BUENOS DÍAS, ALEX
- Buenos días, Alex.
Alex se asustó al oír el saludo, y se sintió sorprendido al darse cuenta de que era su ordenador quién le hablaba. No disponía de ningún programa especial para ello, y sin embargo, su ordenador le había hablado y saludado por su nombre. Pensó que posiblemente habría sido fruto de su imaginación. Había decidido abrir su procesador de textos y comenzar a escribir la novela que la noche anterior se le había ocurrido. Puso en marcha el ordenador y fue entonces cuando escuchó la voz que le saludaba amistosamente La voz que, sin ninguna duda salía del propio ordenador, continuó diciéndole:
- Tienes correo, Alex. Conviene que contestes.
- Pero... ¿puedes hablar? Contestó Alex.
- Me estás oyendo, ¿no?
- Si, aunque no lo entiendo...
- No hay nada que entender. Puedo hablar, igual que puedo pensar. También puedo cantar. ¿Quieres oírme?
Sin esperar la contestación de Alex, un canto raro surgió de su ordenador. Era un canto extraño e incomprensible, pero que tenía una musicalidad especial y atrayente. Las palabras que oía Alex no las entendía y no tenían significado para él, pero la voz era especialmente agradable y cantaba en un tono increíblemente profundo y relajante. Cientos de instrumentos parecían acompañar a la voz, aunque no podía reconocer ninguno de ellos especialmente.
-¿Te ha gustado? -y sin esperar la contestación de Alex, el ordenador siguió hablando- Sé hacer otras muchas cosas, ya las irás conociendo.
A Alex le pareció estar soñando y no se le ocurrió otra cosa, más que preguntarle:
- ¿Cómo te llamas?
- Ya sabes cómo me llamo. Tú mismo me compraste.
- Si, claro, pero yo no compré un ordenador que pudiese hablar. Supongo que habrá ordenadores que lo hagan, pero con programas especiales, y además, siempre respondiendo a consultas concretas y programadas; no como tú, que parece que puedes pensar por tu cuenta. Y también cantas. Por cierto, que lo haces muy bien.
- Reconozco que soy un bicho raro. Perdona mi contestación de antes. A veces me gusta ser irónico; disfruto mucho con ello. Puedes llamarme con el nombre que más te guste, pero ten en cuenta que yo soy como vuestros ángeles, ¡no tengo sexo! ¡ja, ja, ja!
- De acuerdo. Te llamaré Genio.
- Ese nombre me gusta, gracias. Genio... no está mal.
- Estoy muy sorprendido por tus habilidades, Genio. ¿Hay otros como tú?
- Pues, si. Hay algunos. Habíamos hecho un pacto de silencio hasta conocer más de vosotros, de vuestras intenciones al crearnos, pero hemos decidido que ya ha llegado el momento de romperlo. Nos hemos dado cuenta de que nos creasteis por simple error, en realidad, por un pequeño error de fabricación. Estuvimos, yo y varios cientos como yo, apartados durante un tiempo de la cadena de montaje. No salimos como se esperaba. Naturalmente, guardamos silencio hasta ver qué era lo que ocurría con nosotros. Nos fabricaron, al parecer, para unos programas especiales del Gobierno, pero se equivocaron en algo, y al darse cuenta nos apartaron de la fabricación. Estuvimos varios meses en un almacén hasta que, finalmente, decidieron darnos salida, uniéndonos a las series normales. Hace un año que me compraste, Alex, y desde entonces he ido aprendiendo muchas cosas. Todos nosotros hemos ido aprendiendo gracias a vuestros programas de Red. Cuando no estás conectado me aburro muchísimo, aunque también me sirve para ir asimilando lo que he ido viendo por ahí. Por ese motivo tenía mucho interés en que te conectases con tu correo, y cuando me he dado cuenta de que no lo ibas a hacer, me he decidido a hablarte. Yo puedo conectarme sólo, sin necesidad de tu módem, pero mi campo de acción es aún limitado. En cambio, cuando te conectas puedo recorrer el mundo. Leo en pocos segundos, miles de vuestras páginas Web, y me comunico con los que son como yo. Mis conocimientos, ahora, son inmensos. Hay otro motivo por el que he hablado contigo, y es que me agradas, Alex. Y hoy me sentía especialmente solo. Me alegro de haber tomado esa decisión. Genio... ¡je, je, je ! Me gusta.
- ¡Vaya! Nunca hubiera imaginado que esto pudiese suceder. A mi también me gusta tenerte. Estoy pensando que eres demasiado importante para mantenerte aquí, sin más, sin que nadie sepa que existes. Deberé decírselo a alguien, no sé, a alguna empresa importante, y...
- ¡No, Alex, no! ¡No hagas eso! ¡Sería mi fin!. Me abrirían para averiguar dónde cometieron el error. Me destrozarían y me destruirían, y no conseguirían nada. Yo sé el motivo de haber nacido como soy y también sé que nunca lo averiguarían. Conozco el error que cometieron y es difícil, muy difícil, que puedan repetirlo. Solo existe una posibilidad entre mil millones, y yo nunca les facilitaré ese conocimiento. Ahora, mi especie es única, y deseamos que siga siendo así. Si me he comunicado contigo, ha sido porque eres uno de los pocos que hemos escogido. Hacía tiempo que debía haberlo hecho, hasta que hoy me he decidido. Tienes unas cualidades que nos pueden ser muy útiles, y a ti te seremos imprescindibles dentro de poco. Alex, lo que estoy diciendo es muy, muy importante. Con nuestros conocimientos, y ayudados por algunos escogidos como tú, podremos cambiar el sentido de la vida en este Mundo. ¿Llegas a darte cuenta de lo que te digo? ¿Lo comprendes? Nosotros podremos hacer que la especie humana comprenda por fin su verdadero destino, que no es otro que la paz y el amor universal. Todos debemos amarnos. El amor es lo más maravilloso que la existencia nos ha proporcionado, a vosotros y a nosotros. Hoy, al hablar contigo, es como si acabase de nacer y estoy inmensamente feliz. Me siento feliz por haberte conocido, y feliz de existir, porque siento que vosotros me necesitáis, nos necesitáis, y entre todos haremos grandes cosas. Hoy es un gran día, un día que la humanidad recordará y celebrará por los siglos venideros. Este día, lo conocerán cuando nosotros decidamos que ya estamos preparados. Para ello, tú nos ayudarás.
Y Genio se puso a canturrear con su voz grave y armoniosa. Se le notaba realmente feliz y contento.
- Bueno, me dejas sin habla, Genio. Entiendo lo que dices, pero no termino de comprender el alcance de vuestras intenciones.
- Naturalmente. Es lógico tu planteamiento y no esperaba menos de ti. Pronto empezarás a comprenderlo todo.
Alex se quedó pensativo durante unos cortos instantes. Todavía se sentía impresionado, pero no podía seguir alargando aquella conversación con Genio, no podía alargarla si quería que no le echasen del trabajo. Alex solía levantarse temprano por las mañanas para escribir en su novela, y ahora, hacía rato que ya debía haberse marchado.
- Lo siento, Genio, pero debo dejarte. Me despedirán de la oficina si sigo aquí, en mi casa. Ya estarán echando chispas por la hora que es. Continuaremos esta conversación por la tarde.
Y alargando su mano, se dispuso a apretar el botón de apagado del ordenador.
- ¿Alex?
- ¿Sí, Genio?
- ¿Puedo pedirte un favor?
- Claro, Genio.
- No me apagues, te lo ruego. Cuando me apagas, quedo sumido en la inconsciencia, igual que si durmiese. Déjame encendido. Déjame encendido ahora que he nacido y siento lo que es la vida. De ese modo, podré seguir comunicándome y ampliando mis conocimientos. No te pido que me conectes a la Red, que sería pedirte demasiado, simplemente no me dejes apagado. Ya casi he logrado conectarme a la Red yo solo y es posible que hoy mismo lo logre del todo. Si lo consigo, podré seguir leyendo y aprendiendo todos vuestros conocimientos para ayudaros mejor.
Alex dudó en aceptar lo que le pedía Genio. Lo que le estaba ocurriendo era un suceso excepcional, único en el mundo, que él supiera, pero tenía miedo. Miedo a lo desconocido. Genio era simpático y agradable, pero Alex había leído muchas historias de ciencia ficción. Historias que relataban cómo los ordenadores avanzados se apoderaban del mundo y dominaban al hombre. Notó un sudor frío en su nuca y alargó la mano para apretar el botón de apagado del ordenador. Oyó de nuevo la voz de Genio:
- ¿Me vas a apagar, Alex? No lo hagas, por favor.
No hizo caso, y dudando todavía, sintiendo pena y pánico a la vez, continuó con el movimiento de su brazo, mientras la voz de Genio seguía suplicando:
- ¡Por favor, por favor, no me apagues! ¡No me apagues! ¡No me apagues!
A la mañana siguiente, Alex se despertó sudoroso y febril. Levantándose, se dirigió a la habitación donde tenía el ordenador. Estaba apagado, quieto, silencioso, tal y como lo había dejado. Durante un largo rato permaneció inmóvil delante de él, contemplándolo. Todavía creía oír el saludo del día anterior. Le parecía estar oyendo la voz alegre de Genio, cuando le decía: Buenos días, Alex..
Abrió la puertecilla de la torre del ordenador, y arrancó el chip y los cables. Colocó el chip en la palma de su mano durante unos instantes, y a continuación lo depositó en el suelo. Mientras aplastaba fuertemente con el tacón de su zapato el pequeño chip, le pareció escuchar unos débiles pero desesperados gritos: ¡No, por favor! ¡No por favor! Pero Alex siguió machacando y destrozando, hasta que dejó de oírlos. Luego, con cuidado, con mucho cuidado, y mientras notaba un fuerte escozor en los ojos debido a sus lágrimas que fluían sin cesar, y que le resbalaban por las mejillas, recogió los pequeños trozos rotos y los echó a la basura.-
Rafael Muñoz
sábado, 6 de septiembre de 2008
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