EL CLIENTE PERFECTO
Cuando Marga, la dependienta de una de las mejores zapaterías de la zona comercial de la gran ciudad vio entrar al cliente, se sorprendió por su apostura. El cliente vestía un excelente traje, sin duda hecho a medida por un buen sastre. Su camisa era elegante y de última moda, igual que su corbata. La dependienta quedó fascinada por el hechizo que el cliente emanaba, pues su figuraba rayaba la perfección. Nunca había visto a nadie igual. Era la imagen del hombre perfecto y la dependienta se quedó clavada en el suelo, quieta como una estatua en medio de la zapatería y sin siquiera darle la bienvenida. Le miró totalmente absorta, contemplando su figura y sus bien peinados cabellos, cuando hasta ella, procedente del atractivo caballero, llegó un suave y fragante aroma de colonia varonil. Entonces, casi sintió un desmayo, y a duras penas logró sobreponerse ante las palabras del recién llegado:
— Buenos días, señorita.
— Buenos días, señor ¿Qué se le ofrece?
— Quisiera unos zapatos. He visto en el escaparate unos que me gustan. Son esos de ahí, los marrones oscuros... Mi número es el 43... pero si no tienen ese color de mi número no importa, me los llevaré de cualquier color que tengan disponible. Tampoco importará que no tengan el modelo que indico, pues si no lo tienen me irán bien otros zapatos cualquiera...
Entonces, Marga, la dependienta, cayó en la cuenta. La magia que hasta ese momento había rodeado al cliente se desvaneció. Todo se debía a un meditado plan, a una estrategia del Ayuntamiento. Recordó haberlo leído en algún periódico: los pequeños comercios, decía el periódico, estaban desapareciendo tragados por las grandes superficies, debido a que las grandes superficies tenían atrayentes precios y una gran y variada oferta. Todo eran problemas para el pequeño comercio, y quizá el peor, entre otros muchos, era no encontrar personal. Los posibles candidatos preferían trabajar en grandes establecimientos con mejores sueldos, menos trabajo y poca responsabilidad. Para aumentar las ventas y, evidentemente, evitar el cierre de las pequeñas tiendas y animar a su personal, el Ayuntamiento había puesto en marcha un plan al que había dedicado cien millones de euros y del que esperaban grandes resultados. Una de las ideas del Ayuntamiento fue crear “el cliente perfecto”, es decir, gente atractiva, de buen porte, elegantemente vestida y que entraban a comprar, no siendo nada exigente con lo que compraban.
Marga, al pensar en el plan del Ayuntamiento, sintió cómo por sus mejillas resbalaban unas lágrimas, lágrimas que sintió amargas cuando llegaron hasta la comisura de sus labios, y es cuando dijo al cliente: aquí no tenemos nada para usted, señor. En esta zapatería no tenemos su número, únicamente servimos tallas pequeñas.
Rafael Muñoz
sábado, 6 de septiembre de 2008
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