él no tendría dificultad alguna en evitar su contacto y que podría resistir siempre que el cansancio o el sueño no le venciesen. Se equivocaba.
La esfera rodó despacio hasta chocar contra una de las paredes y, al contacto con ella, rebotó con fuerza, y como si la pared le hubiese dado a la esfera el impulso que necesitaba, el grande y redondo artefacto tomó, repentinamente, una gran velocidad, dirigiéndose hacia el lugar donde Marcos se encontraba, como si él fuese un imán que la atrajese. Marcos la evitó dando un rápido salto, logrando de ese modo esquivarla, pero la esfera iba chocando contra la paredes y adquiriendo, a cada rebote que daba, una velocidad mayor. Marcos pronto se vio acorralado, especialmente cuando en uno de los rebotes la esfera saltó inopinadamente hacia el techo y, durante unos instantes que llegaron a hacérsele eternos, pensó que la maldita esfera le caería encima, aplastándole sin remedio.
La esfera era ya incontrolable. Marcos sudaba a chorros por todos los poros de su cuerpo y agradeció que la especial superficie del suelo le ayudase a no resbalar. En una ocasión, no obstante, hizo un movimiento equivocado, dio un traspiés y a punto estuvo la esfera de arrollarle dándole de pleno, pero en el último momento y con un gran esfuerzo, saltó hacia un lado, logrando así evitar el contacto. Fue entonces cuando notó vivamente en una de sus manos, sin siquiera haber sido tocado por la esfera, el fuerte calor que ésta desprendía. Recordó, de pronto, que si tan sólo hubiera sido rozado, la energía de la esfera le habría electrocutado al instante y, por tanto, el juego habría finalizado y él, ahora, estaría muerto; ése era el motivo de que le hubieran despojado de sus ropas, para que nada aislase su cuerpo cuando, inevitablemente, entrase en contacto con la esfera y para que su muerte ocurriese de una forma instantánea; también porque, si conservase la ropa, ésta se inflamaría con tan sólo acercarse a la esfera, y en ese caso, sus ropas arderían y él moriría quemado entre atroces dolores. La esfera se alejó, dirigiéndose con rapidez al extremo de la cámara, y Marcos se dio cuenta de que le sería muy difícil evitar la próxima embestida. Mil pensamientos acudieron entonces en tropel a su mente.
Marcos se encontraba en el suelo, cansado y derrotado, pero el ingenio, repleto de energía portadora de muerte, le otorgó, impensablemente, una pequeña tregua. La esfera, al alejarse, rodó rápidamente, pero al encontrar en su camino una de las esquinas del recinto, en lugar de rebotar una vez más contra una pared y dirigirse, de nuevo y a gran velocidad, hacia el mortal que le desafiaba, se mantuvo rebotando entre las dos paredes de esa esquina. Y sin ocurrir como hasta entonces, que había rodado y rebotado de forma desenfrenada a lo largo y ancho de todo el recinto, y sin poderse prever sus movimientos ni la dirección que tomaría a cada impulso recibido al chocar contra una pared, los rebotes de la esfera se limitaron a ese juego, y Marcos se retiró al extremo opuesto al que ocupaba en ese momento la esfera. Gracias a ello pudo permitirse un ligero descanso y pensar en los motivos por los que él se encontraba allí dentro, desafiando a la muerte, porque ninguna duda albergaba de que la muerte era todo lo que le esperaba. Al final, perdería en el juego; todos los que estaban obligados a enfrentarse a la esfera acababan perdiendo sin remisión. Podían aguantar minutos, horas o días, pero el final sería el mismo, y perder, lo sabía, significaba el fin de su vida.
"La cámara de la esfera". Esa era la sentencia a la que le habían condenado hacía escasamente una hora. Fue una sentencia rápida y nadie pronunció la palabra muerte, aunque ser condenado a esa cámara tenía el mismo significado. A la pena de muerte la denominaban "pena de terminación" pero ni siquiera nadie la nombraba así, se condenaba a “la cámara de la esfera” y eso era suficiente. Hacía ya algún tiempo que la habían instaurado en la comunidad por considerarla necesaria. Todo era muy distinto a épocas pasadas, en la Tierra, en las que los jueces fijaban el día, la hora y hasta el minuto exacto en que sería cumplida la sentencia, pero que a menudo transcurrían años hasta su ejecución. Durante esos años, el condenado gastaba recursos del Estado, y eran años en los que el reo se desesperaba, sufriendo y esperando en el corredor de la muerte a que llegase el instante final, pero ahora, las sentencias se dictaban rápidamente, y con la esfera, el individuo únicamente podía disponer del tiempo que se mantuviese con vida luchando, del tiempo que fuese capaz de conseguir por sí mismo para sobrevivir. Estaba calculado que el enfrentamiento del reo ante la muerte, así como su final, fuese muy rápido, y que mientras durase la lucha, el condenado reflexionaría de un modo especialmente intenso sobre su vida pasada. Ése era el objetivo social del juego con la esfera, que el condenado bucease activamente en su interior y que descubriese, merced a su inevitable juego con la muerte, la verdad de su existencia, la pasada y la futura y, gracias a ello, afrontar su paso a la eternidad, limpio de alma y con el espíritu libre de culpas.
Psicológicamente, en opinión del Consejo rector, la cámara de la esfera era lo más adecuado para que el condenado se redimiese completamente en el instante supremo, que aceptase morir rápida y dignamente y sin sufrir las torturas mentales de antaño. Esa filosofía, ese convencimiento místico, era llevado a la práctica por el Consejo desde hacía años. La esfera no permitía muchos momentos para sufrir o para pensar cobardemente: obligaba a luchar hasta el final para defenderse, aunque no fuera más que para intentar huir de ella. El juego duraba un tiempo limitado, y ése era el enfrentamiento último a la verdad. El juego también convenía por economía de Estado porque, al instaurarlo, los ya insuficientes recursos que se poseían no era mermados, ni se mantenía a los condenado inútilmente. Más que de Estado debería hablarse de comunidad, una comunidad que representaba a toda la humanidad.
La humanidad estaba ahora reducida a aquel puñado de supervivientes que viajaban por el espacio, recluidos dentro de una nave que se mantenía estable en la superficie de un asteroide de escasos cincuenta kilómetros cuadrados, huyendo de ese modo del holocausto de la Tierra y con la esperanza de llegar, algún día, a un planeta apto para acogerles. Viajaban con rumbo incierto, posados sobre aquella roca que se trasladaba por el espacio a una velocidad infernal, aunque la sonda que enviaban con regularidad ya les había dado una buena noticia. Dentro de poco llegarían a su destino, a un planeta habitable y apto para la vida. Todos, en la nave, estaban impacientes. Marcos, sin embargo, nunca vería ese Planeta, Marcos nunca podría llegar a ver lo que había soñado, aunque en realidad, por sus sueños sabía que él nunca llegaría a ese destino.
Marcos, durante esos minutos de intensa lucha para defenderse de las acometidas de la esfera, vio pasar ante sus ojos, como si fuese una película, toda su vida pasada. Se acordó hasta del más mínimo de los infinitos detalles que había vivido desde su infancia, que ya tenía olvidados y que habían sido relevantes. Su mente repasó fielmente, analizándolos como si los viviese de nuevo, pero con una perspectiva diferente, todos los sucesos que habían tenido importancia en su existencia. Se arrepintió de todo lo que supo, ahora, que no debía haber hecho. Se sintió culpable de muchas cosas que hizo y de muchas otras que pudo hacer y que no fue capaz o no quiso llevar a cabo, y junto a su arrepentimiento sintió una gran paz que invadió con plenitud su espíritu. Supo, entonces, que su suerte se encontraba en manos de un ser superior y se abandonó, echado en el suelo de la cámara, completamente tranquilo, a su destino final.
La esfera, que había continuado rebotando entre las dos paredes más cercanas entre sí, pero adquiriendo al mismo tiempo cada vez mayor velocidad, dio en uno de los rebotes un giro inesperado y se dirigió hacia donde Marcos se encontraba. Para librarse, Marcos se subió instintivamente de un salto a uno de los salientes de la pared, reaccionando tal y como había calculado al principio de entrar a la cámara, apoyándose ahí con un pie durante un instante y cayendo a continuación al suelo, pero esos dos segundos que transcurrieron mientras saltaba, fueron suficientes para que la esfera no le encontrase en su camino. La esfera rebotó sin encontrar su cuerpo, lo hizo chocando contra la pared, por debajo de él, con fuerza, rodando a continuación vertiginosamente hacia el fondo opuesto. Rebotó una vez más al tocar la distante pared y regresó tan rápidamente como se había alejado, pero en esta ocasión en dirección a una de las esquinas cercanas a Marcos. Marcos lo advirtió, más bien lo adivinó, y saltó con rapidez hasta la esquina opuesta, congratulándose por su acierto y por el juego que le había permitido redimir su espíritu y su alma. Ahora no le importaba su final y se sentía liberado de todos los sufrimientos de esta vida, se sentía en paz con el mundo.
La brillante esfera rebotó en el rincón con un inesperado y espectacular efecto, y cuando parecía que se alejaría, marchando otra vez en busca de otras paredes de la cámara, hizo todo lo contrario y girando sobre sí misma, salió disparada hacia la posición en la que Marcos se encontraba, rodando velozmente y pegada a la pared, recorriendo en décimas de segundo los diez metros que le separaban de la otra esquina y también de Marcos, sin tiempo para que éste pudiese reaccionar y sin dejarle, por tanto, escapatoria alguna.
A Marcos no le importaba morir, siempre había conocido que ése sería su destino, y cuando le condenaron no hizo más que verificar lo que ya sabía. Su condena fue justa, cometió lo que nunca debió cometer, se merecía ser condenado y morir. La comunidad no podía permitirse mantener a alguien que había traicionado sus principios. Cerró los ojos y apenas notó la electrocución, que fue instantánea. En ese momento, mientras perdía el sentido y entre brumas se alejaban, olvidándolas, las imágenes que hasta entonces retenía en su cerebro, le pareció oír una voz reclamándole desde un remoto infinito que le llamaba amistosamente por su nombre. Se abandonó a esa inmensa paz que sentía y una sonrisa afloró a sus labios.-










CAPÍTULO 2º


En el despacho de un importante hospital militar, en el área reservada para casos clínicos especiales, el doctor Estévez, comandante médico del ejército y conocido neurólogo, se encontraba dando instrucciones a una doctora:
- Gloria, debo ausentarme del hospital. Debo tomar un avión que sale dentro de dos horas hacia la capital y en el que me ha sido reservada una plaza. Apenas tengo tiempo de llegar al Aeropuerto. Esta tarde mantendré una reunión urgente con el presidente. Nuestro proyecto, y que Vd. conoce porque también forma parte de él, se encuentra en estado muy avanzado y debemos precisar algunos detalles importantes antes de que el conflicto estalle. Me han comunicado desde el Hospital Central del Ejército que las últimas revelaciones de sueños, facilitadas por nuestros pacientes, indican que pronto se abrirán las hostilidades y sin previo aviso, tal y como nos temíamos. Nuestros servicios de información así lo han corroborado. Le ruego que se haga cargo del último paciente especial que tenemos ingresado y le recuerdo que debe grabar cuanto éste diga tan pronto se despierte. Vd. sabe la importancia que tiene para él y para nosotros que recuerde todo lo que haya soñado bajo la influencia de la drogas. Estas drogas han desvelado una percepción extraña en las personas a quienes se las hemos administrado, personas que demostraban en un principio los mismos extraños síntomas y que, gracias a los tratamientos que les hemos procurado, pudimos sorprendentemente conocer, cuando recordaron y nos revelaron lo que habían soñado, las intenciones de las Naciones que secretamente han unido sus fuerzas, y decidido atacar al resto del mundo, para conseguir la supremacía mundial.
- Lo se, doctor, contestó Gloria.
- No dejan de ser sorprendentes esas premoniciones, continuó el doctor Estévez, ¿verdad, Gloria? Sobre todo, cuando pudimos verificar exhaustivamente la mayoría de los datos y comprobamos que todos los sueños se habían cumplido, que fueron exactos a la realidad, a la de nuestro más inmediato futuro y hasta en los más mínimos detalles. Gracias a los soñadores, sabemos que esos países conseguirán la destrucción de nuestro Planeta y que nada podemos hacer para evitarlo. Advertimos a esas naciones sobre lo que ocurriría, les explicamos que conocíamos sus intenciones y tratamos de convencerles por todos los medios de que desistiesen de ellas, les facilitamos todas las pruebas... pero no nos han hecho ningún caso, como, por otro lado, ya esperábamos que así fuese. Nosotros no podemos hacer más. Nuestro país, como todos los países democráticos que se precian de serlo, no puede, o no debe, aún conociendo que va a ser destruido, ser el primero en atacar. Sin embargo, tampoco puede permitir ser exterminado sin lucha. Y por ello, Gloria, una vez iniciadas las hostilidades, será solamente cuestión de días que la vida en la Tierra quede totalmente arrasada.
El doctor Estévez se quedó pensativo un corto instante, y como hablando consigo mismo, pero dirigiéndose a la doctora, siguió diciéndole:
- Es muy importante conocer lo que haya soñado este último paciente, quizá pueda manifestarnos algo vital y que todavía desconozcamos. Desde luego, le llevaremos con nosotros, al igual que haremos con los demás pacientes que hemos tratado; son demasiado importantes para dejarlos en la Tierra. La partida de nuestra nave será dentro de dos días, me lo acaban de comunicar. Lamentablemente, ningún soñador nos ha revelado si nuestra misión obtendrá, o no, el éxito que deseamos. Solamente conocemos los datos de la destrucción. Ningún soñador ha podido revelarnos el futuro más allá de nuestra partida, y la incógnita, Gloria, es si los técnicos de la nave serán capaces de aterrizar, o... de asteroizar felizmente en el asteroide (y aquí, el doctor Estévez se permitió esgrimir una triste sonrisa), al que hemos bautizado con el nombre de Éxodo. Esta es la principal duda que tenemos y por esas dudas ya hay gente importante y necesaria para la misión que se han echado atrás, prefiriendo no partir y morir aquí, en la Tierra, rodeados de sus amigos.
- Si lo consiguiésemos, Gloria, el asteroide sería nuestra base, el medio de que dispondríamos para poder viajar por el espacio sin consumir el preciado combustible que más adelante podamos necesitar. Si nuestros planes resultan como esperamos y alcanzamos nuestros objetivos, que son, primero, aterrizar en el asteroide y después evitar que la raza humana desaparezca alcanzando un planeta adecuado, deberemos dar muchas gracias a Dios. Por cierto... con nosotros viajarán algunos hombres que han sido escogidos por su santidad y su demostrada inteligencia. Ellos serán los que regirán nuestras leyes y fortalecerán nuestros espíritus en el largo trayecto que nos aguarda. Hay más naves que se están preparando para hacer un viaje parecido al nuestro; ojalá lo consigamos todos.
- Nuestra esperanza, como bien conoce, es la de encontrar un mundo que reúna las condiciones adecuadas para la vida, y en el que los elegidos para este viaje podamos comenzar de nuevo. Y, si lo conseguimos, Gloria, ojalá logremos sentar las bases para una nueva civilización en la que el hombre no vuelva a cometer las mismas atrocidades.
Gloria escuchó atentamente las palabras de su superior, asintiendo con emoción y gesto grave a todo lo que éste le comunicaba. Se encaminó a la habitación y se dispuso a esperar a que su paciente despertase y pudiese relatar lo que había soñado debido al influjo de las drogas.

CAPÍTULO 3º Y FINAL


El paciente soñó. Lo hizo en voz alta mientras la doctora lo velaba y Gloria conoció, entonces, que el periplo por las estrellas tendría un feliz desenlace. El tiempo transcurría, apremiante; comprobó por el detector que el durmiente ya no soñaba y supo que éste había llegado al término de sus sueños. Con gran felicidad por conocer que la expedición conseguiría llegar a un planeta habitable, pero a la vez con un gran pesar en su alma al ser conocedora del triste destino de este soñador y visionario del futuro, decidió despertarle, llamándole suave y dulcemente por su nombre: Marcos...

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