Primera parte
George abrió con mucho cuidado la trampilla que aislaba su refugio del exterior, asomando primero la nariz y luego toda su cabeza. Observó cuidadosamente la superficie y pensó que nada había cambiado. Calculó después su situación, mirando hacia Orión y consultando el pequeño triángulo de coordenadas que mantenía sujeto a su muñeca por medio de una correa de taflone. Los datos obtenidos le confirmaron que, en efecto, su situación no había variado desde la última vez que comprobó el rumbo; éste se mantenía inalterable. El asteroide estaba siendo arrastrado por corrientes imperceptibles, por energías desconocidas. George había hecho muchos intentos para averiguar de dónde procedían esas corrientes, muchos cálculos para saber hasta qué lugar del espacio sería arrastrado el asteroide, pero le era imposible poder tener siquiera una ligera idea sobre ello.
El refugio fue construido cuatro años atrás. Los constructores lo hicieron convencidos de que la situación de ese remoto asteroide en el espacio sería tan estable como lo había sido desde tiempos inmemoriales, y determinaron que el asteroide sería una buena base para instalar un laboratorio y poder observar más de cerca las estrellas. En aquel entonces, las investigaciones estaban en pleno auge, el dinero corría sin cesar llenando las arcas de los gobiernos y, según publicaban continuamente los periódicos de la época, los gobiernos lo derrochaban en cientos de proyectos a cuál más interesante. George pensó en todo eso, en que él fue uno de los elegidos a quién junto a otros científicos trasladaron al asteroide y que ahora se encontraba solo entre las estrellas como único superviviente. George no era realmente humano, no lo era en toda la extensión de la palabra, pues aunque sus genes sí lo eran, éstos le fueron implantados en un cuerpo creado artificialmente. Desde su nacimiento hasta que se le consideró adulto no transcurrieron más de dos años. Durante ese tiempo le fueron implantados más conocimientos que ningún ser humano tuvo jamás, y cuando se le consideró preparado, fue enviado al espacio junto a un equipo de científicos. Ahora, todos habían muerto menos George.
Cuando el asteroide comenzó a derivar perdiéndose en el espacio, la pequeña colonia instalada en aquel escaso kilómetro cuadrado de roca perdió toda comunicación con la Tierra. A partir de entonces no recibieron más víveres ni repuestos, pues ninguna nave pudo llegar hasta ellos para surtirles de lo necesario. George se sintió solidario con sus compañeros al ver sus sufrimientos por la escasez de alimentos.
Todo comenzó a ir mal en el momento mismo en que las comunicaciones, seguras hasta entonces, fallaron ostensiblemente. Comprobaron que el asteroide, que creían fijo y estable en su posición, estaba derivando por el espacio con un rumbo desconocido. Sin poder hacer nada para evitarlo se desesperaron, pues cuando se les acabasen las reservas de alimentos, morirían por inanición. George los compadeció, pero a él, en realidad, esa situación no le afectaba, a no ser por sus sentimientos y su solidaridad. Él no era como los demás. George no sentía sed, ni hambre, ni necesitaba aparatos especiales que pudieran facilitarle el oxígeno necesario para poder respirar como lo necesitaban sus compañeros. George no tenía las limitaciones de los humanos y fue construido para situaciones de emergencia, siendo capaz de sobrevivir bajo cualquier medio por hostil que fuera. A pesar de ello, sus genes le imbuían un fuerte sentimiento de compañerismo y, de lo que él mismo se sorprendió, de sentimentalismo, y también de impotencia ante la atormentadora situación por la que sus compañeros tuvieron que pasar cuando, uno tras otro, todos fueron muriendo, sucumbiendo de inanición.
George se encontró solo y no supo qué hacer ni en qué ocupar sus horas, por lo que pasaba el tiempo leyendo los manuales de ingeniería espacial que encontró en el laboratorio. De vez en cuando se asomaba al exterior, comprobando las posibles variaciones en el rumbo que había tomado en el espacio el asteroide, ya que esa roca era lo que ahora conformaba su mundo, un diminuto mundo que transportaba a George como único habitante, un mundo en el que no existía agua, ni alimentos, ni atmósfera, y que indefectiblemente se movía a una enorme velocidad que iba aumentando segundo a segundo, a través del vacío sideral, hacia algún remoto y desconocido lugar del universo.
George tenía suficiente con descansar cinco minutos al día, regenerando de ese modo su organismo, y el resto del tiempo se entretenía curioseando en los manuales que había encontrado en el camarote de capitán. Puesto que en el asteroide, fuera del refugio del laboratorio, no existía absolutamente nada en lo que pudiera recrearse o que le llamara la atención. La primera vez que salió a la superficie lo hizo con muchas precauciones, y se asombró de no ser expulsado de la base y salir despedido con fuerza hacia el espacio. Sabía que en el asteroide no existía atmósfera alguna y que por lo tanto tampoco existía gravedad. Las máquinas que hasta entonces proporcionaban la pequeña gravedad suficiente para mantener pegados al suelo del asteroide a los hombres, hacía tiempo que no funcionaban por falta de combustible; fue entonces cuando comprobó que su propio organismo era capaz de generar una fuerza antigravitatoria que le mantenía adherido al suelo. También había comprobado, tiempo atrás, que sus pulmones fabricaban su propio oxígeno para poder respirar. Sin embargo, George no lo entendió hasta más tarde, cuando encontró en la cámara del capitán de la nave un manual que trataba sobre él, de sus orígenes y de cómo había sido creado. Se enteró entonces de muchos datos que se le habían ocultado y que nadie le explicó antes. Su cerebro, según detallaba el manual, no solamente denotaba una inteligencia muy superior a la de los hombres, sino que podía llegar a ser también muy poderoso en otros aspectos. Por medio de los complicados mecanismos que se encontraban insertados en su interior, combinados con los genes de su nacimiento, podía lograr, entre otras cosas, lo que él mismo ya había experimentado antes de saber siquiera que podía hacerlo: conseguir no salir despedido al espacio exterior, a pesar de la inexistencia de gravedad.
Cuando la maquinaria dejó de funcionar, él supo, instintivamente, como transmitir las órdenes precisas a su cuerpo, a través de su cerebro, para emanar el magnetismo preciso que necesitaba para aferrarse al suelo. También experimentó exactamente lo contrario cuando leyó que simplemente deseándolo podía elevarse por los aires, por el espacio, sin necesidad de mecanismos que le transportasen; estuvo leyendo durante horas, y cuando terminó la lectura se mantuvo inmóvil durante mucho tiempo, pensando y asimilando lo que había aprendido sobre él mismo.
George, desde el mismo momento en que tuvo sentimiento de vida, supo que no era humano como lo eran sus compañeros, sabía que él no había sido procreado del mismo modo y que era diferente, pero nunca se había planteado nada que fuera más allá de ese simple pensamiento. Sabía que era muy parecido al hombre, pero que a él que le habían construido artificialmente y con dotes especiales que le hacían ser superior en muchos aspectos, como el de no tener necesidad de alimentarse ni precisar del sueño para descansar. También sabía que poseía una gran fuerza en sus músculos, al igual que conocía que su cerebro albergaba una gran inteligencia. Ahora, se daba cuenta de que dentro de sí encerraba un gran potencial y de que era más poderoso de lo que nunca hubiera imaginado. Cuando el último de sus compañeros desapareció, y se quedó sólo, durante dos días se mantuvo inmóvil, sondeando su propio cerebro.
Cuando George abandonó su inmovilidad, lo hizo para probar y poner en práctica todo lo que había descubierto acerca de su latente potencialidad: intentó levantar una máquina cuyo peso era de dos toneladas y que estaba fuertemente anclada al suelo del laboratorio. Intentó primero hacerlo suavemente y no la movió en absoluto. Lo intentó de nuevo con más fuerza y esa vez tampoco consiguió moverla. George ya sabía que sería eso lo que ocurriría, solamente había intentado probar y aquilatar su propia fuerza, y entonces, decidido e imprimiendo a los músculos de sus brazos una orden imperiosa desde su cerebro, levantó la máquina al fin, arrancándola de sus soportes y elevándola por encima de su cabeza como si fuese una simple almohada de plumas. Sonrió ampliamente: lo había logrado y ahora empezaba a conocerse mejor.
Empujó hacia arriba la compuerta metálica que daba al exterior del laboratorio y salió a la noche del asteroide, inmerso en la profunda oscuridad del espacio. Tiempo atrás había salido y paseado siempre con mucho cuidado, pero ahora lo hizo despreocupadamente. Una vez afuera levantó un brazo, y con su sólo deseo se elevó a gran altura por encima del asteroide. Imprimió desde su cerebro una velocidad mayor a sus movimientos y en pocos segundos sobrevoló todo el perímetro de su pequeño mundo. Lo rodeó, volando, por encima y por debajo, y luego, en lo que duró sólo un instante, se alejó hasta casi perderlo de vista; se alejó tanto, que se encontró flotando en medio de la inmensidad, en medio de la nada, en el silencioso y oscuro vacío sideral. El asteroide apenas era un punto en el espacio. Casi tuvo miedo de haberse perdido y de no poder regresar al asteroide, su hogar. Decidió volver, y en otro instante y sin apenas tiempo de medición, se encontró de regresó en la superficie. Se sintió satisfecho y alegre por lo conseguido.
Desde que sus compañeros murieron habían transcurrido casi tres años, y durante todo ese tiempo, George había estudiado, asimilado y comprendido, como un alumno aventajado, la ingeniería que hacía funcionar el laboratorio, a pesar de que toda esa maquinaria permanecía ahora inactiva por carecer del combustible necesario. Sin embargo, existía un misterio que hasta la fecha no había logrado aclarar. Sus compañeros, después de fallecidos, desaparecieron sin dejar rastro. No se explicaba cómo podía haber sucedido eso. Cuando murió el último compañero, George recordaba que él se había retirado durante sus habituales cinco minutos diarios para descansar, y cuando despertó, ninguno de ellos se encontraba en el refugio. Habían muerto todos y, aunque no hubiese sido así, tampoco podían haber ido a ningún sitio fuera del asteroide. Pensó en algún artilugio que él desconociese, en alguna máquina oculta en la nave que al detectar la falta de vida, y con instrucciones precisas para deshacerse de los cuerpos, los hubiera expulsado al exterior, pero por más que buscó e investigó, nunca encontró un dispositivo de ese tipo ni la explicación al misterio, y ahora que creía conocer al detalle todo el funcionamiento del laboratorio, ya estaba seguro de que ese artilugio no existía, así que el misterio siempre le preocupó, pero sin poder solucionarlo.
Ayudándose con su pequeño triángulo de coordenadas, pequeño aparato de medición avanzado que le regalaron poco antes de partir y que, en aquel momento estimó era un obsequio innecesario al saber que permanecería recluido en un asteroide pero que, sin embargo, no se atrevió a rechazar, calculó que su pequeña roca avanzaba a una velocidad cercana a la de la luz. Y eso era todo, pues se encontraba demasiado lejos de cualquier mundo para tomar referencias, sin saber ni poder calcular adónde se dirigía exactamente. La roca navegaba hacia lo desconocido y quizá continuaría navegando hasta el infinito, o quizá, al igual que un día
había iniciado su loca carrera sin motivo aparente, se pararía de improviso en algún lugar ignoto. Lo que también ignoraba era cuánto podría llegar a vivir ; nada en los manuales lo indicaba y se preguntó, con curiosidad, qué sería de él en ese futuro del que todo desconocía.
Decidió, por fin, poner en práctica el plan que se le ocurrió al repasar en su mente un tratado de física. Salió al exterior y se dirigió hacia un cercano promontorio rocoso, y desde allí se elevó por el espacio como había hecho ya anteriormente, y muchas veces, desde el día que descubrió los poderes que ahora, después de practicar meses y meses, dominaba a la perfección. Desde lejos, suspendido e inmóvil en el espacio, fijó de nuevo la vista en ese promontorio, y lanzándose con una velocidad al menos un millón de veces superior a la de la luz, chocó contra la roca con los brazos abiertos, abarcando de ese modo el mayor diámetro de piedra posible. Lo había calculado muy bien antes de hacerlo, no deseaba que la roca se desintegrase totalmente o que sus pedazos saliesen despedidos al espacio. Si eso ocurría, no habría conseguido nada de lo que esperaba.
El impacto fue como si hubiera detonado una pequeñísima pero poderosa bomba nuclear y la roca se pulverizó, saltando en cientos de pedazos incandescentes que se alejaron del asteroide y se perdieron en las profundidades espaciales, pero George, utilizando su enorme fuerza justamente en el momento en que sus brazos impactaron contra la roca, había evitado que una gran parte desapareciese al abrazarla, logrando con ello el objetivo que se había propuesto; su poderoso cuerpo y su astronómica velocidad, al chocar, condensaron un trozo de aquella roca, siendo suficiente lo que pudo retener con sus brazos para lo que necesitaba.
George recogió el pequeño pedazo de roca que había quedado en el asteroide. El volumen era pequeño, pero tan denso, que ningún humano hubiera podido levantarlo y ni tan siquiera moverlo por su propio esfuerzo.
George se preguntó cuál podría ser el peso específico del trozo de roca que había conseguido. Más tarde obtendría, al haber condensado la materia por medio de aquel provocado y tremendo impacto, y tras complicadas manipulaciones, el combustible necesario para alimentar de nuevo la compleja maquinaria del laboratorio. Lo necesitaba para poder dirigir al asteroide hacia un rumbo que no fuera, simplemente, el que el azar había elegido como dueño de su destino.
Cumplida la primera parte de su plan, desmontó algunas partes de la maquinaria que consideró necesaria para lo que había ideado, cambiando, manipulando y añadiendo lo más conveniente. Cuando hubo terminado se sintió feliz. Gracias a su mente privilegiada había diseñado y construido, utilizando parte de la maquinaria destinada a otros menesteres del laboratorio, algo parecido a dos turborreactores, y cuando consideró completa su obra lo trasladó todo, desde el recinto interior, a la superficie del asteroide.
George sabía que en cualquier momento podía, si lo deseaba, abandonar su refugio y lanzarse al vacío estelar en busca de algún mundo, y quizá encontrar algún día uno acogedor. No necesitaba para volar entre las estrellas más que su propio cuerpo, pero desconocía qué rumbo debía tomar y no sabía qué podía esperarle en ese desconocido viaje. Acabó pensando que quizá su éxodo tardaría años en realizarse y que su vida podría no durar tanto como para poder llegar a ningún lugar. Pensar en tener que abandonar su querido refugio, sus libros y todo lo que allí poseía, le hizo cambiar de idea y diseñó en su mente otra que estimó mejor, la de viajar con el asteroide pero dirigiendo él su rumbo y su destino. Decidido firmemente, trabajó duro hasta conseguir lo que deseaba.
Los motores de los reactores, construidos y anclados convenientemente por George en un extremo del asteroide, se pusieron en marcha tras recibir la energía suministrada por la pila nuclear, lo primero que había logrado construir con la roca condensada y transformada después en el laboratorio por medio de un elaborado y complicado proceso. La energía era liberada de forma controlada y útil, y George, sonriendo ampliamente y aprovechando el impulso y la velocidad que ya llevaba el asteroide, situó los motores de forma que, mediante su potencia, lentamente al principio y claramente a mayor velocidad después, velocidad que aumentaba vertiginosamente por segundos, su pequeño mundo espacial tomara un rumbo definido. El asteroide, ahora, se dirigía hacia el lejano y desconocido Orión.
George meditó sobre lo que había conseguido y se sintió orgulloso, no obstante sentir en su interior un sentimiento de pena por no poder ofrecer a sus creadores tan increíbles hallazgos, pues el mundo que hacía tiempo había dejado atrás, necesitaba, sin duda, esa energía por él descubierta.
Segunda parte
- Señor Carpenter, tenía usted razón. George ha conseguido todo lo que habíamos previsto, y sus hechos han sobrepasado ampliamente todos nuestros cálculos -el general, mientras hablaba, y con rostro de preocupación, paseaba a grandes zancadas por el despacho - Incluso la energía que ha conseguido -siguió diciendo- es demasiado poderosa para este experimento. Hasta ahora hemos podido controlar al asteroide y le hemos hecho viajar en círculos, pero me temo que con esta potencia que ha logrado quizá pueda eliminar nuestros controles y dirigirlo él mismo, como está pretendiendo... y creo que consiguiendo.
El general se encontraba inquieto. Los planes diseñados tan minuciosamente por el equipo de científicos habían sido superados ampliamente por la habilidad de George. Se sentó sin dejar su aire de preocupación y se pasó una mano por la cabeza, intentando alisar los escasos cabellos que tenía en ella.
- ¿Sería posible, señor Carpenter -dijo en un tono de voz como pidiendo ayuda- que George, creyendo navegar por el espacio, llegase con el asteroide hasta un extremo de la burbuja y la atravesase? Y sin esperar
respuesta, continuó, alarmado: ¡si eso ocurriese, sería un verdadero
desastre!
Carpenter asintió a las palabras del General con un gesto grave en su rostro.
- Si, mi general, dijo, eso sería posible. Es demasiado peligroso, efectivamente, dejar que George continúe en su empeño. Ya sabe Vd. que él cree encontrarse en un espacio sin límites, a miles de años luz de cualquier planeta, según le marcan los datos de su triángulo de coordenadas y que fueron falseados por nosotros antes de entregárselo; sin embargo, al haber conseguido crear su propia energía, el asteroide podría llegar, como usted muy bien ha dicho, hasta el muro exterior de la burbuja transparente. Sólo Dios conoce lo que podría ocurrir si a esa velocidad chocase contra la barrera. Las paredes de la burbuja, por muy resistentes que sean, no podrían soportar un impacto de esas características. La energía contenida en su interior podría salir sin control y ocasionar una catástrofe de alcances imprevisibles.
Carpenter, científico jefe del experimento, era un hombre maduro y de aproximada edad a la del general. Su carácter era sereno y calculador, poseía la frialdad necesaria para llevar a cabo cualquier proyecto que se le encomendase y gozaba de la confianza del Alto Estado Mayor.
- George, -dijo Carpenter sin mirar ahora al General- ha conseguido ampliamente y con creces lo que esperábamos de él, no sólo ha desarrollado por sí mismo y con su propia capacidad lo que suponíamos que podría llegar a hacer, sino que al encontrarse en un medio hostil, y tal como habíamos especulado, ha superado nuestros cálculos más optimistas; lo prueba el modo en como estas circunstancias adversas han despertado en él toda la potencialidad que llevaba dentro. Hasta nosotros desconocíamos lo que podría alcanzar a conseguir un ser creado artificialmente.
Carpenter encendió un cigarrillo y guardó silencio, sumido en sus pensamientos. El General respetó el silencio del científico. Carpenter se sentó al lado del General, sacudió la ceniza de su cigarrillo, extendió sus piernas y se puso cómodo. Sólo entonces continuó hablando.
- Esa terrible fuerza que posee y la velocidad tan increíble que ha conseguido al desplazarse por el espacio, ni siquiera fuimos capaces de imaginar que se pudiera lograr. Cuando se elevó por primera vez, temí entonces que llegase a los límites de la burbuja. Afortunadamente, decidió regresar al asteroide.
En el rostro del Científico pudo apreciarse una determinación, cuando se dirigió al general.
- Llame, por favor, a mi grupo, General, a los científicos que iniciaron el viaje con George, los que él creía que eran el Capitán y su tripulación y que pensó que habían muerto. Es curioso que nunca descubriera nada. Ellos fueron lo que adaptaron en el interior de la nave las condiciones para poder continuar este experimento. Los necesito aquí, en el control. Deben haber recuperado ya su normalidad y descansado de los cambios que introdujimos en sus organismos al reducirlos a tamaño microbiano, como a George. Ahora es necesario escucharles y que nos aconsejen lo más conveniente, si pueden hacerlo, antes de que suceda una catástrofe. Quiero asegurarme de que hemos podido registrar todo el proceso final acerca de esta desconocida energía que George ha descubierto, necesitamos conocer la fórmula exacta. También necesitamos los registros de los parámetros actuales de su cerebro. Es sumamente importante que tengamos todos esos datos sin ningún fallo; a George no podremos estudiarlo personalmente, se ha convertido en un ser demasiado poderoso.
El general dio las órdenes oportunas y se volvió de nuevo hacia el científico jefe, alertado por lo éste decía. Quiso decir algo, pero Carpenter, sin hacerle caso, siguió hablando.
- Afortunadamente, ahora conocemos hasta donde puede llegar este
modelo avanzado. Fue una excelente idea la comprobación de sus
aptitudes. Los próximos robots genéticos que construyamos, llevarán
impreso el código de anulación o de destrucción inmediata a distancia.
De ese modo, no podrán nunca revelarse y dominar a sus creadores. Si
no hiciéramos eso, serían temibles. A George no consideramos necesario
introducírselo, y ahora...
- Lo entiendo, Carpenter, pero... ¿qué es lo que piensa hacer? ¿no dejar
que George recobre su tamaño normal? ¿piensa dejarle reducido para siempre a este tamaño infinitesimal? ¿o quizá piensa destruirle? Si es así, me parece excesivo tener que llegar a...
- General. Le comprendo. Sé que lo entiende pero no le gusta.
- Eso es, no me gusta. No creo que George sea capaz de hacernos daño. Cuando lo trajeron a esta base, nadie me comunicó lo que tenían previsto. George fue... en fin, le tomé aprecio. Su carácter es agradable, siempre simpatizó con sus compañeros y no parece tener maldad alguna. La prueba nos la dio él mismo, por lo mucho que llegó a sufrir cuando creía que sus compañeros estaban muriendo de inanición. A través de la pantalla pudimos ver como se desesperaba de impotencia al no poder hacer nada por ellos. Tiene sentimientos y los demuestra. Además, ahora nos acaba de dar mucho, y creo que es inhumano por nuestra parte...
- Lo sé, General, dijo Carpenter cortante, pero por aquel entonces, y de
eso hace ya tres años para George, aunque no hayan transcurrido mas
de tres semanas en realidad, el robot todavía no había desarrollado
suficientemente su cerebro ni los poderes que ahora posee. Tenga en
cuenta que fui yo quién lo construyó, yo lo creé y temo sus reacciones.
Podría volverse en contra de nosotros al sentirse engañado. Haberle
dejado a su libre albedrío nos ha beneficiado, su cerebro ha evolucionado obligado por las circunstancias al creer que estaba perdido en el espacio, nos ha demostrado de lo que puede llegar a ser capaz, pero aún ignoramos mucho de su posible comportamiento. Lo siento, General, pero sabe que todo estaba calculado para poder estudiarlo de este modo. Los sicólogos fueron los que aconsejaron el experimento, incluido el misterio de la desaparición de toda la tripulación, lo que a cualquier hombre hubiera convertido en un demente. Se trataba, precisamente, de medir sus reacciones en situaciones extremadamente demenciales para cualquier ser humano. Yo me limité a seguir esas doctrinas. No olvide que es un humanoide. Debemos destruirlo, General, porque si se convirtiese en un enemigo, es posible que aún pudiese desarrollar aptitudes aún más poderosas que desconocemos... y podría destruirnos a nosotros.
- Eso es lo que me parece que es, señor Carpenter, un humanoide y no
un robot. George está más cerca de nosotros que lo que pueda estarlo
una máquina. Ojalá no tengamos que arrepentirnos nunca de lo que
vamos a hacerle. George podría ser, quizá lo sea ya, el hombre del futuro, y
cuando en el futuro existan más como él, no creo que se guarde nuestra memoria con honores.
- No, general, no estoy de acuerdo con usted, rotundamente no. George es simplemente un robot, aunque le confieso que, en el fondo, comparto alguno de sus sentimientos, pero mire, la genética debe seguir avanzando y no podemos ceder ante sentimientos personales. Si lo hacemos, si nos
ablandamos y cedemos, no llegaremos a conseguir nuestros objetivos.
- ¡Señor Carpenter! Veo que usted mismo duda de que el experimento sea
ético...
- General, lo siento, pero debemos terminar esta conversación. George ha descubierto el poder que posee, y lo más conveniente para nosotros es no correr el albur de que sea él quién nos destruya. Temo sus reacciones al enterarse del engaño y por ello considero imprescindible su destrucción total y absoluta. No sabemos cómo podría reaccionar, tenga en cuenta que nadie podría pararle. No debemos aceptar correr ningún riesgo.
- Si... si, comprendo que era un engaño necesario para que pudiese desarrollar por él mismo toda su potencialidad...
- Efectivamente, mi general. Hemos hecho lo preciso para que actuara y
pensara por su cuenta con verdadero esfuerzo, como los humanos no
tenemos más remedio que hacer en situaciones límite.
- Bien, no puedo dejar de aceptar la realidad. Verifiquemos esos datos y...
señor Carpenter...
- ¿Si, mi general?
- Cuando compruebe que todo lo tiene bajo control, puede apagar y destruir la burbuja, tiene usted mi autorización. Y por favor, haga desaparecer de inmediato el cuerpo de George, ya le he dicho que había llegado a tomarle afecto y desearía poder olvidar pronto todo este asunto.
El general, antes de retirarse, miró por la ventana de su despacho. Contempló, desde lo alto, el gran silo en el que se mantenía suspendida en el aire la burbuja por la que navegaba el asteroide. Lo que los científicos denominaban burbuja semejaba una gran campana de cristal transparente, y en su interior se mantenía el vacío y unas condiciones similares a la noche estelar. Dentro de la burbuja podía verse un diminuto punto brillante: el asteroide navegando por lo que George siempre había creído que era el vacío infinito del espacio. Luego, el general, con gesto triste, echó un último vistazo a la pantalla del monitor donde podía verse el rostro de George. Éste se encontraba en ese momento en el laboratorio, muy feliz y completamente satisfecho del rumbo de navegación que había tomado su asteroide.
Tercera parte
Tan pronto como el General abandonó el despacho,, ocurrió algo que nadie comprendió. Una inesperada explosión destruyó la burbuja, justo en el instante mismo en que Carpenter pulsaba el interruptor para apagarla.
Afortunadamente, aparte de la destrucción de la campana nada más sucedió. Al interrumpir la energía contenida en su interior no llegó a ocurrir lo que Carpenter había temido, es decir, que la energía nuclear liberada bruscamente por la rotura de la campana llegase a devastar las instalaciones y que causase un desastre terrible en muchos Kilómetros a la redonda. Se felicitaron por su buena suerte, ya que lo que temían no había ocurrido y sí que, junto con la campana, se había destruido lo que contenía en su interior, que era lo que pretendían: eliminar a George. Se desintegró, aseguraron los expertos. No quedaron rastros del asteroide, de la campana ni de George. Todo había desaparecido sin causar daño alguno, escapando la energía directamente hacia el espacio. En el instante de la explosión, los observatorios militares pudieron grabar en sus aparatos vestigios de algo luminoso que no pudieron identificar: una especie de rayo que surgió del centro de la base, del lugar en el que había estado la campana. El rayo ascendió con rapidez inusitada y se perdió en pocos segundos en el espacio, desapareciendo totalmente.
Cuarta parte
REAPARICIÓN DE GEORGE, EL HUMANOIDE
George había escapado a su destrucción, programada por los militares. El humanoide era aún mucho más inteligente y sagaz de lo que podían imaginar Carpenter y el General. Intrigado por las misteriosas desapariciones de sus compañeros, se había dicho que era imposible que la tripulación se hubiera desvanecido en el espacio y que, por tanto, aunque desconociese los motivos, era probable que algo se le hubiera ocultado. Siempre con disimulo, y ocultando sus verdaderos propósitos, no ceso de investigar hasta el día que analizó las cámaras de vídeo que, sin él saberlo, le vigilaban constantemente y grababan sus pensamientos y parámetros de actividad. En un principio había creído que las cámaras eran utilizadas para comunicarse entre los distintos departamentos del laboratorio y no las había prestado más atención, pero cuando por curiosidad observó las frecuencias de ondas con la que estas operaban, advirtió que las cámaras no estaban allí para funcionar como unos simples intercomunicadores, sino para que las ondas alcanzasen grandes distancias. Ocurrió también algo extraño cuando George se acercó por primera vez a una de las cámaras. Las cámaras estaban situadas en los techos del laboratorio, a la altura de un metro por encima de su cabeza, y cuando se aproximó para examinarlas de cerca, un extraño zumbido le asaltó en el interior de su cabeza, produciéndole molestias. Le extrañó y no dejó de dar vueltas a ese sorprendente hecho.
Para comunicarse con su planeta, los técnicos habían instalado, en el cuarto de comunicaciones del laboratorio, unas magníficas instalaciones de radio. Esos aparatos quedaron inoperantes, “oficialmente”, al perderse el contacto entre la base y el asteroide cuando éste comenzó a derivar, aparentemente, en el espacio, tomando un rumbo desconocido y no previsto. La intuición de George, un sentido especialmente desarrollado en él, le hizo mantenerse alerta a pesar de no conocer con exactitud lo que ocurría, hasta que la idea de que quizá era vigilado empezó a tomar cuerpo en su mente. Concentrando sus pensamientos, operó desde su cerebro el escáner con el que había sido dotado para detectar cualquier problema que pudiera surgir en el interior de su cuerpo. Después de muchos esfuerzos descubrió que lo que había imaginado y sospechado era cierto: el escáner detectó un diminuto comunicador insertado en su cerebro. Se dio cuenta de que por ese medio le estaban estudiando. A partir de entonces ensayó lo indecible hasta que logró separar sus pensamientos y llevarlos por dos caminos distintos, creando para ello mentalmente dos canales de pensamientos. Por un canal pensaba aparentemente de forma normal, como siempre había hecho. Por el otro canal discurrían sus pensamientos ocultos, evitando que el intercomunicador los detectase. Una noche desconectó la energía del laboratorio para no ser descubierto en sus manipulaciones, y utilizando la tecnología de las propias cámaras insertó en ellas unos sensores de audio que previamente había construido, consiguiendo que las cámaras retornasen hasta el laboratorio los sonidos procedentes de la base. Lo consiguió gracias a sus conocimiento e inventiva, creando una sub-frecuencia invertida de la misma onda que se utilizaba para transmitir, dirigiendo los sonidos recibidos directamente a su canal de pensamientos “privado”. Cuando terminó, al cabo de pocos minutos, conectó de nuevo la energía. En la base no llegaron a advertirlo. A partir de aquel momento, y de la misma forma que a él le escuchaban en la Base, George pudo oír las conversaciones mantenidas allí y confirmar sus sospechas. Descubrió de ese modo lo que hasta entonces le había resultado un verdadero misterio.
Ahora comprendía, al fin, el proceso de las falsas muertes de la tripulación. Se alegró de saber que continuaban vivos, pero se sintió triste y despreciado al saber que habían estado jugando con él como si fuese un simple ratón de laboratorio. Se sintió sorprendido y más triste aún al conocer que ya no le necesitaban y que sería eliminado cuando simplemente apagasen la campana, esa campana que él siempre creyó que era el espacio, el vacío estelar. A partir de entonces, concibió sus planes minuciosamente y se preparó para darles una buena sorpresa que sabía no esperarían.
Trabajó deprisa para poder invertir el proceso de su miniaturización y recuperar su propio tamaño, escuchando atentamente las explicaciones a través de los monitores, y aunque le faltaban innumerables datos técnicos, su privilegiado cerebro supo encontrar la fórmula adecuada. Lo consiguió justo a tiempo, cuando Carpenter se disponía ya a apagar la campana.
George, un segundo antes de que eso sucediera, movió el conmutador de regresión para reconvertir, tanto al asteroide como a él mismo, a su tamaño natural. A continuación, forzó al máximo la impulsión de los motores y salió como un rayo de la campana, destrozándola, sin importarle poder causar un cataclismo y pensando únicamente en huir de los que querían destruirle. Navegó en su asteroide hacia el verdadero espacio estelar, atravesando la atmósfera del planeta en el que había nacido y sabiendo que debería ir en busca de otro mundo en el que se le pudiera acoger como él se sentía: como un verdadero y excepcional ser humano.
Viajó durante años por el espacio. Gracias al laboratorio continuó estudiando y haciendo grandes descubrimientos científicos, hasta que llegó a un sistema solar en el que encontró un planeta que le llamó la atención por su intenso color azul; era atrayente y hacia allí dirigió el asteroide, que dejó en la órbita del planeta. Salió del laboratorio, levantando la trampilla que daba a la superficie del asteroide, la cerró después y se lanzó al vacío estelar. Cuando atravesó la atmósfera del planeta azul pudo ver que las aguas lo cubrían en buena parte, pero también vio grandes extensiones de tierra cultivada, prados y árboles. Desde el aire no avistó núcleos urbanos ni ser alguno, lo que le extrañó sobremanera, ya que la tierra cultivada revelaba la presencia de seres vivos e inteligentes. Se le ocurrió entonces una posible explicación al misterio, y dirigiéndose hacia el mar se zambulló en sus aguas.
En la Tierra había habido guerras, innumerables guerras. Se desencadenaron desastres nucleares que no llegaron a envenenar la atmósfera pero que sí fundieron el hielo de los polos. Una mayor parte de los humanos murieron, en principio debido a la contaminación que de todo modos existió en gran parte, y más tarde al nivel de las aguas, que se elevaron e inundaron la faz de la Tierra. Pero en otros lugares, en otras naciones, también habían aparecido soñadores que avisaron con antelación de las guerras futuras y de los desastres que ocurrirían, y algunos gobiernos se aprestaron a diseñar y terminar proyectos para evitar la desaparición de la raza humana en el planeta. Mucho tiempo antes del deshielo, y con previsión, se habían construido grandes ciudades submarinas como si fuesen grandes arcas de Noe modernas. Millones de personas se trasladaron a ellas, sobreviviendo de ese modo a la destrucción de la superficie terrestre. La vida humana seguía existiendo bajo enormes cúpulas que albergaban grandes y pobladas ciudades submarinas, y toda esa vida sumergida fue la que George descubrió.
A George le agradó poder nadar. Nunca lo había hecho. Disfrutó al encontrarse en ese elemento líquido que le cubría por completo y le relajaba de una forma especial. Sintió cómo su cuerpo, en una sensación no conocida por él anteriormente, era acariciado sensualmente. Se sumergió con placer para conocer el interior del mar y descubrió, por fin, el lugar en el que vivían los habitantes del planeta. Contempló, con sorpresa, numerosas y colosales cúpulas transparentes situadas en el fondo del mar, que cobijaban en su interior grandes ciudades. Las cúpulas estaban unidas entre ellas por túneles. Las gentes pululaban por esos túneles, entrando y saliendo de los edificios y manteniendo una actividad tan normal como la que había en el planeta de origen de George. Cuando la gente comenzó a avistar a George a través de las transparentes cúpulas, se quedaron mudos de admiración: ¡una persona nadaba en el exterior sin escafandra ni protección alguna! ¿qué hacía allí afuera ese hombre, y cómo es que podía respirar sin ningún aparato que le proporcionase oxígeno?
George fue recibido y agasajado como un héroe, debido sin duda a la calidad extraordinaria que tenía su visita a la ciudad submarina, y ahí vivió durante un tiempo, junto a los habitantes de la Tierra. George decidió que podía ayudar a esta gente que tan bien le había acogido y puso su mente y sus manos a disposición del consejo rector de la Ciudad Submarina. Con celeridad pasmosa construyó él solo grandes diques en la escasa tierra recuperada hasta entonces por los humanos y en donde existían las pequeñas plantaciones que avistó a su llegada. Añadió tierra y extendió los límites de la superficie habitable. Más tarde, atrajo pequeñas nubes que con su lluvia regeneraron esos terrenos con eficacia, y los habitantes de las ciudades sumergidas pudieron extender algo más sus dominios fuera del Océano. Fue una dura labor y transcurrieron años hasta que los humanos pudieron aposentarse de nuevo en la superficie de la Tierra, pero gracias a George pudieron abandonar las ciudades submarinas y volver a vivir, como antaño lo habían hecho las generaciones anteriores de terrestres, en casas y edificios asentados en terreno firme.
George vivió en la Tierra algo más de treinta años, sin embargo, añoraba conocer otros mundos y otras vidas, y cuando consideró que la Tierra ya había recuperado gran parte de su anterior esplendor, decidió marcharse y continuar explorando nuevos mundos. Deseaba tener una compañera que en la Tierra no había encontrado y echaba de menos también el mundo en que había nacido. Quién sabe, pensó, cómo habría evolucionado allí la vida. No obstante esos pensamientos, estaba decidido a no regresar jamás a su lugar de nacimiento. Habían querido destruirle y no lo perdonaría nunca. George había continuado evolucionando y ahora conocía cómo regenerar las células del cuerpo humano para evitar el envejecimiento, e incluso sabía cómo poder rejuvenecer al que hubiese dejado atrás su juventud, pero sus conocimientos no los quiso poner en práctica con los humanos, pues consideró que debían vivir tal como habían sido creados y que no debía interferir en sus destinos.
Cuando George anunció su despedida, trataron de convencerle para que no se marchase, pero todo intento de retenerle fue inútil. George debía seguir su destino, un destino que desconocía pero que él sabía que debería buscarlo entre las estrellas.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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