jueves, 4 de febrero de 2010

BELLAS MELODÍAS INDEFINIDAS

Ver los campos llenos de campanas bastantes crecidas me producía una gran satisfacción. Al agacharme me fijé en que los badajos parecían querer asomar y que muy pronto nacerían. Golpeé ligeramente y con extremo cuidado a una de las campanas escuchando atentamente: pude oír cómo su sonoridad se extendía por los aires contagiando a las demás en un eco multiplicado suavemente. Había que escuchar con verdadera devoción para oírlo, pero en eso yo era un experto.
En esta época convenía excitar a las campanas para que los badajos nacieran fuertes y robustos, y cada mañana, muy temprano, cuando todavía el rocío cubría los campos, yo las estimulaba adecuadamente; era mi misión, misión que por otra parte me encantaba, pues además de que los sonidos que arrancaba de ellas eran imprescindibles para que, con las vibraciones, pudieran desprenderse del rocío que la larga noche había depositado encima, y que podía serles perjudicial si el sol llegaba a secarlo antes de que se hubieran librado de él, la sinfonía producida por tantos miles de frutos metálicos de distintos tamaños me extasiaba de placer.
Ya estaba cercano el día en que, cuando los badajos hubiesen nacido, las campanas repicarían extendiendo sus dulces melodías por si solas y ya no me necesitarían.
Y más adelante, una vez recogida la cosecha, prepararía los campos para que el próximo año pudieran nacer, de nuevo, bellas y resonantes campanas.-

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