sábado, 6 de septiembre de 2008

Mi casa es mi castillo

¡CLINK, CLOCK!

¡Un momento, que ahora abro! Ya está. Dígame. - Hola, buenos días, señor. Vengo a ofrecer... - ¡Ah, no! No me interesa comprar nada. En este castillo no compramos nada. - ¿Castillo? ¿Pero ésta no es la puerta 2ª del tercer piso de la calle Acacia? - Bueno, y qué, cada uno tiene su castillo donde le da la gana. - Claro, desde luego, señor. El caso es que yo no vengo a venderle nada - Pero, ¿no había dicho? - ¡Un momento, un momento! He venido a ofrecer, que no es lo mismo. - ¡Ah! en ese caso, ¿qué es lo que ofrece? - Pues mire, vengo a ofrecer una madre. ¿Quién no echa de menos una madre? - ¿Una madre? Madre no hay más que una. - Si, claro, pero ¿usted tiene una? - No, desgraciadamente. - ¿Lo ve? ¡Eh! ¿Lo ve? Pues a partir de ahora mismo podrá disfrutar de una madre ejemplar, solamente con aceptarla. - No sé. Es una responsabilidad muy grande, y además, sin conocerla... - Eso no es un problema, la tengo aquí al lado, en el descansillo. Mire, mire. - Ya la veo. Pobrecilla, tan acurrucadita... - Es que ya sabe cómo son las madres, que nunca se quieren hacer notar demasiado. - Si, pero ésta se coloca tan acurrucada que no se le ve ni la cara. - Es la modestia de las buenas madres la que hace que... - ¿Come mucho? - ¡Qué va! mendruguitos ablandados en pura agua. Casi no le quedan dientes. Simplemente la coloca usted en una mecedora, en algún rincón dónde le dé el sol; de vez en cuando le da un mendruguito y ya tendrá madre. - Pues no tengo mecedora. Ya empezamos con gastos. - Pues mire, señor, si no tiene mecedora y no está dispuesto a comprar una, se va a quedar sin madre. En eso somos muy serios. Si no hay mecedora, no hay madre, así de claro. - Pues si que son ustedes rígidos. - ¡Ah, si! En eso, si. A la madre le daría igual, pobrecilla, y ni se quejaría, pero nosotros no podemos permitirlo. Pero no se preocupe, precisamente tengo aquí un catálogo de mecedoras preciosas y cualquiera de ellas le quedará perfecta, la coloque donde la coloque. Además, estas mecedoras están muy bien barnizadas y resisten perfectamente y durante muchos años la luz del sol, porque supongo que tal como le he dicho antes, en el rinconcito donde colocará a la madre entrará un poquito de sol. Ya sabe lo que les gusta el sol a las madres viejecitas. - A ver. ¡Uy! ésta de color caoba me gusta mucho, más que nada por la forma de la rejilla. - Si. Esta es muy bonita. Le quedará perfecta y hará juego con la ropa que lleva puesta la madre. Y lo mejor de todo, que no se lo había explicado, es que por el pago no tiene que preocuparse. Podemos hacerle unos cómodos plazos y la pagará sin enterarse. - ¡Hombre! si es así, ya no lo veo tan mal. Lo único que ocurre es que no sé qué dirá mi mujer cuando le diga que ahora tenemos madre, tan de repente. - Pero, señor, yo no le diría nada; que sea una sorpresa. - Tiene razón, lo mejor es no decir nada y que sea ella misma quién la vea, pero ¿y si luego no está de acuerdo? - No se preocupe. Tiene siete días para devolverla. Claro que si devuelve la mecedora, tendrá que devolver también a la madre. - Claro, es de suponer. Bueno, me quedo con la que he elegido. ¿De qué Empresa me ha dicho usted que es? - En realidad no somos una Empresa, somos del Ayuntamiento y estamos en plena campaña: "Pon una madre en tu vida" ¿No ha visto los anuncios en la tele? - No. Es que en este castillo vemos muy poco la televisión. Por cierto, ¿no tendremos que poner la televisión a la madre para que la esté viendo a todas horas, con lo que gasta de electricidad una tele? - No, no. Las madres que ofrecemos son tan viejas que ya ni ven ni oyen, pobrecillas. Ni se enterará usted que tiene a la madre en casa, bueno, en el castillo. Eso si, tiene que estar dispuesto a devolvérnosla cuando el Ayuntamiento haya resuelto sus problemas de Residencias para ancianos; es otra condición indispensable. - ¡Vaya! ¿Y eso cuando puede suceder? - No se preocupe, seguramente no ocurrirá hasta dentro de unos treinta años según los planes del Ayuntamiento, pero es nuestra obligación decírselo. - Ya me hago el cargo, ya. Pero entonces, ¿el ayuntamiento es el que vende también las mecedoras? - Directamente, no. La mecedora se la facturará una Empresa paralela que es de un pariente del Alcalde, y eso da mucha garantía. - Bueno, ya estoy deseando tener la mecedora. - ¡Hala! Pues firme estas letras y mañana la recibirá. - Muy bien. ¡Oiga! ¿tantas letras? - No se asuste. Piense que como son tantas, al cabo de los años la cantidad en pesetas de cada letra se habrá devaluado y los pagos serán algo risible. - Claro, pero déjeme contar la cantidad total, que aún no sé ni lo que me va a costar. - ¿No le digo que no debe preocuparse? No me haga perder el tiempo, ¡hombre! que aún debo hacer muchas visitas. Venga, firme. - Bien, bien. Ya está. ¿Hago entrar a la madre? - La madre se la entregaremos cuando le traigamos la mecedora. - Es que ya me hacía ilusión tenerla... - No, sin mecedora, no. Ya lo sabe. Además, tengo que enseñarla a todos los vecinos. - Vale, vale, pues esperaré hasta mañana. - Eso está bien. Adiós, señor, y que tenga un buen día en su castillo. - Adiós, amigo, y gracias por todo. ¡Qué ilusión, mañana tendré madre!

Rafael Muñoz

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