El tipo aquél, sin duda un loco o un suicida, caminaba por el tejado de ese edificio de tres pisos. La gente miraba desde la calle y alguien dijo: ¡Un suicida, es un suicida! Y no parecía faltarle la razón, ya que el tipo del tejado hacía peligrosos equilibrios en el mismo borde, pareciendo que podía llegar a caerse desde las alturas en cualquier momento.
Gran cantidad de gente se había agolpado debajo de la casa, mirando morbosamente hacia arriba. Una señora de mediana edad exclamó: ¡Yo me marcho de aquí, no quiero ver cómo se estrella contra la acera! Y alguien dijo: No se marche, mujer ¡Que esto no se ve todos los días!.
Arriba, en el tejado, el tipo hablaba y hacía señas a la multitud incitando a que se acercasen más. Daba la impresión de que quería explicar algo y ser oído antes de matarse. La mayoría dio un par de pasos y se acercó para poder oír mejor lo que ese tipo deseaba decirles; lo hicieron con precaución y sin pisar la acera, no fuese que el suicida se tirase y les cayese encima. Entonces, el tipo se agachó y, al incorporarse de nuevo, todos pudieron ver en su mano una gran teja que inmediatamente lanzó con furia, mientras se reía a carcajadas; lo hizo muy rápidamente, y antes de que la gente pudiese reaccionar ya les había tirado varias tejas que se estrellaron contra el suelo, no sin antes herir a dos personas. Todos corrieron, alarmados. Y alguien dijo: ¡No es un suicida! ¡Es un loco cabrón y un hijo de puta!.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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