—Mira, ya sé que me dirás que es una manía, pero cuando entreno yo chupo la punta de cada bala antes de dispararla. Me pongo la bala en la boca y la humedezco.
—No, no digo nada. Yo mismo, antes de disparar, meto la punta de la bala en el culo.
—¡Caramba! ¿Y eso?
—Pues como tú: una manía.
—Pero debe ser una manía muy molesta, supongo.
—Seguramente. El sargento está que trina cada vez que intento meterle una bala en el culo, pero yo le digo: sargento, o me deja hacerlo o no disparo. Así de claro se lo digo.
—¿Y qué dice él?
—Pues me dice que o soy un hijo de puta o que estoy loco. Y cada vez que quiero meterle una bala en el culo... él me mete en el calabozo.
—Entonces no dispararás nunca...
—Así es, nunca disparo por culpa del sargento. Es un mal nacido el tío.
—¿Y por qué no te metes la bala en tu propio culo?
—¡Ah, eso no! Mi culo es sagrado, amigo.
—Claro.
martes, 2 de febrero de 2010
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