Son las once de la noche. Un sótano oscuro y, en su interior, se encuentran tres hombres. Uno de ellos está sentado en una silla y suda abundantemente. Los otros dos hombres, como sombras amenazadoras, se encuentran de pie ante él. Los tres llevan batas blancas, y, en sus rostros, el inconfundible sello de los científicos. Uno de los dos hombres que está de pie mantiene en sus manos un largo, pesado y extraño aparato. Ese hombre intenta mantener con una sola mano el aparato, haciendo verdaderos equilibrios para que no se le caiga, e inicia un pequeño baile hasta conseguirlo. Luego, una vez logrado lo que pretende, levanta con esfuerzo hacia su frente la mano q ue tiene libre y se rasca, murmurando algo acerca de lo mucho que le suele picar siempre el sello. Mientras tanto, el otro hombre que está a su lado, ignorando tales movimientos, habla con suavidad, dirigiéndose al que está sentado.
—Este eje es fundamental, Julius. Se ha diseñado especialmente para implementarlo como un controlador neurodifuso que optimiza los algoritmos evolutivos. Supongo que ahora no podrás seguir negándote.
Julios, el científico que está sentado y escuchando atentamente lo que se le dice, ha observado con gran atención el aparato. Vencido por la evidencia, derrumbada interiormente su moral, deja caer entonces su cabeza sobre el pecho y exclama con pesar:
—Creo, Darnel, que por ahí sí me pillas. De acuerdo, os daré mis fórmulas.
—Vale, mejor así. Julius. No sería nada agradable para ti el negarte. Este eje, movido con la energía del motor de corriente alterna que lleva acoplado, y bien metido por un culo, jamás falla, amigo.
martes, 2 de febrero de 2010
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