Era imposible mantener tanto equilibrio, pensó. Por ese motivo no había deseado tener hijos, no quería que un descendiente suyo tuviera que sufrir por haberlo traído al mundo y tener que verle después hacer equilibrios en la pasarela.
Avanzó un par de pasos con cuidado. La pasarela era estrecha y no permitía muchos movimientos, aunque a pesar de ello hizo un bello y cuidado gesto con su cuerpo que sólo él podía permitirse de vez en cuando, y que, por supuesto, el motivo de que él pudiese hacerlo era debido a su entrenamiento y a su dedicación. Los aplausos que recibió le ensordecieron y le molestaron. Mierda de mundo, se dijo, creen que hago esto para que me aplaudan. Son todos unos títeres. Mañana mismo me cambio de pasarela, musitó, mientras ponía cuidado en no caerse. Luego, miró a su alrededor. Todo lo que su vista alcanzaba lo conocía de sobra. Vio lo de siempre, cientos de pasarelas en la oscuridad y a gente solitaria intentando avanzar haciendo equilibrios. Como siempre, tampoco logró ver al público. Esta vez le asaltó una duda y se hizo una pregunta nueva: ¿existía de verdad el público? ¿no sería todo una trampa? Y se preguntó una vez más que habría debajo de las pasarelas, allá abajo en la oscuridad. También se preguntó qué ocurriría si él se caía. Descartó sus pensamientos y continuó avanzando, no tenía otro remedio.
martes, 2 de febrero de 2010
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