LA ESPÍA
Ni me había fijado en ella cuando, al abrir la puerta del apartamento, la mosca entró acompañándome. Me molestan eso bichejos, pero en esos momentos no le di mayor importancia. Me dirigí a la cocina, cogí una bebida del frigorífico y fue entonces cuando la vi de nuevo. Ahí estaba la mosca, afianzada con sus patas en el borde de arriba de la nevera, mirándome fijamente y siguiendo mis movimientos con interés.
De pronto, caí en la cuenta de lo que eso significaba. ¡Maldita! mascullé. Disimulé e hice como que dirigía mi vista hacia otro lado pero no dejé de mirar a la mosca de reojo. Pensé que ahora estaría desprevenida. Y así era. Rápidamente lancé mi mano y la atrapé. Tuve suerte, no es fácil coger una mosca casi sin mirarla, como yo había hecho. Debo confesar, de todos modos, que cazando moscas soy un verdadero experto, quizá debiera dedicarme a ello de pleno, haciendo demostraciones de mi habilidad por todo el país, por ejemplo. Decidí que lo pensaría más tarde. En mi mano cerrada notaba el cosquilleo de la mosca y separé ligeramente mis dedos para poder verla, evitando con mucho cuidado que pudiera huir volando. Abrí más mi mano, muy despacio, y cogí la mosca con las puntas de los dedos de mi otra mano para poder observarla mejor, pero evitando que pudiera escaparse. La mosca no dejaba de mirarme con sus grandes ojos, y a cada movimiento de ellos podía oírse claramente un clic muy revelador. Me di cuenta de que yo tenía razón en lo que antes había pensado, por supuesto, y como sabía lo que debía hacer, eso hice. Le arranqué sus diminutos ojos de cuajo con mis uñas, primero uno y luego el otro. Después, deposité a la mosca, que ya había dejado de moverse, al igual que sus minúsculos ojos, en un cacharro repleto de artilugios que guardo siempre en mi despacho.
Y así fue, amigo Douglas, cómo destruí ese maldito invento del malvado doctor Malroux. Es algo inconcebible, no deja de enviarme inventos a cual más raro, pero ingeniosos y sutiles, para vigilarme. Ahora bien, tuve mucha suerte al darme cuenta de ello antes de ir al despacho. Supe enseguida que la mosca era una espía comandada a distancia con cámara de fotos incorporada, y si no hubiera yo andado con tiento, a estas horas ya tendría el doctor todos mis planos en su poder, copiados y transmitidos a través de los ojos de su falsa mosca. Y tú, Douglas, sabes bien lo importante y secreto que es mi trabajo.
Claro, Louis, lo sé muy bien, dijo Douglas, un tipo alto y fortachón, vestido de blanco. Y entonces, Douglas el enfermero, añadió con aire de complicidad tendiéndole algo a Louis: tómate ahora esta pastilla tranquilizadora y descansa. Mañana le diré al doctor Malroux que pase a verte.
Pero.. dijo Louis, mientras se tragaba la pastilla: ¡no le digas al doctor que he descubierto los inventos que me envía para vigilarme!
Tranquilo, no le diré nada, contestó Douglas, mientras empujaba a Louis con suavidad hacia el interior del cuarto, cerrando después la puerta por fuera y atracándola con un fuerte cerrojo.
Douglas se alejó por el largo pasillo meneando su cabeza, en unos gestos que indicaban lo mucho que tenía que aguantar en su trabajo. Sin embargo, su rostro dibujó un semblante soñador cuando, con su mano, que mantenía en el interior de un bolsillo, acarició algo diminuto, algo que más tarde intentaría reconstruir esmeradamente. Era la mosca, junto a sus ojos diminutos, que había robado a Louis.
Y mientras Douglas caminaba por el pasillo del manicomio, pensó que esta mosca genial podría hacerle rico... en este mundo lleno de locos.
Rafael Muñoz
sábado, 6 de septiembre de 2008
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