Yo robé los cebollinos
Lo confieso, yo fui uno de los culpables. Supongo que la pena ya ha prescrito, pues si no lo pensase así jamás confesaría mi robo.
La historia es de hace unos 55 años. Mi pandilla y yo íbamos en busca de aventuras, cuando alguien del grupo dijo: ¡mirad! ¡Un huerto con cebolletas!
El huerto era apenas un trozo de tres metros por uno de tierra sembrada, un pobre huerto de una pobre barraca de Montjuich. Habría, quizá, unas treinta cebolletas asomando por la tierra. Nos lanzamos sobre ellas, las arrancamos de su lecho de tierra y huimos. Más tarde, yo vendí las mías por dos reales al frutero de mi calle porque no me atrevía a llevarlas a casa, ya que mi madre me hubiera preguntado de dónde las había sacado, y yo no tenía ganas de dar explicaciones que, en cualquier caso, hubieran sido falsas, porque no estaba dispuesto a confesar un robo.
Ahora, después de 55 años, supongo que da igual confesar.
El frutero se llamaba Arturo, bueno, todo el mundo le llamaba Sr. Arturo porque era dueño de un biscuter. Recuerdo que se que no tenía marcha atrás. Quizá pudo comprarse el biscuter por los beneficios de las cebolletas que me compró a mi, aunque supongo también que los beneficios no fueron tantos como para alcanzar a pagar la marcha atrás del coche. Creo recordar que le vendí en total seis cebolletas, a todas luces insuficiente para añadir esa caja de cambios a su flamante biscuter.
De vez en cuando recuerdo esas cebolletas, y lo que lamento es no haberlas llevado a casa y comido untándolas en sal, pues aunque las cebolletas eran escasas, se las veía magníficas.
martes, 2 de febrero de 2010
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