UN PASEO CON ANGELA AL SOL DE LA MAÑANA
Aquella mañana, recién comenzada la primavera, me desperté de excelente humor. Salí a la terraza y decidí dar un paseo.
Llamé a Ángela. Ángela era rebelde y no le gustaba aceptar órdenes de nadie; ni siquiera de mí. Naturalmente que, aunque no le gustase, no tenía más remedio que obedecer. Ella dependía de mi y recibía todos mis cuidados. Gracias a ellos podía disfrutar de un confortable techo donde cobijarse y poder llevar una vida enteramente regalada.
La mañana era tan espléndida que invitaba a variar la rutina de los grises días anteriores. Cuando Ángela apareció le hice un ademán para que se acercase pero prefirió ignorarme.
Ángela, cuando decidía ser rebelde, me sacaba de mis casillas. Lo sabía perfectamente, pero ella era así, era su forma de rebelarse. Pensé que, quizá, en el fondo, le agradaba desafiarme para que entonces yo le demostrase mi cólera y, finalmente, arrepintiéndome de haberle maltratado, le colmase de caricias y pusiese más atención en sus cosas, pero Ángela me pertenecía y yo no estaba dispuesto a ceder a sus caprichos.
Ángela tenía una estampa preciosa. Su estilizado y bellísimo cuerpo, pleno de exuberantes encantos, era como un hermoso sueño y atraía todas las miradas y todas las envidias. Sus plumas azules, de brillantes y cambiantes tonos según de dónde recibiese la luz, eran la admiración de cualquiera que pudiese contemplar sus evoluciones.
Cuando llamé a Ángela de nuevo, esta vez en voz alta y algo enojado, cambió de actitud viniendo rápidamente a mi lado, agachándose ante mi. Me extrañó; esperaba su acostumbrado desdén, pero en lugar de ignorarme se mostró solícita y amable.
Dime, Ángela, le pregunté mientras subía encima de ella, ¿Cómo estás hoy? te encuentro algo distinta, creo que la primavera te sienta muy bien. Naturalmente, yo no esperaba que ella me respondiese, no solía hacerlo. Sin embargo, ese día todo eran sorpresas. Sí, estoy muy bien, me dijo con voz voluptuosa y tan sensual que todas mis terminaciones nerviosas se pusieron de punta. Y añadió con dulzura: ¿quieres dar un paseo tranquilo, o deseas cabalgarme? Deseo cabalgarte dando un paseo, le respondí con voz ardorosa mientras me acoplaba de forma adecuada. Y Ángela, conmigo encima, se lanzó a los aires desde la terraza, volando majestuosamente como solamente ella sabía hacerlo, mientras sus hermosas plumas azules destellaban, lanzando fulgurantes rayos, al reflejarse en ellas el dorado sol de la mañana.-
Rafael Muñoz
sábado, 6 de septiembre de 2008
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