Josue Rondel, de pie ante el micrófono de la emisora de radio más escuchada de Londres, sudaba por todos sus poros y transmitía a sus radioyentes la gran emoción que sentía en esos momentos. Su voz temblaba al hablar:
—Queridos amigos, poco más puedo decir. Dentro de pocos instantes nuestro planeta desaparecerá. Yo deseo morir aquí, ante este micrófono que ha sido mi compañero durante tantos años, y deseo morir acompañándoles a ustedes en nuestro viaje final, un viaje que es ya irremediable. Me acaban de anunciar —prosiguió Rondel, y aquí su voz tembló aún más —que quedan escasamente ocho minutos para el impacto final del asteroide gigante contra nuestro planeta. Nadie lo puede detener, así que, queridos amigos, voy a rezar y os pido que todos me acompañéis. Recemos juntos, por favor.
Rondel hizo una pausa y con un pañuelo se enjugó las lágrimas que brotaban de sus ojos. Luego, se enjugó el sudor de su frente. Se encontraba transformado en una especie de gigante de las ondas y le parecía vivir un sueño, su último y definitivo gran sueño.
La puerta del estudio se abrió en ese momento, y su asistente le dijo con gesto cariacontecido y en voz baja: señor, está aquí su prometida. Dice que, si va a morir, quiere estar en su compañía.
—¡Joder! —se cabreó Rondel —¡esta mujer es verdaderamente estúpida! ¡Se lo cree todo! ¡Y mira que se lo había dicho, que hoy era el capítulo cumbre del serial! ¡Ya me ha desconcentrado!
martes, 2 de febrero de 2010
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