Creí estar soñando cuando entré en mi casa y me di cuenta de que a pesar de ser mi casa, de la que había salido apenas hacía unos cuatro o cinco minutos, mis familiares ya no eran los mismos. La puerta la dejé entreabierta para no tener que llamar a mi regreso, y al volver, la puerta continuaba igual, entreabierta. También el recibidor era el mismo, con su perchero conteniendo el sombrero negro de mi tío sacerdote. los mismos muebles, el largo pasillo, la misma pintura conocida en las paredes... Cuando llegué al comedor me quedé perplejo. Pocos minutos antes había querido salir a la calle para comprar unas chucherías en el quiosco que hay enfrente del mismo portal, e insistí en ello hasta que me dieron permiso. Yo podía ponerme muy pesado si no me dejaban hacer lo que se me antojaba, y conociéndome, me dijeron: Está bien, baja y no tardes, que enseguida estará la comida preparada, ya ves que todos estamos sentados a la mesa; y deja la puerta entreabierta, así no tendremos que levantarnos para abrirte cuando vuelvas.
Y, ciertamente, cuando volví y entré en el comedor con mis chucherías compradas, todos seguían sentados a la mesa y habían comenzado a comer. Solo que algo había cambiado en las expresiones de mis familiares. Era mi familia, no tenía duda, pero... Miré a mi tío que seguía llevando su túnica de sacerdote, pero su cara era distinta, no era la cara de mi tío. Miré a los demás y vi que a pesar de parecer los mismos, sus rostros, igual que el de mi tío, no eran los rostros de mis familiares. Repasé el comedor con los ojos sin atreverme a decir nada y vi que nada allí había cambiado, sólo la gente. Me di cuenta de que, allí parado, sin decidirme a hablar porque creía estar teniendo una pesadilla, estaba llamando la atención de todos. Me miraban extrañados y advertí que ellos hacían como si no me conociesen. ¿Quién eres tú? me preguntaron. Yo no supe responder, pero me parecía que la pesadilla ya se estaba prolongando demasiado. ¿Qué podía hacer yo ante una pesadilla como ésta? Me invadió una terrible sensación de soledad. Me sentí terriblemente abandonado como me ocurría siempre que tenia pesadillas parecidas, como cuando la bruja estaba a punto de cogerme por el pasillo y yo no podía chillar, sabiendo que mis padres estaban ahí cerca pero que no podían ayudarme porque no me oían; de mi garganta no salía la voz. Chillaba y chillaba pero mis gritos salían mudos. Entonces trataba de correr, era la única salvación que tenía. Y corría y corría, pero mis piernas no me movían del sitio donde me encontraba; seguía en el mismo sitio por mucho que intentase huir. Y la bruja estaba cada vez más cerca, ya alargaba su tremenda garra para cogerme... Y entonces me despertaba chillando. Esta vez no traté de chillar, ¿de qué podía valerme aunque mis gritos pudiesen oírse? No tenía a nadie para ayudarme, pues era mi misma familia a la que estaba viendo allí, delante de mi, y sin embargo, no lo era, ¡No era mi familia!. No sabía qué podía hacer: ¿irme de allí? ¿adónde? ¿acaso no era ésa mi casa?. No parecía que aquella gente quisiese hacerme daño. Quizá debía esperar a despertarme y entonces ya habría pasado todo. Oí a mi tía, la hermana de mi tío cura, que aunque se parecía no tenía su cara, que decía: ¡Ah! ya sé. Debe ser el chico de arriba, que se ha equivocado de piso. Yo no entendía nada, pero así era, me había equivocado de piso. Me acompañaron al piso de arriba cuya puerta estaba entreabierta y cuyo recibidor era idéntico, con un perchero idéntico y encima del perchero un sombrero negro, de cura, también idéntico. Y la misma distribución y los mismos muebles, y las mismas paredes y con el mismo color, todo tan conocido por mi...
Cuando llegamos hasta el comedor, allí estaba mi familia de verdad sentada a la mesa, esperándome.
Aquella sensación de desconcierto, de sentirme abandonado, de sentirme como si yo fuese el centro de algún conjuro, no la olvidaré jamás.
En el edificio donde vivía mis tíos únicamente vivían sacerdotes y la decoración de todos los pisos era idéntica. Me dejaron mis padres con mis tíos, a su cuidado durante unos días, y la casualidad quiso que me equivocase de piso. Por supuesto que yo no tenía ni idea de que todos los pisos era iguales y que en todos vivían sacerdotes. Y para mayor casualidad en los parecidos, el sacerdote que vivía abajo tenía una criada que era parecidísima a mi tía.-
jueves, 4 de febrero de 2010
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