Primera parte
RUSTY SABÍA DEMASIADO
Rusty Crawford salió aquella mañana de su casa dispuesto a dirigirse a la oficina en la que trabajaba desde hacía tres años, pero apenas había pisado la calle se dijo que no soportaba más su vida y que se volvería a la selva.
La historia de Rusty no era una historia cualquiera. Era un bonito mono que fue cazado cuando tenía tres meses de edad y trasladado al zoo de Boston. Cumplidos doce años se escapó de su encierro y gracias a su gran inteligencia consiguió papeles falsos, se vistió como un humano y buscó trabajo, pero... el trabajo le aburría, y además, en Boston no le era nada fácil encontrar plátanos.
Decidido a todo, rompió sus documentos de identidad tan trabajosamente conseguidos, se desprendió de la ropa que tanto le molestaba y, dando grandes saltos de alegría por la decisión tomada, se dirigió a la costa, dónde pensaba tomar un barco que le pudiese trasladar a su amada y remota selva.
Bien provisto de unas cuantas raciones de plátanos, plátanos que le había costado lo suyo encontrar, y escondido en una de las chimeneas de aquel crucero, viajó hasta África. Después de una gran odisea pudo llegar, al fin, a la selva de su país natal. Cuando logró encontrar a sus parientes se dijo que por fin estaba en casa. Mucho más tarde, se enamoró de una monita muy mona que le hizo tilín, pero, sin embargo, Rusty no era feliz. La vida sencilla y rústica de la selva le aburría aún más que la oficina de Boston, y es que, Rusty, ya sabía demasiado para ser un simple mono.
Segunda parte
LA SOLUCIÓN DE RUSTY
El gran cazador blanco avanzaba con astucia por la selva, con su fusil preparado y dispuesto a dispararlo contra la primera alimaña que se encontrase, cuando oyó que alguien le chistaba.
Asombrado, pues creía encontrarse solo, miró a su alrededor sin ver a nadie. Grandes árboles con largas lianas colgando le rodeaban, pero ni una
persona cerca, y no obstante, seguía oyendo cómo alguien chistaba. Pensó que quizá sería algún extraño pájaro, cuando, de repente, apareció ante él un mono haciéndole señas amistosas. El mono se le acercó, le dijo algo al oído y el gran cazador blanco asintió.
Desde ese día, Rusty compaginó su vida en la selva con un trabajo en la oficina del cazador. Su horario en la oficina es de 9 a 1 y se pasa la mañana ordenado papeles. No cobra nada por trabajar de escribiente, pero de ese modo logra paliar en parte su nostalgia, se siente útil y vive en la selva con su familia, lo que siempre había deseado.
Tercera parte
LA HEMBRA
La hembra de Rusty no alcanzaba a comprender el motivo de que su macho, sin dar explicación alguna, desapareciese todas las mañanas. Un día le siguió, pero Rusty se dio cuenta y la amenazó con el puño el alto. No volvió a seguirle, pero para ella siempre fueron un misterio esas idas y venidas.
La hembra era muy apetitosa para otros machos, y ella, aunque nunca aceptó seriamente otras relaciones se dejaba mimar, lo que era un fastidio para Rusty, quién debía andar a la greña espantando a la competencia, por lo que ideó un plan que puso en práctica.
Un medio día, al regreso de la oficina, apareció en la tribu llevando en una mano un gran pistolón, un Colt automático que había cogido de uno de los cajones del cazador blanco. Los monos, machos y hembras, miraban curiosos aquel objeto desconocido que Rusty llevaba, y éste, una vez rodeado por la gran curiosidad despertada, levantó la mano en la que portaba la pistola, y apuntando al cielo descargó el cargador entero. Al sonar los disparos, que retumbaban con mucha fuerza en la selva, los monos se asustaron tanto, que mientras las hembras se agachaban protegiéndose la cabeza con los brazos, los machos huyeron despavoridos. Uno de los disparos acertó de pleno en un pobre guacamayo que se encontraba situado en lo más alto de un árbol y cayó redondo al suelo, herido de muerte, y entonces, los monos que vieron caer al pájaro, no dudaron de que éste se había muerto del susto por el gran poder que había desplegado Rusty.
Rusty, una vez cumplida su misión, devolvió la pistola al día siguiente, pero el cazador blanco ya se había dado cuenta de que la pistola no estaba en el cajón donde él la había guardado. Tan pronto Rusty llegó a la oficina, el cazador le acusó de ladrón. Rusty movía su cabeza hacia uno y otro lado mientras gritaba: ¡Uh, Uh, Uh! gritos que significaban que negaba la acusación, mientras señalaba hacia un rincón en el que había depositado poco antes, y con disimulo, la pistola. El cazador vio la pistola, la tomó en sus manos y se dio cuenta al instante de que no había ni una sola bala en el cargador, pero a pesar de no comprender lo sucedido dejó de hacer acusaciones, y Rusty retomó su faena diaria con satisfacción.
Desde el día de los disparos ningún macho rondó a su hembra, y si ocasionalmente alguno se acercaba, Rusty extendía una de sus manos, con un dedo dirigido al intruso y gritaba: ¡Pum, Pum, Pum! y con ese simple gesto, y sus gritos, le hacía huir.
Rusty fue aceptado como el Jefe de su tribu debido al gran poder que había exhibido y que al parecer nunca le abandonaba.
Por fin, después de tantos años, fue feliz al considerarse importante en su propia tribu, pero el mono que en Boston se hizo llamar, un día ya lejano, como Rusty Crawford, sabía que todo se lo debía a su portentosa inteligencia.
Cuarta parte
SEÑORITA DOOLEY
La señorita Dooley montó en cólera cuando advirtió que la señora Duncan había tirado, aunque sin intención de hacerlo, el jarrón de más valor del salón, un jarrón precioso y carísimo que se hizo añicos al tocar el suelo. La señorita Dooley tenía el genio muy vivo, agriado más bien, como decían de ella los criados. La señorita Dooley llevaba muchos años al servicio de los señores, era el ama de llaves y todos los sirvientes de la mansión estaban bajo su mando.
—¡Señora Duncan! —rugió la señorita Dooley —¿Qué debo hacer ahora con usted?
—Pues... aguantarse, querida —contestó la señora Duncan, mirándola con buen humor — para eso soy yo la dueña de esta casa.
Quinta y última parte
LAS VACACIONES DE RUSTY EN CASA DE LA SEÑORA DUNCAN
Pues si, la verdad es que fue interesante el encuentro de Rusty con la señora Ducan en su casa.
Imagino la expresión de la señorita Dooley cuando viese el salón lleno de pelos de mono. También imagino que la señorita Dooley diría con un gran vozarrón: ¡Señora Duncan, el salón está perdido de pelos y Rusty es el culpable! Y la señora Ducan, sonriendo, le contestaría: Señorita Dooley, si el salón se ha perdido, su obligación es encontrarlo, que para eso le pago a usted un generoso sueldo ¡Y no me ponga la excusa de que el culpable es mi querido Rusty! Pobrecillo, con lo gracioso que Rusty es siempre. ¿Por qué odia usted a Rusty, querida? y añadiría ¿quizá porque es un mono? ¿Acaso es usted racista? No, no me lo diga, que ya lo sé: usted, señorita Dooley, no es racista, en absoluto, y no lo es porque lo que ocurre es que... ¡odia a todo el mundo por igual! Y ¿sabe qué? pues que creo que a quién más odia es... a usted misma. Dése cuenta, si usted no se soporta a sí misma, cómo podremos soportarle a usted los demás... ¡Hale, a barrer de una puta vez ! ¡Y no me venga con más quejas, o será usted la que vaya a parar a la basura de una certera patada en sus glúteos! Pobre y querido Rusty... mi Rusty... ¡Ven, monito, ven a mis brazos!
No era mi imaginación, pues la señora Duncan, mientras llamaba a Rusty, advirtió que la señorita Dooley no se había movido, y entonces, en un gesto inusual en ella, se encaró de nuevo con su ama de llaves abriendo la boca como si fuera a comérsela, y al mismo tiempo que rugía ferozmente le sacó las uñas. Fue tan sorprendente ese gesto de la señora Ducan, que la señorita Dooley corrió despavorida por el pasillo y hasta perdió uno de sus zapatos. La señora Duncan, parsimoniosamente recogió el zapato, lo guardó en un cajón y musitó: ¡ahora...encuéntralo, so bruja!
A todo esto, Rusty ya había acudido a la llamada y se echó en los brazos de la señora Duncan, quién estaba encantada de tener en casa y por unos días a Rusty, a su hembra, a los primos hermanos de Rusty y a todos sus descendientes. Al ver llegar a Rusty, a su hembra y a cincuenta monitos más, la señora Duncan se dijo que... quizá debería aumentar el sueldo a la pobre señorita Dooley...
Rafael Muñoz
sábado, 6 de septiembre de 2008
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