Sintió que la vida se le iba. Sin duda había llegado el momento en el que sus ojos deberían cerrarse para siempre; no volvería a abrirlos, dormiría para siempre y descansaría al fin de tantas fatigas. Hasta ahora nunca había pensado en ello, pero su instinto le decía que así sería: dejaría de existir y de luchar. Estaba cansado y lo deseaba.
Había subido con esfuerzo, antes de que oscureciera, hasta la montaña más alta que pudo alcanzar. Observó cómo el sol estaba a punto de desaparecer por el horizonte. Completamente inmóvil, con la cabeza erguida, disfrutó por última vez de la belleza de las montañas. Y allí, en lo alto, se recreó de tanta belleza como le rodeaba, dándose cuenta de que nunca más volvería a contemplarla: esta era la primera vez que se daba cuenta de lo maravilloso que había sido vivir, y también la última. Hasta ahora, sobrevivir había sido lo primordial.
En ese momento prestó atención a sus recuerdos, que le asaltaron con fuerza, como nunca antes lo hicieron. Repasó su vida, mientras su vista no se apartaba de las montañas y de los bosques. Dentro de breves minutos todo quedaría oculto al caer la noche, exceptuando las cimas más altas que seguirían viéndose algunos minutos más, al recortarse sus siluetas en un cielo que aún tardaría en oscurecerse. Sin embargo, sus recuerdos eran tan intensos que estaban retenidos en sus retinas, y las imágenes de las montañas y de su familia se le presentaron como si fuera un luminoso mediodía. Todo lo veía en su mente a plena luz y reviviendo, como si estuviese ocurriendo en ese mismo momento, lo que jamás logró hacer desaparecer del fondo de sus pensamientos: sus recuerdos de infancia.
Los recuerdos de su madre y de sus hermanos acudían a su mente con verdadera fuerza, con la misma fuerza y energía que él recordaba tener en aquellos tiempos. Ahora, al final de su vida, se encontraba viejo y cansado, acabado, perdidas sus energías y su aliento.
Al mismo tiempo que contemplaba desaparecer la luz del sol, desaparecieron también los recuerdos de tantos seres queridos. Sintió en sus entrañas un frío intenso y comprendió que él mismo no tardaría mucho en desaparecer, quizá sería esa misma noche...
La oscuridad imperó por fin en los campos y ascendió hasta las montañas, que ya no podían distinguirse en la penumbra. Todo el horizonte quedó sumido en una masa densa y oscura, y de su garganta, como en los viejos tiempos, mientras notaba erizársele el lomo, surgió por última vez, vigorosa y potente, su llamada a la vida. En muchos Kilómetros a la redonda, en los campos y valles en los que había transcurrido su vida, pudo oírse su último aullido de lobo: ¡Ahúuuuu!.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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