“EL FOTÓGRAFO COLECCIONISTA”
Román había pasado por delante de aquella tienda de fotografía en innumerables ocasiones; le cogía de paso. Había leído a menudo el rótulo de la tienda, en el que podía leerse: “ARTICULOS PARA FOTOGRAFÍA“. Debajo de esas letras de gran tamaño había también un letrero pequeño que rezaba: “Fotografías especiales y perfectas a tamaño natural”, y más abajo, como si fuera una firma, el pequeño letrero terminaba así: Coleccionista.
Ese día quería hacerse una foto para mandarla a unos familiares que vivían lejos y Román pensó que le convendría hacerse la foto en ese establecimiento. A Román le agradaba la perfección, y un coleccionista –se dijo- sin duda alguna sería un gran profesional. Entró y se dirigió hacia el mostrador, en el que se encontraba un viejecito con marcados rasgos orientales y que le pareció, a simple vista, muy agradable y de aspecto simpático.
Buenos días, dijo Román al entrar. Buenos días, señor, le contestó el agradable viejecito haciendo una ligera reverencia, soy Foo To Poo y estoy a su servicio ¿qué desea?
- Verá, quisiera hacerme una foto de cuerpo entero.
- Ha venido al lugar indicado, señor. Pase al estudio.
- Si, pero antes me gustaría que me dijese cuánto me costará.
- Pues... le voy a explicar: yo no vivo de hacer fotografías. Son pocas las que la gente se hace en este barrio. Vivo únicamente gracias a las ventas de la tienda, ya sabe, carretes, pequeños marcos, pilas, accesorios... pero como soy coleccionista, disfruto haciendo fotografías a los pocos clientes que quieren un retrato. Mis fotos son únicas por su perfección. Si usted me da su permiso para quedarme la copia, le haré la foto sin cobrarle nada. No utilizo después esas fotos, ni siquiera las expongo, solamente las guardo para verlas de vez en cuando porque me gusta admirar lo que hago. Fíjese, eche un vistazo por aquí, por la tienda, y se dará cuenta de que no hay ninguna expuesta. Las tengo todas en mi estudio y exclusivamente para mi satisfacción personal, aunque, eso sí, también las puede ver quién entre a hacerse una foto.
Román se sorprendió por su buena suerte y dijo que sí, que desde luego tenía su permiso.
En este caso, le dijo el viejecito, no tendrá inconveniente en firmar este documento. Y puso en el mostrador, ante su vista, un impreso. Es la autorización por escrito –le aclaró el fotógrafo- para que yo pueda quedarme en mi poder, y sin problemas posteriores, la copia de su foto. Ya sabe que hay gente muy rara por ahí que por cualquier tontería pueden buscarte problemas.
Román comprendió esas razones. Sin embargo, al intentar leer el documento para firmarlo, advirtió que estaba escrito con signos extraños que parecían chinos, y levantando la mirada del escrito, dijo: pero... si no entiendo lo que aquí dice.
Es que está escrito en mi idioma, le contestó el fotógrafo, nunca he dominado el castellano para poder escribirlo con perfección, pero si a usted no le parece bien, no lo firme, la foto se la haré de todas formas, aunque no me guardaré su copia.
Román vio que el chino esgrimía una sonrisa tan bondadosa, que se dijo que de acuerdo, que no pasaba nada por firmar, y sacando un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta, se dispuso a estampar su firma.
Ah, estupendo, muchas gracias- dijo el chino al ver la buena disposición de Román- Mire, escriba aquí su nombre, en este espacio en blanco y firme al final.
Román escribió su nombre, firmó y luego siguió al fotógrafo hasta una habitación interior. Nada más entrar le llamó la atención la cámara fotográfica, un aparato que era tan grande que casi ocupaba por entero el estudio. La cámara invadía, por lo menos, la mitad de la superficie del cuarto, y era tan alta que casi llegaba a rozar el techo.
- Caramba, nunca había visto una cámara como ésta. ¡Si el objetivo es más grande que yo!
- Naturalmente, por eso mis fotos son tan perfectas, el negativo es del mismo tamaño en altura que la de una persona. Tanto el aparato como el negativo, que es una placa fotográfica especial, están fabricados por mi. En el mercado no se conoce porque nunca lo he querido comercializar, pero de todos modos no creo que tuviese mucha venta ésta cámara. Venga, colóquese aquí.
Román hizo lo que le pedían, colocándose en el sitio justo que le indicaban. Intrigado, hizo una pregunta.
- Pero, dígame una cosa: ¿de qué tamaño saldrá la foto? porque, por lo que me dice usted, lo de que el negativo es tan grande... Yo no es que sea un experto, pero algo entiendo de fotografía, y...
- No se preocupe, señor, una vez hecha la fotografía, la copia es reducida por la máquina automáticamente, pero al ser el negativo de tamaño natural, la nitidez es asombrosa. Además, los colores y la nitidez se mantendrán durante más años que los que usted pueda vivir. Mire las fotos expuestas en el tablero.
Román miró y, efectivamente, cientos de fotos colocadas en un tablero, situado en un extremo del estudio, demostraban que la nitidez era lo que más destacaba de todas ellas, además de tener unos colores perfectos y naturales. Se sintió contento por haber elegido el mejor de los fotógrafos para hacerse su retrato. Siempre salía tan mal en todas las fotos que le hacían... pero seguro que esta vez quedaría satisfecho
Cuando el fotógrafo apretó un botón y se oyó un sonoro clic, Román esperaba ya haber terminado, pero en ese momento se sintió arrastrado por una fuerza irresistible hacia la cámara; fue como si un huracán lo empujase. Temió chocar de frente contra el objetivo y extendió sus brazos por delante de su rostro, intentando protegerse con ellos o poder sujetarse a algo con las manos para no recibir un duro golpe en el choque, pero eso no sucedió. El objetivo lo atrajo hacia su interior y Román se sintió absorbido, sin remedio, dentro de un negro y profundo agujero. Parecía como si el objetivo se lo quisiera tragar... y fue eso lo que exactamente sucedió. Román despareció, tragado por el enorme objetivo. Dos segundos después, por una ranura lateral, salió una pequeña foto del mismo tamaño que las colocadas en el tablero.
El fotógrafo cogió la fotografía por uno sus extremos, evitando con sumo cuidado colocar sus huellas en la imagen, la miró con detenimiento y dijo con satisfacción evidente: un retrato perfecto, si, señor. Y dirigiéndose al tablero, colocó la foto junto a las demás.
Rafael Muñoz
sábado, 6 de septiembre de 2008
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