Lo veía en sus sueños. No transcurría una noche sin que viera a aquel ángel que le hacía señas, pero nunca lograba entender lo que el ángel trataba de decirle. Al despertarse por la mañana recordaba perfectamente lo que había soñado, y se preguntaba si todo aquello tendría algún significado. Las señas que el ángel le hacía eran incomprensibles, siempre señalaba hacia abajo indicándole algo con una mano, pero no entendía lo que era. Cuando miraba hacia donde señalaba aquel ser, dando por hecho que era un ángel aunque tampoco tenía la seguridad de que lo fuera, únicamente veía oscuridad. Una noche le pareció que podía ver algo más que en noches anteriores. Aquello que con tanta insistencia y una noche tras otra le era señalado, daba la impresión de ser una especie de pozo conteniendo agua, si es que ese líquido era agua, que tampoco estaba seguro. El agua tenía un color oscuro e indefinido, y cuando quiso fijar sus ojos tratando de ver de qué estaba compuesto exactamente ese líquido, un estremecimiento de asco recorrió todo su cuerpo, dejándole un malestar tan grande que al despertar todavía notaba esa sensación desagradable. Sus sueños ya eran tremendas pesadillas y le resultaban incomprensibles, sobre todo por la repetición de las mismas, ya que soñaba lo mismo una y otra noche.
Pasaron varios meses sin que el ángel volviera a aparecer en sus sueños, y él lo olvidó completamente hasta que una noche el sueño comenzó de nuevo, y de nuevo vio al ángel. Esta vez, mientras el ser le señalaba aquel pozo horrendo, le pareció que hablaba y que trataba de decirle algo. Procuró poner toda su atención en aquellas palabras, ya que siendo un ángel quién las profería, serían sin duda proféticas:
¡Guarro, más que guarro!, decía el ángel, ¡Otra vez volviendo a las andadas! ¡Llegas borracho perdido y no tienes otra cosa mejor que hacer que mearte en la alfombra! Y yo a limpiarla enseguida como una idiota para que no se estropee; que a saber cómo estaría si no la limpiase... ¿Pues sabes que te digo? ¡Qué mañana sin falta te largas de mi casa y que no quiero verte más por aquí, desgraciado!.
Palabras proféticas, sin duda, pues cuando despertó se encontró con la maleta hecha y a la dueña de la pensión que le gritaba. Gritaba tanto que le era difícil entender lo que decía. El caso es que se encontró de patitas en la calle en un santiamén, sin comprender el motivo. Hay que joderse, pensó; resulta que tengo un ángel de la guarda que ya me advertía que me echarían, y yo no le hacía ni puto caso. Y a cuestas con su maleta, fue en busca de otra pensión dónde poder vivir.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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